jose hernandez

"...no teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes debaten seriamente mi título recibido de loco. Toda la educación popular era nueva, y yo estaba solo como un visionario. Loco. ¿Las Islas del Tigre? Loco. ¿Las tierras de Chivilcoy? Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros doctores y promover la reforma universitaria como lo estaba haciendo Lord Lowe en el parlamento inglés? Loco. Loco."

Domingo Faustino Sarmiento

Sarmiento y el materialismo histórico

Capítulo de

Apuntes sobre el pensamiento revolucionario de

Domingo Faustino Sarmiento

de

Hebe Beatriz Bussolari

& Luis Urrutia






 Sin abandonar el planteo positivista del determinismo físico, Sarmiento pone un pié delante de su época cuando introduce la fuerza de la herencia cultural en la interpretación sociológica de la población sudamericana.

Se dijo que el racismo era el lado oscuro de la Ilustración, porque en ese momento en que las naciones más poderosas se estaban expandiendo, se le dio una cobertura científica que hoy se le niega. Actualmente, los adelantos en el estudio de los componentes de la célula humana demuestran que las diferencias genéticas entre las razas no son relevantes. Comparativamente, son mucho más importantes las diferencias genéticas que van de un individuo a otro. Dicho de otro modo: una persona puede resultar físicamente “más próxima” a cierta persona de otra raza que a otra cierta persona de la misma raza. La raza, como hecho genético, no resulta, así, un condicionante del comportamiento del individuo ni de las agrupaciones sociales que los individuos de una raza puedan conformar.

Sin embargo, los grupos de las distintas  razas tenían distinta historia. Desde ese punto de vista, la raza tenía un significado sociológico.

Para cuando aparece “Conflictos…”, en 1882, Sarmiento está en toda su plenitud y despliega y da formas concretas a un razonamiento que aún  hoy es poco comprendido: Es la tendencia general de los hechos y no los errores o ambiciones personales lo que hace el curso general de la historia. Luego, ni Rosas ni Quiroga habían producido los hechos, en tanto los hechos, en el conjunto de su enlazamiento, los habían producido a ellos. Esto ubica también a Sarmiento, en la originalidad de su pensamiento, a las puertas del materialismo histórico, que afirma que la historia se rige por la existencia objetiva de leyes, esto es, determinaciones independientes que dan a la conciencia y voluntad de los hombres la condición de producto histórico.

Esto no significa que Sarmiento haya llegado a una concepción marxista, pero sí que pertenece a esa corriente de pensamiento, materialista e historicista, que, en el siglo XIX, como señala Engels, tiende hacia el marxismo, o va constituyendo sus elementos.

En la carta a la señora Mann, que figura como Prólogo de Conflictos y Armonías (1882), podemos leer:

“Tantas armonías y tan grandes disparidades, pues por todo hemos pasado nosotros y de todo lo que allí pasa también estamos amenazados, me han hecho de tiempo atrás sospechar, que hay otra cosa que meros errores de los gobernantes, y ambiciones desenfrenadas, sino como una tendencia general de los hechos a tomar una misma dirección en la española América, a causa de la conciencia política de sus habitantes, como a causa de una inclinación Sudeste del vasto territorio que forma la Pampa, corren todos los ríos argentinos en esa dirección.

¿Comprende Ud. ahora el objeto de mi libro sobre el conflicto de las razas en América?”

No se trata de un pensamiento nuevo en él. Así, en la página 41 de un importante trabajo de Eduardo Brizuela Aybar de la Universidad de San Juan, Sistema Expresivo de Facundo, se cita  una crítica teatral hecha por Sarmiento en la que se nos revela como un talento universal, al explicar el origen de las revoluciones y de sus líderes:

“La historia moderna – escribe Sarmiento en dicha crítica - presenta dos tipos, Cronwell y Napoleón, de los dos hombres en quienes se vienen a encarar  los principios y los elementos sociales que causan la revueltas i las contradicciones de intereses que engendran los trastornos sociales. Todas las revoluciones empiezan por el deseo de restablecer el equilibrio de los intereses que constituyen la atmósfera de la vida social; equilibrio roto por el tiempo i que el desenvolvimiento de las partes de la sociedad  que antes no tenía peso para figurar en él, hace necesario organizar de nuevo. Todos los pueblos se organizan según la época en que viven; pero esta época pasa, le sucede otra más adelantada, otra en que nuevos principios i nuevas ideas, nuevas cosas i nuevos hombres piden la parte que les corresponde. Aquí empieza la lucha entre las partes, la que posee i la parte que solicita, aquí empiezan las pasiones i los odios, las tentativas de lucha en fin. Estas tentativas de cambio se organizan poco a poco: de principios pasan a ser hombres; de hombres pasan a ser partidos, de partidos pasan a ser ejércitos, de ejércitos pasan a ser gobierno i poder.

“La necesidad del ataque i la defensa, va concentrando lenta i insensiblemente todos los intereses de la nación i de la reacción en una mano, así que apenas se realiza el triunfo de alguna de las dos fracciones contendientes, se ve surgir un hombre poder en quien todos vienen a encarnarse, todos los elementos de la acción i todas las ideas desparramadas en el sentir general de la época que dieron principio de choque. Por esto es que todas las revoluciones acaban por elevar un dominador, es decir un hombre centro que reúne i reduce a poder real todos estos principios e intereses que empezaron con teorías a atacar los poderes preexistentes. He aquí por que dominó Napoleón, he aquí por que dominó Cromwell”

¿Qué es esto sino una descripción de la historia como historia del desarrollo social y de una lucha de clases indisolublemente asociada y de un lugar que los líderes ocupan como efecto antes que como causa histórica?

Este historicismo de Sarmiento alcanza otro pico formidable en la crítica del socialismo utópico de Fourier. El materialismo histórico exige que las ideas sociales sean capaces de reconocerse como producto histórico y estar firmemente afincadas como expresión del movimiento real y sus tendencias. ¿Qué es lo que escribe por su parte Sarmiento?:

“Pero yo hubiera querido que Fourier, i esto es lo que objeto a sus discípulos, hubiese basado su sistema en el progreso natural de la conciencia humana, en los antecedentes históricos, i en los hechos cumplidos. Las sociedades modernas tienden a la igualdad; no hai ya castas privilegiadas i ociosas; la educacion que completa al hombre, se dá oficialmente a todos sin distincion, la industria crea necesidades i la ciencia abre nuevos caminos de satisfacerlas; hai ya pueblos en que todos los hombres tienen derecho de gobernar por el sufrajio universal; la grande mayoría de las naciones padece; las tradiciones se debilitan, i un momento ha de llegar en que esas masas que hoi se sublevan por pan, pidan a los parlamentos que discuten las horas que deben trabajar, una parte de las utilidades que su sudor da a los capitalistas. Entónces la política, la constitucion, la forma de gobierno, quedarán reducidas a esta simple cuestion, ¿Cómo han de entenderse los hombres iguales entre sí, para proveer a su subsistencia presente i futura, dando su parte al capital puesto en actividad, a la intelijencia que lo dirije i hace producir, i al trabajo manual de los millares de hombres que hoi emplea, dándoles apénas con que no morirse, i a veces matándolos en ellos mismos, en sus familias i en su projenie? Cuando esta cuestion que viene de todas partes, de Manchester, como de Lyon, encuentre solucion, el Furierismo se encontrará sobre la carpeta de la política i de la lejislacion; porque esta es la cuestion que él se propone resolver.” 63

Sarmiento es una confirmación evidente de la afirmación de Engels de que el materialismo histórico sintetizado por Marx era una concepción que ya tenía su caldo de cultivo social y se insinuaba en más de una cabeza del siglo XIX.

Este asomarse de Sarmiento al pensamiento socialista no es clasista, no lo lleva a la dictadura del proletariado, ni a reconocer el Estado liberal como Estado de la burguesía, porque siendo el centro de su preocupación la crucial importación de los elementos civilizadores del capitalismo, no podía percibir claramente, desde su perspectiva hispanoamericana, las potencialidades reaccionarias de la burguesía. Pero hay en su insobornable objetividad un embrión de clasismo, cuando advierte que la reforma social tiene origen en el pensamiento socialista, y no es el resultado de una evolución del pensamiento liberal,  esto es, que esa reforma expresa a la contestación antes que a la positividad del desarrollo burgués:

“Lo que es innegable, lo que sin ultrajar el pudor i la justicia no puede negarse, es que las Cunas públicas, las Salas de Asilo, las Colonias Agrícolas para los niños delincuentes en que se les enseñan tres oficios, creaciones todas tres que han recibido ya la sancion de la esperiencia, i asumido el rango de instituciones públicas en Francia, son robadas, plajiadas a Fourier, el primero i el único que ha sujerido la idea. Los conflictos de la concurrencia, los alzamientos de los obreros por falta de trabajo, la opresion i la muerte de las clases pobres, aplastadas por las necesidades de la industria, Fourier los había espuesto a priori, ántes de que el parlamento ingles se ocupase de disminuir las horas de trabajo, ni Cobden hecho su famosa liga de los cereales…”64

Pero si Sarmiento no llega, como Marx, a la conclusión general de que el Estado es un órgano de clase y no un representante de los intereses generales de la sociedad, puede, en cambio, advertir en concreto que el Parlamento está constituido por ganaderos y que la hipertrofia militar y la militarización de la Policía durante el gobierno de Roca son armas de sofocamiento de las libertades democráticas; a su turno, no demora un instante su denuncia del Estado que,  pese a sus formas liberales, se está constituyendo como Estado oligárquico.

Además, en el plano más general, hay dos ideas que elevan a Sarmiento por encima de un liberalismo estrecho, sin más perspectiva histórica que la que se encierra en los moldes capitalistas: 1) el carácter histórico del capitalismo, que constituye una etapa que habrá de superarse; 2) la noción de que las libertades democráticas que provee el Estado liberal son preparatorias de un salto en la conciencia desde el capitalismo hacia una sociedad de carácter socialista y luego comunista (“Civilización”, “Garantismo” y “Harmonía perfecta”, en el lenguaje de Fourier). En esto último se acerca a la tradición socialista, cuanto que el propio Lenin veía en la lucha obrera por las libertades de la democracia burguesa una escuela de socialismo.

Sarmiento lo dice así, siempre en la crítica de Fourier:

“I luego; ¿por qué la libertad ha de ser indiferente, aun para la realizacion misma del descubrimiento social? ¿por qué la República, en que los intereses populares tienen tanto predominio, no ha de apetecerse, no ha de solicitarse, aunque no sea mas que un paso dado hácia el fin, una preparacion del medio ambiente de la sociedad para hacerla pasar del estado de civilizacion al de Garantismo, i de ahí al de Harmonia perfecta? Esto es lo que no le perdono a Fourier, cuyas doctrinas han hecho a mi amigo Tandonnet, indiferente a los estragos hechos por el despotismo estúpido en Buenos Aires, i amigo admirador del bonazo de D. Juan Manuel” (Tandonnet, discípulo de Fourier, había visitado a Rosas con la expectativa de que diera buena acogida a sus falansterios).

En su última madurez, en Conflictos y Armonías, refiriéndose a las misiones jesuíticas, Sarmiento pone definitivas distancias con el socialismo utópico:

“Es bien sabido, dice Dixon, en su Nueva América, que todos los ensayos comunistas (y las Misiones lo eran), que se han hecho en Alemania, Inglaterra o América, han tenido desastroso fin. Hombres con cerebro, mujeres con corazón se han alejado de lo que creían los males de la competencia, para probar lo que creían ser los salvadores principios de la asociación; pero ninguno de tales reformadores ha sido nunca capaz de llevar adelante una asociación en que hubiese comunidad de bienes. Cada desastre tiene su propia historia, su propia explicación mostrando cómo estuvo a la víspera de triunfar.

“El hecho es que el mal éxito no puede ocultarse.

 “Ved a lo que habéis llegado, dice sonriéndose el saduceo, feliz en medio de sus dilatadas tierras, sus mansiones, sus jardines, sus viñas, cuando perturbáis el orden del tiempo, de la naturaleza, de la Providencia! ¡Arribáis a la despoblación, a la mendicidad, a la muerte! ¡La competencia! ¡Viva la competencia, que es el alma del comercio, y Dios sea loado que combate del lado del gran capitalista!” Si la teoría de la ayuda mutua es cierta contra el “ayúdate a ti mismo que Dios te ayudará”, ¿por qué han fracasado todas las tentativas de realizarla?”

La descalificación del socialismo utópico no eleva en Sarmiento la imagen del capitalismo. A quien ve sonreír triunfal es nada menos que al saduceo, el oligarca judío que combatió a Cristo…

Y valga la aclaración de que la reivindicación de Cristo no le hace perder a Sarmiento su basamento materialista.

Al estilo de Marx, que ve la religión como reflejo de la sociedad civil, dice Sarmiento, a propósito de la evolución de los mitos del Infierno y el Purgatorio:

“El Purgatorio debe seguir las mismas reformas introducidas en nuestros tribunales por la mayor humanidad y cultura, pues no se ha de decir que el Dios que hemos hecho a nuestra imagen y semejanza, se ha de quedar atrás de nuestras leyes después de Beccaria, que arregló las penas a los delitos.” 65

Y sobre el propio Cristo, en la “Escuela Ultrapampeana” hallamos esta cita, reproducida por Sarmiento como propia de un librepensador: “considerar a Cristo como Dios es anular el mérito de su  sacrificio; reputarlo hombre es engrandecer su memoria hasta los límites de la divinidad”66

Sarmiento, entonces, no dudó en rechazar el utopismo como hecho práctico, aunque no vaciló en recoger de allí sus elementos de crítica social y aún atisbar la era de una nueva sociedad. Trasladado el planteo al plano político, nos encontramos con su visión negativa de la Revolución Francesa o de la Comuna de París, justamente por sus elementos utópicos, originados en un proceso de degradación social previo, contrastando esos procesos con la Independencia Norteamericana, a la que ve como el resultado de una maduración cultural positiva; “la mitad de las ediciones de las obras de derecho y de ley publicadas en Inglaterra se consumían en las colonias”, y que la Constitución norteamericana era una estructura de gobierno, que deducida de los elementos sajones la habían cristalizado los Peregrinos de la Nueva Inglaterra desde 1674” diceal par que glosa a Taine en que“ los nueve décimos de los municipales de Francia entonces no sabían leer, porque pocos poseían tanto saber. Los oráculos de la opinión eran Voltaire, demoliéndolo todo con el arma francesa, el ridículo; Rousseau enseñando los medios y método de parar de punta una pirámide, y toda la nobleza, sin excluir al Rey, conspirando en socavar las bases del edificio social”.

“De nación alguna en la tierra entonces ni en Europa ni en América habríase pensado, sin embargo, con más acierto, al decir que se hizo independiente cuando se sintió madura para serlo”, afirma por un lado, sobre la independencia americana.

“Que la ignorancia y abyección del pueblo llegaba a tal grado que el eminente Buckle se asombra sólo de que el pueblo francés hubiese podido tolerar hasta la revolución de 1789 el infame, monstruoso gobierno que lo había reducido a la condición de bestia de sembrar trigo”, contrasta por otro sobre los prolegómenos de la Revolución Francesa. 67

Está claro que la crítica de Sarmiento a la Revolución no es reaccionaria. No se trata de que quisiera defender el ancienrégime, aquel “infame, monstruoso gobierno”, sino de las formas y el rumbo que adopta la Revolución, que lleva recurrentemente la República hacia el bonapartismo y la restauración, crítica que a su vez se autolimita con que el objeto de censura es un producto de las circunstancias previas, no de la providencia descarriada de algunas personalidades.

Del mismo modo, su descalificación de la Comuna de París no equivale a santificar ningún orden establecido al que habría venido a perturbar una demoníaca subversión. En realidad, ve la Comuna como un capítulo de una historia francesa signada por la turbulencia: “…con cuarenta millones de habitantes, con dos mil años de civilización y la historia más rica en acontecimientos, ahí está la Francia sometida al juicio terrible del éxito. Quería libertad y creó despotismos; quiso engrandecimiento y fue cercenada; y hasta hoy (no) sabe a qué atenerse en formas de gobierno”.68

Por otro lado, este repudio a la Comuna, “vergonzosa parodia de la República democrática y social” no equivale a denostar la República (que se rige)“…dando pan y trabajo como un derecho y ensayando los talleres nacionales”69. Se trata, además, de la condena del “delito de subvertir el orden público a título  de república, libertad y tantas otras aspiraciones de  la mente, pero que no han de ser realizadas por medios violentos”.70

El sueño utópico es violento cuando pretende convertirse en real y acaba por legitimar una realidad de pesadilla, triunfando un pragmatismo, a cargo de los despóticos de ayer, travestidos luego en demócratas moderados:

“…fue hecho constante e histórico que cada tentativa de libertad trajese por resultado un despotismo militar y estos republicanos de hoy, que fueron monarquistas ayer, orleanistas antes, como Thiers y Dufaure, no son tan aborrecidos en Francia como los republicanos terroristas o revolucionarios, que están representados sin embargo, en la Asamblea, por Víctor Hugo, Luis Blanc y otros hombres eminentes71

La observación del clima que precedió a la Comuna contiene un notable elemento crítico, hoy flagrantemente ausente en la Argentina, incluso en la izquierda y el progresismo:

“Cuando París fue incendiado a petróleo, destruidos los monumentos y saqueados los archivos, una vez pasado el espanto que aquellos crímenes causaron, se recordó que esta orgía era una parodia de ideas y de hechos que habían ocurrido en 1793; pero se recordó también que la población de París había estado aplaudiendo durante un año los desmanes de los diarios que  aconsejaban repetir aquellos excesos, o recordaban con elojio las violencias del siglo pasado que ya parecían olvidadas. París era cómplice del desastre que más tarde y como consecuencia inevitable le alcanzó, cuando los dichos se convirtieron en hechos, y las muchedumbres extraviadas, sin excluir las mujeres, se lanzaron a ejecutar lo que les pintaban como santo y eficaz”.72

En  estas expresiones se dan, al mismo tiempo, un gran acierto secundario y un tremendo error principal.

Lo que Sarmiento denuncia aquí es el ultraizquierdismo promovido, solapadamente,  mediante la luz verde y la amplificación que su propaganda obtiene desde el poder. La Comuna, cuyo fracaso era inevitable, aborta un movimiento que, por otras vías, acaso habría infligido serias derrotas a las clases dominantes. Cien años después, en nuestro país, un fenómeno similar de halago al extremismo, cuya frase típica era “la violencia de abajo es una respuesta a la violencia de arriba”, con amplio aval dirigencial y mediático, desemboca en el guerrillerismo y la tragedia del  golpe del 24 de marzo de 1976. Pero jamás se ha escuchado una revisión de los hechos en la línea recorrida por Sarmiento, que conduciría derechamente a la esencia de la cuestión: ¿De quién es la responsabilidad última de todos aquellos hechos de barbarie?

Pero Sarmiento cae en la idealización del papel de la burguesía y da crédito a la versión que pone la barbarie en los comuneros y la civilización en su represión, cuando la realidad histórica es que la Comuna puso en claro que, por el contrario, la civilización, como hecho práctico, material, está en las masas laboriosas y la barbarie en las clases explotadoras. Una de las medidas adoptadas por Thiers para aislar a la Comuna, fue el prolijo filtrado de las noticias que salían de París para el resto de Francia. Esto pudo contribuir a la desinformación general, pero Sarmiento ya muestra en su juventud, en el “Facundo”, el crédito que da a las falacias liberales sobre el jacobinismo y el Thermidor.

Algunos se apresuran a ver en esta flaqueza la prueba de la filiación burguesa de su pensamiento. Pero esta ingenuidad de Sarmiento ¿es acaso mayor que la de los anarquistas y socialistas de la Comuna que, no previendo la perfidia de la burguesía, permiten que Thiers se apodere pacíficamente del dinero y las armas que utilizaría inmediatamente en su contra y hasta su exterminio?

Este límite de Sarmiento se revela también durante la Conquista del Desierto: la comenta con entusiasmo, hasta que comienzan a llegar las noticias que demuestran su monstruoso carácter. Allí da un viraje de 180 grados y denuncia con toda su fuerza el etnocidio.

La disyunción planteada por Sarmiento es, entonces, entre dos modelos de revolución:

1)      El de la Independencia Norteamericana, que acaece por la acumulación de evoluciones graduales positivas que, en un punto de maduración, originan el salto de calidad; el nuevo régimen nace consolidado e irreversible.

2)      El de la Revolución Francesa, que opera por reacción a una previa evolución negativa, que coloca a la sociedad en un estado próximo a la disolución; por la ausencia de bases positivas previas, la nueva superestructura exhibe una fuerte carga de utopismo e inestabilidad.

Enriqueciendo el concepto de utopismo, dice Sarmiento en “Las Revoluciones  han cesado”:“A causa del examen crítico del siglo XVIII, la Revolución Francesa ensayó fundar gobiernos exclusivamente sobre la lógica deducción de principios. Tras ella han ido casi todos los pueblos de nuestra raza, haciendo experimentos, que se llamaban revoluciones, hasta que al fin de crueles golpes y desastres, la experiencia ha traído consejo a las naciones, y si no están descreídas sobre los principios, han llegado a persuadirse de que para hacerlos eficaces, el gobierno debe ser inconmovible, donde no es histórico, y la revolución ha sido suprimida, escarmentada, maldecida; pues aun adquirir la conciencia de su ineficacia ha costado millares a las naciones…”73

La historia del marxismo registra el mismo dilema. La Revolución en los países más avanzados, tal como es concebida por Marx y Engels, resulta afín a la preferida por Sarmiento, puesto que allí el salto revolucionario es consecuencia de la acumulación de elementos materiales y culturales de la nueva sociedad dentro de los moldes de la vieja.

Pero, desobedeciendo a sus maestros, la historia de las revoluciones socialistas se centra en los países atrasados,  con rasgos de radicalidad, consignas y programas basados “exclusivamente sobre la lógica deducción de principios”, al estilo de la Revolución Francesa, esto es, con una carga del utopismo que objeta Sarmiento.

Los logros modernizadores de la Revolución Rusa, ampliamente reconocidos por la opinión democrática del mundo en las décadas de los 30 y 40, y que llegaron a cuestionar seriamente la hegemonía del capitalismo en el mundo, deben adjudicarse a la presencia en Rusia de dos ciudades, en particular Petrogrado, donde se contenían un desarrollo productivo y cultural avanzado y una fuerte concentración obrera, que permitieron orientar a los campesinos hacia la colectivización y dirigir la erección del nuevo modo de producción sobre el terreno del atraso secular del Imperio Ruso.

Si bien la historia convalidó la Revolución Rusa y la construcción de la URSS en cuanto representaron un cambio trascendente para el mundo, promoviendo, por contagio diría Sarmiento, ese modelo de revolución francés, hay, en este sentido, una revalorización del pensamiento marxista clásico en las posiciones del Partido Comunista Chino, cuando concibe su “socialismo de características chinas”.

En efecto, sus reformas económicas introductorias de capitales privados y mecanismos de mercado, se inscriben en un plan de largo plazo en el que el socialismo deberá instalarse luego que la socialización de la sociedad civil haya brotado del propio desarrollo de las fuerzas productivas bajo relaciones de tipo capitalista.

La vuelta al capitalismo en Rusia, remedando la restauración monárquica en Francia, parece darle la razón a Sarmiento, cuando asocia la inestabilidad del nuevo orden con el inevitable componente utópico de ambas revoluciones.

En una carta a Bebel del 24 de octubre de 1891, Engels ilustra la importancia de la fusión del proletariado y las capas cultas en la preparación de la Revolución y un ejercicio consistente del nuevo poder obrero, que no requiere de la apelación al terror, todo como consecuencia de una mayor gradualidad y un sentido positivo de la generación de condiciones revolucionarias:

“Para tomar posesión y poner en movimiento los medios de producción, necesitamos gente con instrucción técnica, y en cantidad. No la hemos logrado, y hasta ahora incluso hemos estado contentos de habernos ahorrado la gente “culta”. Ahora las cosas son diferentes. Ahora somos lo suficientemente fuertes como para soportar y asimilar cualquier cantidad de cultos Quarck, y preveo que en los próximos ocho o diez años reuniremos bastantes jóvenes técnicos, médicos, abogados y maestros para que podamos administrar las fábricas y las grandes fincas en nombre de la nación y con camaradas del partido. Entonces, por lo tanto, nuestro acceso al poder será muy natural y se llevará a cabo con relativa rapidez. En cambio, si una guerra nos llevase prematuramente al poder, los técnicos serían nuestros principales enemigos; nos engañarán y traicionarán en lo que puedan, y tendremos que emplear el terror contra ellos, pero con todo nos jugarán sucio. Es lo que siempre les ocurrió, en pequeña escala, a los revolucionarios franceses; aun en la administración ordinaria tuvieron que dejar los cargos secundarios, en los que se hace el trabajo de verdad, en poder de viejos reaccionarios que lo obstaculizaban y paralizaban todo. Por ello espero y deseo que nuestro espléndido y seguro desarrollo, que está avanzando con la calma e inevitabilidad de un proceso natural, pueda seguir su camino natural.” 

No es difícil percibir, por fin, en Sarmiento su convergencia con la concepción materialista, que asigna a las masas el rol principal de las transformaciones históricas, cuando ve la educación popular (empezando por la de la mujer) como el medio decisivo de erradicación de “la barbarie”, esto es, de la sociedad precapitalista; y procediendo como materialista cuando trasciende  las ilusiones que ponen en la educación todo el fundamento de “la igualdad de oportunidades” y, con tozuda y genial insistencia, afirma que entre la educación y la situación material, en particular la posición frente a los medios de producción hay una interacción insoslayable. La historia oficial, al sobredimensionar al Sarmiento pedagogo, “El Padre del Aula”, desvía y enflaquece la potencia de su dialéctica revolucionaria.                                                                      Como anticipándose a esa mutilación póstuma, poco antes de morir, refiriéndose a sí mismo, en tercera persona dijo: "fueron las leyes agrarias en las que fue más sin atenuación, derrotado y vencido por las resistencias, no obstante que a ningún otro asunto consagró mayor estudio".74

¿Hay barreras infranqueables, clasistas, como suele suponerse, entre ese Sarmiento y el socialismo, aun cuando oscilantemente se le vea pesar más el concepto de raza que el de clase y donde su rechazo al utopismo lo suele situar en contra de Robespierre o la Comuna de París?

 

 


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