La personalidad histórica y
la cultura marxista
(Un
comentario sobre “El marxismo en el umbral del Siglo XXI” de Fabelo Corzo)
El
silogismo de Fabelo
Pericles le dijo a su
pequeño hijo: “tú eres el hombre más poderoso del mundo, puesto que tú dominas
a tu madre, tu madre me domina a mí, yo domino a Atenas, Atenas domina a Grecia
y Grecia domina al mundo”.
El antiguo chascarrillo que
ha llegado hasta nosotros sin duda que a fuerza de hacer trastabillar la imagen
omnímoda de la personalidad histórica, lo reencontramos en versión solemne, y
por lo tanto ridícula, cuando reaparece en un silogismo que Fabelo Corzo (1)
nos ofrece en medio de una hojarasca de buenos modos y condescendencias
secundarias, pero que, en su desnudez esencial, queda esquematizado así: Stalin dominaba al PCUS, el PCUS dominaba al
Komintern, el Komintern dominaba a los PC y los PC dominaban la cultura
marxista planetaria. Por lo tanto, llega
la conclusión de Fabelo, Stalin, que “se preocupaba por eliminar moral y
fisicamente toda posible oponencia” (sic) puso freno a todo debate y con ello
detuvo el desarrollo del marxismo en el mundo.
Si en todo este galimatías,
alguien espera encontrar en la redondez expresiva “eliminar moral y
fisicamente” el asomo de algún talento siquiera literario, aquí va la
desilusión: el dicho forma parte del arsenal trotskista.
Vean si no: “La flor y nata
de la vanguardia había sido o estaba siendo liquidada física y/o
moralmente…” “La dominación de la
burocracia significó el exterminio físico y moral de decenas de miles de
militantes leninistas” (Jorge Altamira, Continuidad y Vigencia Histórica del
Leninismo-Trotskismo, Política Obrera, marzo 1965).
Tampoco es original Fabelo
en esto de plagiar al trotskismo bajo el rótulo de renovar el marxismo.
Gorbachov nos tiraba al
pasar lo de “Termidor Staliniano”, sin
informarnos que de “Termidor Staliniano” - así dicho - hablaba Trotski.
Una
carta de Engels
Dejemos por un instante
estas tinieblas y veamos qué nos dice Engels respecto a la vinculación entre la
personalidad y el desarrollo del pensamiento marxista en la sociedad, ya que,
según Fabelo, el pulgar hacia abajo de Stalin fue suficiente para fulminar el
progreso del pensamiento marxista en el mundo.
Engels nos dice que el nacimiento y la existencia de
la concepción materialista de la historia es independiente de la existencia y
la acción de la persona de su creador –y de cualquier creador en particular- en
tanto “Si bien es cierto que Marx descubrió la concepción materialista de la
historia, Tierry, Mignet, Guizot y todos los historiadores ingleses hasta 1850
prueban que se tendía a ella, y el descubrimiento de la misma concepción por
Morgan demuestran que los tiempos estaban maduros para ella y que debía ser
descubierta” (Carta a Stakenburg 25/1/1894).
Si aceptamos esta reflexión
de Engels , a saber, que la aparición -y por lo tanto también el desarrollo-
del materialismo histórico depende de las condiciones generales de la sociedad
y no de la singular (ergo, insustituible, providencial) intervención de ninguna
personalidad, debería seguirse de ello que la evolución del marxismo durante el
siglo XX no estuvo determinada como factor de última instancia por la
participación de Stalin, cualquiera haya sido la calidad de esta participación,
positiva o negativa.
Por lo tanto, si persistimos
en aferrarnos a la lógica de Engels, las cosas deben pensarse exactamente al
revés que Fabelo, para quien, por lo visto,
el desarrollo de la cultura marxista en el planeta dependía del perfil
de la personalidad de un preciso individuo, Stalin.
Demos por sentado,
hipotéticamente, que en el Siglo XX existían las condiciones para que madurara
un determinado desarrollo del marxismo. Que los cambios operados en la base
social, las tensiones creadas por dichos cambios, concretamente el ascenso
revolucionario en condiciones históricas diferenciadas de las clásicas, hubiera
exigido una respuesta teórica novedosa con base en el marxismo.
¿No nos indica el marxismo
que, en la conciencia social, de un modo u otro, se habría generado la satisfacción
de esa exigencia, que a través de una persona u otra, un grupo social u otro,
se habría formulado una renovación teórica que expresara ese nuevo clima
social?
Si –aceptemos el arbitrio-
los comunistas del mundo “por orden de Stalin” hubieran desertado de esa misión
de renovar el marxismo, ¿en esas condiciones de requerimiento histórico, otros
no hubieran tomado la posta, y la historia, más temprano que tarde, habría
seguido su rumbo progresivo de la mano de una nueva vanguardia?
Si esto no pasó y, de
acuerdo a Engels, sí debería haber pasado, es falsa tal tesis de Fabelo, desde
una mirada marxista: es falso que los comunistas, por sí o por orden de Stalin,
se hayan constituído en el freno de tal desarrollo.
Si, en cambio, creemos con
Fabelo que “disposiciones administrativas” de Stalin (¡un individuo! ¡dentro de
una nación! ¡apelando a medios simplemente brutales!) fueron capaces de aquello
que no fue capaz toda la burguesía y su dictadura de clase, a saber, detener el
desarrollo del marxismo en todo el mundo, entonces entramos en el reino del
absurdo.
De nuevo, la tesis de Fabelo
se demuestra falsa.
Solipsismo
y “modelo”
Por cierto Fabelo nunca se
pregunta cuál es el origen del poder de Stalin, en qué clases sociales se
apoya.
¡Extraño marxismo éste, que
no hace análisis de clase!
Pero no es casual que Fabelo
–conciente o inconcientemente- nos deje velado el origen de ese poder: si nos
dijera que las bases de Stalin están en la alianza obrero-campesina, entonces
los crímenes que le adjudica pasan a ser representativos de los obreros y
campesinos.
Claro está, decir esto en
nombre del marxismo sería algo excesivo hasta para Fabelo.
Si, como los trotskistas,
dijera, en cambio, que Stalin representaba a la burocracia encabezada por el
PCUS, Fabelo debería concluir que,
entonces, su querido XX Congreso no era más que una guarida de asesinos.
¿Qué es lo que hace Fabelo
para salir de la encerrona?
Tampoco en esto es
original: sigue los pasos de Jruschov y
le adjudica a Stalin, por acción u omisión del relato, una criminalidad
personal y autosuficiente.
“El fenómeno Stalin” ése que
es capaz hasta de frenar el desarrollo del marxismo en el mundo, entonces, ¿no
tiene bases sociales?
Pero, ya se verá, ése no es
un problema para Fabelo.
Si análisis de clase no hay,
Fabelo nos ofrece ¿en reemplazo?, el
concepto de “modelo”, típico del centroizquierdismo bien de Siglo XX (el siglo
XXI, marxista o no, sigue sin aparecer).
La URSS es un “modelo
fracasado” de socialismo, dice Fabelo.
Puesto de esa manera, el
“modelo” aparece como categoría suprema. ¿Es esto marxista?
“Modelo fracasado” quiere
decir que el final -el “fracaso”- está ínsito en el origen -el “modelo”- que
obra así como el efecto ineluctable de una falla genética. La idea de
evolución, la del movimiento y su carácter contradictorio, las estructuras y
superestructuras que agotan su vigencia y dan paso a su renovación, esto, nada
menos que esto, queda de hecho de lado.
¿Por qué la Revolución Rusa
tiene la vitalidad de sobreponerse a la traición de la burguesía y de los
mencheviques (el “modelo” capitalista) a los errores del comunismo de
izquierda, a Trotski, etc. (“modelo” de socialismo importado de Europa vía
revolución mundial), pasa por los “modelos” del comunismo de guerra y la NEP, pero,
décadas más tarde, carece ya de ímpetu para sacudirse el esclerosamiento
burocrático, renovar en sentido ascendente, socialista, el conjunto de su
organización?
Con la idea petrificante de
“modelo”, puesta por encima del devenir, nos cerramos a la posibilidad de
hacernos esas preguntas fundamentales.
El marxismo “como guía para
el estudio” queda clausurado con semejante hilo conductor.
Pero si la idea de “modelo”
es inútil para estudiar la historia viva, como entelequia sirve en cambio a la
fantasmagoría de colocar a Stalin como el demiurgo del movimiento real.
“Modelo” implica al
diseñador, y si Stalin –como afirma Fabelo- desparramaba ilimitadamente sus
espantosos caprichos, esto habría sido posible por la sencilla razón de que sus
circunstancias sociales no eran otra cosa que el “modelo fracasado” creado por
él.
Es como si la URSS hubiera
sido la consumación del solipsismo de Berkeley, lo único que existía allí era
la subjetividad de Stalin.
Que Fabelo no sea conciente de que estos desvaríos están
implícitos en lo que dice no sería extraño, porque no constituyen -una vez más-
originalidades suyas, sino que vienen rotuladas como “marxistas” por otrora
prestigiosos sellos.
¿Qué otra cosa nos dice un
Jruschov cuando en su informe al XX Congreso nos habla de “culto a la
personalidad” y que tal “culto a la personalidad” fue obra de Stalin? (esto es
algo así como decir que la culpa de que la gente crea en Dios la tiene Dios).
¿Qué tal nos hubiera
enriquecido Marx, si en lugar de hablarnos de la religión como espíritu de un
mundo privado de espíritu, sollozo de la criatura oprimida, etc., nos hubiera
dicho que la religiosidad popular es el producto del arte de embustero que
tiene el Papa?
¿Éste es el marxismo que nos
aguarda en el Siglo XXI?
La religión nos dice que el
mundo es algo esencialmente armónico y que su maravilloso orden demuestra la
existencia de un creador.
La dialéctica, herética, nos
habla de un mundo esencialmente contradictorio, en el que –son palabras de
Hegel- la armonía nace del caos. Este mundo escurridizo a las directrices de
los dioses, no es el escenario propicio para los Stalin de que nos habla
Fabelo.
“No hay gran hombre para el
ayuda de cámara” había dicho Napoleón, revelando la intimidad dubitativa del
que es más conciente que nadie de que el gobernar no es impunemente un
ejercicio caprichoso.
Pues bien, los grandes
hombres no son dioses, pero los grandes hombres existen, y el marxismo no sólo
no los niega, sino que los exalta como necesidad y producto histórico.
No son los hacedores de la
historia, pero la historia, en la resolución de sus necesidades cruciales, no
se hace sin ellos.
La pregunta que aparece
pendiente es: Stalin, el hombre que
estuvo 29 años, no en una burbuja esotérica, sino al frente de la realidad
viviente de la URSS, que no fue ni Dios ni Satán… ¿qué fue?
Volvamos a Engels: “El que
tal o cual (gran) hombre y precisamente ese hombre, surja en un momento
determinado en un país dado, es por supuesto puro accidente. Pero suprímaselo y
se necesitará un sustituto, y éste será encontrado, bueno o malo, pero a la
larga se lo encontrará. El hecho de que Napoleón, precisamente ese corso, fuera
el dictador militar que la República francesa, agotada por su propia guerra, se
había hecho necesario, fue un azar; pero si no hubiera existido Napoleón, otro
habría ocupado su lugar, como lo demuestra el hecho de que siempre se encontró
el hombre tan pronto como fue necesario: César, Augusto, Cronwell, etc..”
(texto cit.).
Pues bien, si Stalin,
“precisamente ese georgiano”, no era el gran hombre que la Revolución Rusa
necesitaba a la muerte de Lenin, ¿cómo es que en 29 años no se encuentra su
sustituto?
Esto, desde el punto de
vista del marxismo, es insostenible.
Y sin embargo, esta idea
insostenible -expresión de la desviación burocrática- fue sostenida por largas
décadas en el movimiento comunista hasta el derrumbe de la URSS.
Interrogantes
finales
¿Cómo se resuelve finalmente
el contrasentido?
Siguiendo los pasos del
trotskismo, que habla de “revolución degenerada”, un Gorbachov acaba por decir
que la Revolución de Octubre fue “un error histórico” o un Fabelo –entre
tantos- que aquéllo constituyó un “modelo fracasado de socialismo”; todos, en
definitiva, para acompasar las cosas, degradan la Revolución Rusa a la altura
de la degradada imagen de Stalin.
Claro, ninguno de estos
individuos podría haber dicho estas cosas mirando a los ojos de los veteranos
de Stalingrado que desfilaron en 2003. ¿No han apartado la vista a la bandera
roja que se clavó en el Reichtag? ¿Por qué, en este país, al cumplirse los 60
años de aquellos inmortales acontecimientos, para poder ver publicadas esas
fotos, hubo que comprar Clarín y no un periódico de izquierda?
¿Es serio “teorizar” dando
la espalda a tamaños hechos históricos? ¿Es serio mantener tesis –omnipotencia
y criminalidad de Stalin- que conducen irremediablemente al absurdo? ¿No es
precisamente el absurdo un modo lógico de deducir la tesis contraria?
¿Es posible sostener una
visión lógica de la sociedad actual y su devenir con semejante deformidad como
interpretación histórica?
El bombardeo mediático ha
naturalizado las mentiras más descabelladas. Esta repitencia cotidiana que va
aumentando la dosis del culebrón conforme pasan las décadas, nos demuestra que
esta cuestión, trasciende largamente la discusión “académica”.
Las clases dominantes han
entendido desde siempre que la personalidad es un vehículo insoslayable de
transmisión de ideología al movimiento real.
No defender las figuras de
los líderes del socialismo equivale a no defender el socialismo.
No por casualidad el
retroceso de la clase obrera en el mundo ha ido de la mano de esta
claudicación.
(1); El marxismo en el
umbral del Siglo XXI, es un artículo de Fabelo Corzo, comprendido en una serie
de trabajos publicados bajo el título “El derrumbe del modelo eurosoviético:
una visión desde Cuba”.
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