jose hernandez

"...no teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes debaten seriamente mi título recibido de loco. Toda la educación popular era nueva, y yo estaba solo como un visionario. Loco. ¿Las Islas del Tigre? Loco. ¿Las tierras de Chivilcoy? Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros doctores y promover la reforma universitaria como lo estaba haciendo Lord Lowe en el parlamento inglés? Loco. Loco."

Domingo Faustino Sarmiento

martes, 21 de mayo de 2019


De los Indios Ranqueles al Congreso de la Nación

“Yo creo que un hombre que piensa seis meses de la misma
manera no puede pretender que no está equivocado””
                                                                                                                              Lucio V. Mansilla
Imagen multiplicada de Lucio V. Mansilla
en un espejo de su propiedad

Por Hebe Bussolari

Su estampa, atuendo y educación abrían al sobrino de Rosas los salones más selectos,  pero  en 1870 tuvo la oportunidad de ir a conocer a los ranqueles, que se presentaban bravos en la frontera de la provincia de Córdoba, donde tenía su cargo militar.
Le interesaron sus costumbres, su religión, su lengua. Estuvo un año y medio recorriendo el terreno para hacer el mapa de la zona y, sin esperar más órdenes, fue nomás con su tropa.  
Esa experiencia es el tema de una obra literaria de gran valor,  “Una Excursión a los Indios Ranqueles”,  donde con una fluidez en la que el autor parece hablar con el lector,  muestra como nunca aquel paisaje.          
Como militar, su misión fue retirar a los indios de las cercanías del Río Cuarto, por lo que estudió con minuciosidad el terreno por el que transitaría hasta encontrarse con los indios.
Describió a sus soldados, los más producto de levas y sin ninguna instrucción,  acercándose espiritualmente a ellos al punto de individualizarlos a todos.
“El fogón es la delicia del pobre soldado después de la fatiga. Alrededor de sus resplandores desaparecen las jerarquías militares. Jefes y oficiales subalternos conversan fraternalmente y ríen a sus anchas. Y hasta los asistentes que cuidan el asado o el puchero o ceban mate, meten de cuando en cuando su cuchara en la charla general…”
Algunos soldados contaban cuentos, pero los de Mansilla ocupan capítulos, como el relato sobre el cabo Gómez, donde hasta mezcla aparecidos en la trama.  
Las observaciones son para un amigo que pretendía que la política de expansión propia de Buenos Aires se hiciera mediante el directo exterminio de los indios. En cambio, la intención de Mansilla  era hacerle firmar al cacique Mariano Rosas, el más importante del lugar, y que tenía la habilidad de tener a sus rivales en luchas entre sí, un tratado de convivencia. Le comentaba al amigo que su intención mejor no podía ser.  
Aquello de encontrarse con Mariano Rosas fue toda una odisea. Los indios eran sumamente desconfiados. Mansilla mandaba mensajeros anunciando su visita y su propósito, pero ellos ponían toda clase de obstáculos para demorar la entrevista, mientras esperaban a los que habían ido a averiguar: ¿quién era ese que venía? ¿era realmente el que decía que era?.
El primero que le hace pasar por esos trámites fue el cacique Ramón, que estaba pegado a la frontera y  cuya tierra tenía que atravesar, pero Mansilla no quiso visitarlo primero a él, por miedo a que el Mariano de mayor jerarquía se ofendiera. 
Mariano Rosas, retenido y cristianizado por Juan Manuel, en cuanto tuvo conciencia huyó hacia sus raíces y nunca más volvió. Según Mansilla era un gran orador que utilizaba  todos los tonos de la oratoria y              con la astucia política del indio. Al proponerle Mansilla el Tratado, le contestó que antes tenía que              
Mariano Rosas, Cacique ranquel
     
consultar con todos los otros caciques, demostrándole que entre ellos no prevalecía el derecho del más fuerte.
Así era: al lonco lo sucede su hijo. Si no hay sucesor sanguíneo, se dirimía en Parlamento quién sería  el sucesor.
De modo que Mansilla conoció primero al cacique Ramón, para él un hombre extraordinario, un platero que trabajaba todo el día utilizando un fuelle que había inventado con una panza de vaca. “¿Tu serías capaz de hacerlo?” pregunta Mansilla en una de sus cartas al amigo.
Y le cuenta que, al despedirse, el indio le pidió algo que él no le pudo entender por más que se lo hizo repetir varias veces. Lo atribuyó a la torpeza de Ramón para expresarse, pero su sorpresa fue cuando, ya en Buenos Aires, se enteró que esa palabra que él no entendía correspondía a un color que tampoco conocía. “¡Cuánta ignorancia les atribuimos que, en realidad, es nuestra!” se lamenta.
Y siguen las reflexiones de sus cartas: tanto que estudiamos, dice, ¿para qué? Para despreciar a un pobre indio llamándolo vago y salvaje. Pedimos su exterminio porque ellos no se asimilan a nuestra civilización a la que,  nosotros, consideramos recta y justiciera. Actúan como salvajes ¿y qué les enseñamos para asimilarlos? La civilización… la que muestra “al salir del centro de Buenos Aires…  por un lado la opulencia con sus parques y sus teatros, por el otro el proletario, sin escuelas, sin templos, en la ignorancia y la idiotez.”
En el camino a los ranqueles, después de días de marcha bajo la lluvia, ordena bajar, hacer un asado, hervir una pava de agua.
Tirado a descansar en el suelo entre las pilchas mojadas, piensa: La civilización no conoce el placer de dormir bajo las estrellas. ¿Qué tiene la civilización? Más soldados… más guerras; más abogados… más pleitos; más periódicos… más mentiras. Cuando estas tierras estén civilizadas, quedará solo eso, civilización… nada más…
Así eran las cartas, mientras iba ocurriendo su aventura militar de 1870.
Pero en qué ambivalencia vivió el sobrino de Rosas? En pleno debate  del Congreso en 1885, se opuso a que se les concedieran tierras a los indios, porque, argumentó, después iban a venderlas por una damajuana de aguardiente y era una quimera considerarlos ciudadanos “porque un indio es siempre un indio”…
“Si hubieran visto sus gestos de estudiado hastío, cuando el doctor Ortiz preguntó a la asamblea: “¿entonces que se hace con esos hombres? Creo que ningún diputado pedirá que se los mate”.
“Y lo hubieran oído responder con su frialdad acostumbrada: Yo no diría eso, sino que se los elimine con los mismos procedimientos usados hasta aquí.”
El procedimiento seguido hasta ese 1885 no fue otro que el hacinamiento, las enfermedades, el desarraigo, la ruptura de la cohesión familiar y social o la integración compulsiva en campos de trabajo o colonias militarizadas, 
En suma, lo que la hipocresía llamó “la dulce extinción”. La postura de Mansilla en el Congreso fue registrada en el diario de sesiones de la Cámara de Diputados. Sesión 19/8/1885, página 462.

Para entonces la burguesía porteña se reunía en el lujoso y frívolo Club del Progreso, donde Mansilla destacaba su elegancia afrancesada. Era, se sabía, la admiración de los concurrentes.
Para entonces, el país vivía más que nunca  su ambivalencia.
Buenos Aires se sentía Paris, repicando con ingenuo entusiasmo la copla de Mayo:

Calle Esparta su virtud,
Su grandeza calle Roma.
¡Silencio! Que al mundo asoma
La gran Capital del Sud. 

…Mientras tanto, las provincias, con sus precarias viviendas de palos y paja, no habían salido de la mentalidad colonial.
Dice Anibal Ponce refiriéndose a esa época: Era habitual la frecuentación de Europa. “Pero había en el fondo de tanta actividad aparente una molicie no disimulada, una verdadera holganza voluptuosa. Más preocupaba la gracia sonriente que la disciplina adusta”.
Juan Bautista ¨Tupac Amaru
El Congreso de Tucumán llegó a
 pensarlo Rey de las Provincias
Unidas del Río de la Plata
Es la misma gente que va rodando de un lugar a otro y cambia a menudo de orientación política: ”si fuéramos a enumerar los nombres de los hombres que cambian de partido en la Argentina, tendríamos que enumerarlos a casi todos.”
El biógrafo de Mansilla José Luis Lanuza: “En 1886 había subido a la presidencia de la República Miguel Juárez Celman, concuñado del ex presidente Roca. A Mansilla no le costó un gran esfuerzo evolucionar hacia el juarismo. Él, que nunca hizo misterio de sus inconsecuencias políticas, llegó a proclamarlas, impávidamente, en el Congreso (1886): “Yo creo que un hombre que piensa seis meses de la misma manera no puede pretender que no está equivocado””

Y… en este momento, ya en el siglo XXI: ¿nos es incomprensible la actitud de Mansilla y  su grupo social o nos resulta familiar?

¿No olvidamos muchos de nosotros, como Mansilla, la lucha común por la Independencia, a Tupac Amaru, a los indios que, casi sin fusiles, lucharon con Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy, conteniendo la invasión española en el Alto Perú, a las Republiquetas que se alzaron hasta el holocausto frente a los realistas en alas de las banderas de igualdad política y civil que les llevó Castelli? ¿No eran hijos de indias los gauchos de Güemes, los pueblos de nuestro norte que hicieron de las provincias bajas el baluarte que salvó nuestra Revolución?



Se conmueven del Inca las tumbas
Y en sus huesos revive el ardor,
Lo que ve renovando a sus hijos
De la Patria el antiguo esplendor.

¿No es que, como a Mansilla, a la mayor parte de nosotros, lo que nos falta es arraigo en nuestra historia, en el destino peculiar de nuestra tierra, el ser punto de confluencia de la población autóctona con la europea, constituyendo en toda América del Sud, ese conglomerado mestizo único que, por haber acogido a todas las razas del mundo, está destinada a formar, al decir de Vasconcellos,  la raza de bronce, la raza Cósmica?

En 1989, el Consenso de  Washington nos colocó bajo el sistema económico más cruel de toda la historia: el neoliberalismo. Y sólo tenemos una defensa efectiva ante ese gigante que oprime cada vez más: romper las barreras, impuestas por el capital, que separan a los pueblos sudamericanos. 

Bibliografía
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles
Norma Sosa, “Mujeres Indígenas de la Pampa y de la Patagonia” (Norma Sosa es de la Asociación del Grupo del Sud.  Especialista en etnohistoria de la frontera sud. Actuó también  fuera del país. Publicó esta obra en el 2001).
Mauricio Lebedinsky, La década del 80
Juan Álvarez, Las guerras civiles argentinas
José María Paz, Memorias Póstumas
Vicente Fidel López, Historia Argentina