jose hernandez

"...no teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes debaten seriamente mi título recibido de loco. Toda la educación popular era nueva, y yo estaba solo como un visionario. Loco. ¿Las Islas del Tigre? Loco. ¿Las tierras de Chivilcoy? Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros doctores y promover la reforma universitaria como lo estaba haciendo Lord Lowe en el parlamento inglés? Loco. Loco."

Domingo Faustino Sarmiento

El concepto de raza en Sarmiento

Capítulo de los

Apuntes sobre el pensamiento revolucionario de

Domingo Faustino Sarmiento

de

Hebe Beatriz Bussolari

& Luis Urrutia

 


VI


Sarmiento suele ser acusado de racista y esto, a menudo, desde la izquierda.

Imputación tan falaz como fácil de apoyar con citas, puesto que podemos encontrar en Sarmiento infinidad de manifestaciones usando el concepto de raza de un modo que, escrito hoy, nos resultaría inadmisible.

Es que, históricamente, el concepto de raza y su función ideológica y política han variado lo suficiente como para inducir a confusiones, cuando se ignoran los contextos de época.

Cuando diez mil japoneses corean el Himno a la Alegría de Beethoven con una asombrosa afinación o interpretan el tango como si fueran argentinos, se fortalece en el sentido común la imagen de una condición humana universal, que se sobrepone a la diversidad de origen cultural y que, sobre todo, despedaza las estigmatizaciones racistas.

Pero ésta es una experiencia rigurosamente actual.

Hoy podemos decir con certeza que el racismo es un prejuicio discriminatorio, porque la genética y las mismas ciencias sociales han demostrado que las diferencias raciales no importan desigualdad en las capacidades de las personas, ni la cargan con predisposiciones morales, estéticas o volitivas distintas. Y porque todo esto, antes que por la ciencia, es sabido ahora por la experiencia misma de la humanidad entera, a través de la mundialización de la economía, que proporciona el contacto, la convivencia y la mezcla de grupos étnicos que cohabitan en una multitud de economías modernas.

El concepto de raza, hoy tan devaluado, hace menos de cien años estaba firmemente establecido, incluso en sectores progresistas que procuraban utilizarlo con un sentido liberador.

En nuestro país, por un decreto firmado por el presidente Hipólito Irigoyen en 1917, se creó una festividad: el Día de la Raza, adoptado luego por otros países de Sudamérica.

Entonces, se tuvo la intención de reforzar la identidad de los pueblos sudamericanos entre sí y con España, como una forma de fortalecerse frente al avance norteamericano, que ya lanzado en su marcha hacia el hegemonismo imperial, había hecho de su doctrina: “América para los americanos” una punta de lanza para convertir al sur continental en su patio trasero. Lejos habían quedado los días en que, según Sarmiento, había servido para poner freno en América a los intentos restauracionistas de la Santa Alianza.

Al argentino José Ingenieros, al uruguayo José Enrique Rodó, al mejicano José Vasconcelos y a la chilena Gabriela Mistral ni se les ocurrió impugnar ese concepto de Raza; adhirieron al festejo, pensando que esa idea impulsaría la unidad latinoamericana.

Para ellos, la raza latina, así como las otras, tenía cualidades propias, hereditarias, instaladas ya en los genes y aludían sinceramente y con énfasis a la “fuerza” de la raza latinoamericana.

El peso del concepto de raza y su influencia en el lenguaje puede medirse en alguien tan extraño al racismo como Marx cuando, criticando a Feuerbach, no halla inconveniente en decirlo de este modo:

“sólo considera la actitud teórica como la auténticamente humana, mientras que concibe y fija la práctica sólo en su forma suciamente judaica de manifestarse.”

Esto que, dicho hoy, ofendería las convenciones antidiscriminatorias, ¿podía ser en su autor una manifestación siquiera episódica de racismo?

No, porque renglones más abajo, el mismo Marx dice, poniendo a las razas, y a cualquier consideración biológica, naturalista, totalmente afuera de la cuestión: “…la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.”

“El antisemitismo es el socialismo de los imbéciles”, llegó a decir exasperadamente Engels, en la necesidad de enfrentar cierto planteo racista dentro del propio movimiento obrero.

¿Qué decir, yendo más atrás, de inteligencias incuestionablemente universales como Kant y Darwin? Kant fue el primero en concebir científicamente el origen del universo, así como Darwin explicó el origen de las especies, desplazando ambos a la Biblia del centro de la concepción del mundo. Estos dos hitos fundamentales del pensamiento, sin embargo,

vacilaron frente al interrogante sobre si las diferencias entre las civilizaciones tenían bases puramente culturales o se asentaban en las diferencias físicas con que se definían las “razas”.

¿Tenían o no derecho a la duda esos hombres eminentes, ante el contraste que presentaban grupos humanos, milenariamente aislados entre sí, con características físicas y civilizatorias diferentes, si faltaba la prueba práctica de la igualación por la mezcla cultural?

Ese vacío de certeza fue llenado por las creencias y las creencias fueron condicionadas por las ideologías.

Históricamente, la expansión del capitalismo ha tendido a borrar objetivamente las diferencias raciales y culturales, en cuanto incorporó a los pueblos al mercado mundial y esto tuvo su reflejo en el antirracismo.

Sin embargo, Según Ellen Meiksins Wood, el racismo adquirió bajo el capitalismo, y en particular en el siglo XIX, una virulencia sin antecedentes en la historia de la humanidad, ya que apareció la necesidad de justificar la esclavitud y el colonialismo.

En Grecia y Roma, anota esta autora, la esclavitud se justificaba por sí misma, como una institución útil, sin apoyarse en la idea de una humanidad disminuida de los esclavos. El capitalismo, en la necesidad de preservar el concepto de igualdad jurídica de las personas, esencial a la hegemonía burguesa, y al mismo tiempo privar de derechos a una parte de la humanidad, debió recurrir al concepto de inferioridad racial, a una virtual exclusión de los esclavos y colonizados de la pertenencia al género humano.

El cristianismo, que con la idea de que todos somos hijos de Dios representó el antecedente necesario de la formalidad igualitaria capitalista, debió tempranamente adaptarse a estas necesidades de los nuevos tiempos.

¡Pobres aquellos negros!, decimos hoy, muy cristianamente. Pero fue una bula del papa Nicolas V, en 1455, la que decretó que los pueblos no cristianos no tenían condición humana, porque no tenían alma y que, por lo tanto, podían ser cazados, domesticados o vendidos, como animales. El concepto de raza incorporó allí un no asumido contenido clasista, se convirtió en ideología, en racismo.

El doble carácter de la actividad burguesa, cooperativa y, a la vez, de ruptura de la socialización, en cuanto consagra la apropiación privada del trabajo social, se comunica a toda su ideología, que se vuelve dicotómica, de doble moral, de doble discurso.

Esta dicotomía se expresa también, en la sociedad burguesa, en la diferenciación entre sectores más liberales, democráticos y progresistas, antirracistas, y otras vertientes definidamente autocráticas y reaccionarias, racistas.

Ahora bien. La falta de precisión científica volvía ambiguo el concepto de raza, convirtiéndolo en una zona donde convivían oscuramente lo cultural y lo genético. Esto condicionó a las cabezas más universales, entre ellas a Sarmiento, por lo que no es correcto acusarlas sin más de racistas, porque el racismo es racismo por su función ideológica, por su uso con propósitos de opresión social.

Cuando dijo al Parlamento, “lleno de ganaderos”, que es “extraño a nuestro cerebro español, todo lo que huele a Ciencia” no tenía enfrente al hombre de pueblo o en particular

al gaucho, sino puntual y específicamente a la oligarquía allí nucleada, que es la que le dificultaba la erección del Observatorio Astronómico.

Con la expresión “cerebro español”, no atribuía un carácter innato a esa actitud cultural heredada de España, ya que existe en él una ponderación histórica de la cultura española en la que rescata momentos pasados más luminosos que aquel presente sombrío.

Lo antedicho es ilustrativo en cuanto lo que nos interesa ver es si el concepto de raza de Sarmiento es puesto por él en un papel progresivo o reaccionario, atendidas las circunstancias de la sociedad de su época.


Sarmiento no arribó a una definición del hombre tan depurada de positivismo como la del marxismo, pero coincidimos con Héctor P. Agosti, cuando escribe que“para el Sarmiento de Conflictos y Armonías no existen diferencias específicas y eternas entre las razas, sino grados diferentes de desarrollo histórico. Lo cual significa que en el instante en que comienza a florecer la metafísica racista de Gobineau, el sanjuanino se acerca, por muchos conceptos, a una moderna visión del problema, tal como tiende a encararlo la sociología contemporánea”.

Agregamos nosotros que, 30 años antes, para el Sarmiento de Argirópolis tampoco hay tales “diferencias específicas y eternas entre las razas”, como aquí se puede ver:

“La dignidad y posición futura de la raza española en el Atlántico exige que se presente ante las naciones en un cuerpo de nación que un día rivalice en poder y en progreso con la raza sajona del Norte, ya que el espacio del país que ocupa en el estuario del Plata es tan extenso, rico y favorecido como el que ocupan los Estados Unidos del Norte.”

Y este aspecto del concepto de raza, el de ser una categoría histórica, es fundamental para caracterizar a Sarmiento, porque el racismo necesita hacer creer que entre las razas hay diferencias eternas, que vuelven a unas superiores a las otras para siempre.

Basta contrastar a Sarmiento con Gobineau.

En 1853, la época del apogeo de la expansión comercial que preludiaba la gran expansión colonial, aparece el libro de Gobineau “Teoría de las Razas”, ratificando la vieja idea de que las características raciales físicas y síquicas son inmutables y hereditarias, que entre las razas hay jerarquías y que su mezcla es degenerativa.

Sarmiento aparece desbaratando estas consideraciones colonialistas que buscan eternizar una “raza superior”, cuando considera la mezcla “racial” como un recurso de elevación de las cualidades de la población:

“Nosotros necesitamos mezclarnos a la población de países más adelantados que el nuestro, para que nos comuniquen sus artes, sus industrias, su actividad y su aptitud al trabajo.” (Argirópolis)

Observamos que la idea de que la mezcla racial es degenerativa es perfectamente consonante con la función clasista del racismo. Mezclar las razas, como propone Sarmiento, conduce a la igualdad racial y por lo tanto de clase. Nada más que por esto, Sarmiento debe quedar exculpado de todo racismo.

Sarmiento no sólo hirió el racismo colonialista, sino también al de la oligarquía vacuna.

Valga como ejemplo el propio “Conflictos y Armonías”.

Conflictos no tuvo buena acogida entre los porteños, a quienes el libro presentaba como mestizos. Según C.O. Bunge “… la obra estuvo muy lejos de obtener, cuando vio la luz pública, un franco éxito de crítica. La teoría étnica resultaba ciertamente poco halagadora para la vanidad nacional y era antipática a los escritores argentinos que, olvidando su origen criollo, se suponían europeos “pursang” ”. Está claro que, al declarar mestiza a la gente de alcurnia (hay un libro sobre Genealogía argentina), Sarmiento esterilizaba la función opresora del esquema racista.

Las acusaciones contra Sarmiento caen en un franco ridículo, cuando se toma nota que las razas que han sido blanco predilecto del racismo, han tenido de su parte rotundas reivindicaciones.

El cúmulo de elogios que prodiga a los negros remata con lo que resulta una acusación a todo el colonialismo posterior: “el mundo sólo está lleno de los rumores de África, de los descubrimientos, grandezas, esplendores del África, porque todos sienten que le ha llegado su hora de justicia, dignidad y reparación.”

De la persecución de los judíos, encontramos esta apreciación:

“Las riquezas que habían acumulado por el comercio y la usura los judíos en España, tentaron la codicia de los reyes, privando a la nación con la expulsión en masa y los suplicios del nervio y la inteligencia del comercio, como si de Buenos Aires se expulsaran ahora a los comerciantes y banqueros de raza inglesa”. 

Pero donde más integralmente se exhibe la filosofía de Sarmiento es en el caso de los indios, no sólo por tratarse de un grupo social despreciado hasta la marginación y el exterminio, como porque allí hace una consideración filogenética cuyo impecable historicismo demuele todo andamiaje racista:

“Al hablar pues de los indios por miserable que sea su existencia y limitado su poder intelectual, no olvidemos que estamos en presencia de nuestros Padres prehistóricos, a quienes hemos detenido en sus peregrinaciones e interrumpido en su marcha casi sin accidente perturbador a través de los siglos.”

Allí donde Sarmiento se expide negativamente sobre los sectores populares de orígenes indígenas, lo hace en función de intereses precisamente populares, democráticos. “¿Qué queréis que hagan Perú y Bolivia con los mismos cuatro millones de indios Quichuss o Aimares que la civilización incaica educó? Si leyerais las Catilinarias de Montalvo contra un general Veintimilla que ha sucedido en el ejercicio del despotismo más oscuro, casero, indiano, frailuno de García Moreno, otro motilón escapado del convento, para erigirse en Presidente del Ecuador; como Guzman Blanco, un agiotista que juega en la patria de Bolívar a la alta y a la baja de los fondos públicos…El origen de esta decrepitud es común a toda la América y la encontraréis en que no hay pueblo que sea, que quiera, que pueda ser libre…”

Características particulares de la población de nuestro país.

“Hace dos años, me hallé en Córdoba en el período electoral de que salió la presente administración (Roca). Un batallón de línea fue distribuido en las mesas electorales de la campaña: otro de guardias provinciales en la ciudad; y no obstante esfuerzos supremos de 37

la escasa clase culta en la campaña y en la ciudad, una unanimidad horrible, porque causa horror esta atonía, dio los resultados que se conocen. No hago reproches a aquellos gobiernos por el sistema electoral. De regreso a Buenos Aires, pude ver los mismos medios de fraude e intimidación empleados por los que se llaman liberales…”

“…Buenos Aires (porque no quiero anticiparme a los hechos, ni salir de la verdad práctica) es un vasto taller de pensamiento, con una imprenta a cada cuadra, con cincuenta diarios políticos, en cinco lenguas distintas…He aquí pues que tenemos un hilo que nos saque del laberinto. La razón pública ha de formarse, porque tenemos el órgano de la difusión de las ideas y de la expresión del sentimiento público…Pero no nos hagamos ilusiones! …Para el juego de las instituciones necesitamos constituir el pueblo; y el pueblo no existe entre nosotros…existe un elemento que no se incorpora en la ciudad no obstante que por sus condiciones de sociabilidad es el más adecuado para establecer la igualdad de aptitud a la vida política. Hablo de la emigración europea, que es materia orgánica, el protoplasma para construir y hacer crecer rápidamente el pueblo. El triste espectáculo de la América entera, muestra que la civilización europea se detendrá en las costas largo tiempo sin penetrar en el interior del continente, y en las clases superiores, sin descender a las masas indígenas predominantes en todos los otros Estados y estas masas de otra raza, serán en América para las instituciones libres, lo que los hindúes en Asia para la civilización europea y el cristianismo, cuyos principios y cuyos dogmas aprenden como materia de erudición, desdeñando empero hacerse cristianos o revestir nuestro traje. Los inmigrantes traen con sus industrias su instinto de occidentales, su herencia de Arrianos, en germen, y en diverso grado de desarrollo, los principios políticos que rigen hoy al mundo, que llamaremos latino-germánico, porque ambas razas han dado los elementos constitutivos”.

Una vez más, Sarmiento ve la raza como algo eminentemente cultural. La “estirpe indígena” es inhábil para la democracia y acaba sosteniendo el despotismo, no por razones genéticas, sino por haber sido educada por la civilización incaica. La emigración europea, asimilada, será, por el contrario, el sostén de la verdadera democracia.

Además, Sarmiento, coincidiendo aquí con las tesis del marxismo, relativiza la acción cultural de las elites (la profusión de los periódicos y la actividad editorial) y coloca a las propias masas y su desarrollo cultural alcanzado como el sostén real del progreso social hacia un estado de derecho, racional.

Por fin, no descalifica para siempre a indios y mestizos, sino que apela a la emigración europea para una rápida creación de pueblo. Se trata no de metafísica racista, sino de coyuntura histórica.

Conclusión.

Sarmiento, claramente, no es racista, pero la raza está en el centro de su pensamiento. ¿Por qué?

En contraste con la corriente materialista e historicista que en Europa culmina en Marx y Engels, en cuanto a la idea de la lucha de clases como motor de la historia, Sarmiento, partiendo de una orientación filosófica con evidentes vasos comunicantes, hace centro en el concepto de raza para hallar una lógica de los acontecimientos históricos.

Esto tiene una razón de ser.

Desde su puesto de observación, Marx y Engels, que estudian la vanguardia del desarrollo capitalista, se encuentran con una burguesía y un proletariado pertenecientes a una misma cultura, una misma fisonomía racial, una misma geografía; el proceso histórico se va amasando en las relaciones entre esas clases y las clases que las precedieron, como parte de un solo devenir y en un escenario que es siempre el mismo.

Marx y Engels podían abstraerse del concepto de raza y del determinismo geográfico, tan frecuentes en Sarmiento, porque esos factores no intervenían como elementos diferenciadores en buena parte de su objeto de estudio. No hay allí inmigrantes y las clases sociales pertenecen todas a una misma raza.

Con Sarmiento, las cosas suceden exactamente al revés. Su escenario es el de una sociedad que llega al capitalismo, no por la lógica de su propio desarrollo, sino a través de los mecanismos de transmisión de cultura; su base material no es un proceso autóctono de desarrollo de fuerzas productivas (la máquina de vapor no podía inventarse en las pampas), sino la mundialización del comercio. Entendida cada raza como una totalidad cultural, resulta esencial conocer el papel de cada grupo étnico en la dinámica de semejante proceso de cambio.

Por otro lado, el vasto territorio y su diversidad, el despoblamiento y el atraso social hacían del elemento geográfico un factor a veces principal de la fisonomía social, teniendo en cuenta que se trataba de una economía natural, en cuanto a que naturales eran los medios de producción fundamentales. Esto explica su determinismo geográfico.

Y allí donde la raza cede su lugar al determinismo geográfico, “nuestra pampa nos hace indolentes, el alimento fácil del pastoreo nos retiene en la nulidad”, el pensamiento no cambia su sentido ideológico: el dardo va dirigido, antes que a nadie, a los máximos responsables, a la clase que administraba la economía, esos ganaderos que, mediante el latifundio, vetaban el desarrollo de la actividad agrícola.

Sarmiento es un pensador original, al mismo tiempo que abierto a ideas de distintas fuentes, sean socialistas o del individualismo manchesteriano, de manera que es temerario asimilarlo sin más a la categoría de adherente de ninguna corriente de pensamiento.

Por eso, sin ánimo de desmentirlo cuando dice “con Spencer me entiendo, porque andamos el mismo camino” (carta a Tejedor, citada por Agosti), consideramos necesario precisar la significación diferencial que tiene en él la idea evolucionista, aún bajo la forma del darwinismo social.

Desde “la armonía nace del caos” de Hegel hasta “la violencia es la partera de la historia de Marx”, el lado inarmónico de la realidad es permanentemente destacado por un pensamiento decimonónico que, como vanguardia del humanismo, rechaza la supuesta perfección de lo real, esa armonía natural que supone una Creación inteligente, y que constituye la sustancia del argumento retardatario. El darwinismo no desentonaba, en ese sentido, con las corrientes de pensamiento más avanzada.

De modo que el pensamiento burgués encontró, así, en la doctrina de Spencer, que basaba en “la supervivencia del más apto” el factor principal de la movilidad social, la apariencia de una necesaria justificación material, no religiosa, de las diferencias sociales.

Ciertamente, todo esto es falaz.

El aplastamiento del proletario y su prole, a manos del capitalista se produce en razón del poder que éste detenta, que es el que brota de su capital, no de una superior “aptitud” personal.

¿Pero era Sarmiento cómplice de este engaño?

No. Para entender las posiciones de Sarmiento, tenemos en cuenta, siempre, su idea del reparto de la tierra “en proporciones labrables”, esto es, al que la trabajara y en la medida en que pudiera individualmente trabajarla. Y, como la tierra era el medio de producción fundamental en el país, tal reparto habría sido definitorio de un carácter igualitario de la sociedad argentina.

Por eso, en Sarmiento, el concepto de “más apto” deja de jugar el rol justificador de los privilegios burgueses y se orienta a fundamentar una sociedad meritocrática. Y el mérito, como medida, no sólo está en las antípodas de la discriminación racista, sino que se encuentra, consecuentemente expresado, en las bases éticas del propio socialismo.


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