Juan José Hernández
Arregui
“Nacionalismo y
Liberación”
Ediciones Hachea, 1969
Por Luis Urrutia
En el
manifiesto del grupo CONDOR, Hernández Arregui escribe:“Al adoptar el método marxista, sin dejarse dominar por él, como lo
advirtiese el propio Marx, CONDOR recusa la aplicación mecánica de sus fórmulas
a nuestra realidad nacional y latinoamericana, tal cual lo han hecho las
izquierdas tradicionales en la Argentina, que así han caído en una odiosa y
deplorable falsificación del marxismo, y por lo tanto, de la historia
nacional.”
Dice “adoptar
el método marxista, sin dejarse dominar por él”, con el objeto aparente
de no incurrir en la aplicación mecánica de sus fórmulas. No es ocioso marcar el flagrante contrasentido, puesto que el
método marxista, entre otras cosas, consiste en no hacer mecanicismos. ¿Cómo
entender, por fin, este curioso espíritu “indómito” ante el método?
Acaso una
pista la tengamos aquí, el remarcado es nuestro:
“A un gran político no le interesan las
ideologías –palabra ésta a la que Perón le da más bien el sentido de
teorizaciones muertas separadas de la práctica- sino los resultados que una ideología anudada a la cuestión nacional,
pueda reportarle al pensamiento argentino. 28…Por eso, Perón pone como
símbolo de ese pensamiento nacional, a Raúl Scalabrini Ortiz. Y cita a renglón
seguido a un historiador, José María Rosa, de formación ideológica opuesta a la
mía, aunque nos una el mismo sentimiento de fidelidad a la tierra.”29
Así que el “método marxista” parece aquí pragmáticamente subordinado a
un “pensamiento argentino” en el que podrían convivir y cohonestarse ideologías
opuestas. Al fin y al cabo, si Perón hablaba de armonizar las clases, por qué no conciliar sus respectivas
ideologías en “un pensamiento argentino”. No nos abusemos de nuestra
perspectiva. Hernández Arregui escribió esto en 1969. En 1974, año de su
muerte, la Triple A daba respuesta práctica a la premisa y a la conclusión de
este pensamiento “anudador” de ideologías opuestas.
Sin embargo, Hernández Arregui refutaba su propia lucubración cuando
afirma:
“El nacionalismo adquiere connotaciones
irreductiblemente contrarias según las clases sociales que lo proclaman o
rechazan.”15
¡Exacto! Pero entonces, si la idea de “lo nacional” queda así
subordinada a un prisma clasista, no se podría subsumir el “método marxista” en
un difuso “pensamiento argentino”, sino más bien lo inverso. Quienes lo leen,
deberán decidir sin ayuda si se quedan o no con el “método marxista”. Hernández
Arregui no sólo no les ofrece una solución al fundamental problema, sino que
parece empujarlos a enredarse en él.
Veamos ahora cómo, marxista o no, o marxista de a ratos, Hernández
Arregui aborda en concreto la “cuestión nacional”.
Parece elemental que la reivindicación nacional comienza por la
Revolución de Mayo. Héctor Agosti rescata de Echeverría el concepto de
revolución interrumpida, tanto para explicar la génesis de nuestra formación
nacional, como de su carácter finalmente dependiente.
No es el
caso de Hernández Arregui:
“…la Revolución de Mayo de 1810…es…el punto inicial de
la caída de estos pueblos a la condición de apéndices inertes de la economía
internacional. Esto es, a la función de consumidores de las manufacturas
inglesas…Las sabias medidas proteccionistas dictadas por España a sus
provincias americanas fueron revocadas”. 84
La
impugnación no se limita a nuestro Mayo de 1810, sino a toda la independencia
americana (el remarcado es nuestro):
“En el contrastado pensamiento de Bolívar clarea esta
incertidumbre de los irresolubles males
acarreados por la emancipación…en Bolívar, junto a su visión unificadora,
ronda el pensamiento filosófico y político de las oligarquías criollas que
suplantaron a los españoles. Bolívar jamás creyó en el pueblo…Pero creía en
Europa, como la generación aristocrática, republicana e ilustrada a la que
pertenecía y que siendo una ínfima minoría, tomó el poder en los nuevos países:
“Estas ventajas, un gobierno independiente, escuelas gratuitas y los matrimonios
con europeos y angloamericanos cambiarán todo el carácter del pueblo y lo harán
ilustrado y próspero”. Son las ideas “progresistas” que más tarde pregonará
Sarmiento” 111
La
emancipación americana parece haber ofendido nuestro linaje español. “Los lazos con España ya no nos oprimen,
pero sus tradiciones nos abruman”, había resumido Echeverría; en cambio
Hernández Arregui postula “En tanto no
comprendamos la malformación, más o
menos reciente, operada sobre la conciencia histórica de nuestros orígenes, que
vienen del siglo XVI y no del siglo XIX…etc..”
Nos invita,
consecuentemente, a cultivar el orgullo nacional, levantando la memoria del
Imperio Español. Para ello compara:
“La colonización de Venezuela fue cedida a los
banqueros alemanes Welser y Cia y superó en salvajismo a todo lo conocido hasta
entonces” “Conviene, de paso, decir algo sobre el macabro tema de la
Inquisición, tan sobado por los enemigos de España. Torquemada quemó –era un
espíritu compasivo- 9000 personas. Bien: Thomasina de Halle calculó hasta 1700,
en los países protestantes, habían sido muertos bajo la acusación de hechicería
¡9 millones!” 99 Al identificar la nacionalidad con un remoto punto
original, prescindiendo de su evolución y, en particular, de los aportes
inmigratorios, nos desliza al concepto reaccionario que Agosti descubre
implícito en el nacionalismo: “La
Argentina auténtica vendría a ser lo intocado, lo que no se modifica, o lo que
no se intenta modificar…”
Pero lo
retrógrado de España –ese embellecido punto de origen que definiría para
siempre nuestra identidad- se mide en el resultado final de su imperio: era la
dueña del oro mundial arrebatado a América, de ese mismo oro que desató el gran
desarrollo capitalista en Europa; pero fue absolutamente incapaz de usar ese
oro para financiar una industria propia.
Así resulta impensable que los conatos de revolución burguesa en América
no se tiñeran de ese repudio a lo español que Hernández Arregui lamenta, pero
que constituía el modo ineludible de constituir la nación.
Otra clave
de la progresividad de Mayo podría verse en la apertura a la inmigración
europea.
Pero para
Hernández Arregui las cosas son al revés: “Europa,
con la aquiescencia de la oligarquía vencedora de las últimas montoneras, trajo
la inmigración. Un hecho económico y político destinado a asestar el golpe
mortal a las postreras resistencias populares que, a través de los caudillos,
fueron levantamientos en masa del interior contra Buenos Aires”.215
Lo que
olvida Hernández Arregui es la importación de esclavos en tiempos coloniales.
Esa sí que fue una gran desgracia para los trabajadores criollos, empujados a
la marginación, al ser reemplazados por seres humanos privados de todo derecho.
De allí viene precisamente el gaucho. Cuanto más bajo el desarrollo social de
la inmigración, con vistas a degradar la condición social del trabajo, peor
para los originarios. Huelga decir que la inmigración europea representó lo
contrario de esto, como lo prueba el odio oligárquico a los extranjeros y sus tempranas luchas por el progreso social.
No hay una
muralla china entre aquel nacionalismo con que la oligarquía revistió esa
xenofobia y esta afirmación de Hernández Arregui: “Entre el grupo originario y el suelo, se establece una identificación
emocional, hecho comprobable en cualquier provincia, que fortifica el
sentimiento de identidad y defensa
frente a los extraños”. 217
Si de
identificación con el suelo se trata, hay que decir que el Grito de Alcorta,
primera gran expresión de los trabajadores del campo, partió del local de una
asociación ¿de qué? ¿de gauchos? ¿No! De italianos ¿Por qué? Porque tenían la
cultura de trabajar la tierra, cosa que no tenían los criollos, mutilados por
la exclusión colonial y su herencia latifundista.
Claro que
Hernández Arregui produce sobre la cuestión un desmentido: “No faltarán quienes en este libro vean una actitud de xenofobia. Es inexacto. No se trata de ver
enemigos en los extranjeros. Lo que se impone es combatir la extranjería de
los propios argentinos y a aquellas
metrópolis que…etc”328
La palabra que
usa es “inexacto”- el mentís resulta bastante tímido. No es para menos: ¿cómo
no acabar incurriendo en xenofobia cuando se admite como principio “combatir la
extranjería”? : “Una crítica malevolente,
calumniadora de los hechos, emanada del PCA, cuya plana mayor, empezando por el
señor Vittorio Codovilla está en su mayoría compuesta por descendientes de
italianos –Codovilla mismo es napolitano- ha pretendido ver en mis libros
anteriores una actitud injusta con la inmigración” 214
Pero, como
hemos dicho, esta xenofobia está ligada a un españolismo que se repudia
mutuamente con Mayo. Así que no extraña que Hernández Arregui acabe
convirtiendo la emancipación americana en una operación inglesa. Por eso puede
decir: “No fueron ideales de libertad las causales de la emancipación en
América…la independencia de los EEUU y la Revolución Francesa poco gravitaron
en los sucesos del Río de la Plata…Lo prueba …(que) Belgrano…admitía…que el
país no estaría maduro para la independencia antes de un siglo…Los ingleses
tenían otro criterio. Una activa
propaganda, el espionaje y la formación de logias fueron parte de un plan
desintegrador y de conquista” 105
Reducido a
polvo Mayo como hecho popular y democrático, no es difícil que la
institucionalidad republicana corra igual suerte: “Sólo cuentan aquellas constantes colectivas cuyos efectos subsisten en
las épocas siguientes. Uno de estos hechos perdurables es en la Argentina la
cuestión del caudillaje. O sea traducido el tema a su significado histórico real,
el problema del atraso del país y las provincias bajo la conducción económica y
política de Buenos Aires. El historiador revolucionario, no va a los caudillos
porque sí, sino por un reclamo de la conciencia nacional en desarrollo”.
Y la reivindicación
de los caudillos es explícitamente puesta como justificación del peronismo: “…la unidad de la historia de las masas
nacionales… (nos lleva a) ese proletariado actual…organizado por Perón en clase
nacional, en voluntad multitudinaria contra el coloniaje. Y Perón es también un
caudillo, en el noble y populoso sentido que le da al término la lengua española y no una oligarquía sin ideales o un
“nacionalismo” y una “izquierda” sin pueblo.” 20-21
En cuanto a
la palabra “caudillo” “en español”, podríamos preguntar si Franco era llamado
en España “El Caudillo” en tal “noble y populoso sentido”. Pero no pretendamos
asustar a Hernández Arregui con el fascismo, porque ni aún así obtendremos de
él alguna mínima valoración de la democracia liberal.
“Al desatarse la II Guerra Mundial, en la Argentina,
por ejemplo, la opinión pública, esa “cabeza de burro” como la llamara Pascal,
en lugar de elegir la neutralidad, que era la política independiente que
correspondía a un país dependiente, sin conciencia de la oportunidad que le
ofrecía la historia para romper las ligaduras coloniales, militó en uno u otro
bando, ya como panegirista de Inglaterra y EEUU o, como la llamaban los
intelectuales soñadores, de la “Francia Eterna”, o bien de Rusia con los partidos satélites de
la izquierda como batutas de la innúmera orquesta. Todos ellos, al ritmo que
marcaba la oligarquía pro-británica…A través de este borreguismo…etc” 163
Es que para
Hernández Arregui, “La II Guerra en nada
favoreció a las colonias. Tampoco el fascismo hubiera significado un progreso.”
225 No importaba que se jugara la suerte del país socialista, puesto que “La crisis del presente engrana a todas las
naciones. No interesa aquí cual de los dos bloques, el capitalista o el
socialista, ha de ganar la contienda.” 223
¿Cómo ha de
interesar la suerte de aquellos pueblos, si “Cada
nación ve a las otras de acuerdo a “su” interés nacional. Y no de acuerdo a ideales de fraternidad universal”?.83 ¿
Podría interesar el fortalecimiento del baluarte del socialismo si “Es un axioma que jamás un Estado poderoso
demostrará generosidad con el débil.”?
226
¿Pero no
existe una solidaridad de clase conciente guiando las solidaridades nacionales?
Hernández
Arregui sale al paso de esto: “Djilani
Embaek, dirigente argelino:
“Todo quedó dicho cuando 350.000 soldados, hijos de
obreros y campesinos, apretaron el gatillo contra nuestro pueblo: ¡es
inadmisible! ¿internacionalismo proletario? Mire, los intereses de los
explotados en Francia, no son los mismos que los nuestros, el de los explotados
de las colonias. Si los trabajadores franceses son indiferentes, es porque
también son privilegiados en relación con nosotros” 228
…El PC francés actuó como francés declarando
terroristas a los patriotas argelinos, “al igual que su similar argentino, en
1945, con Perón”.
A pesar de
todo lo dicho para coartar toda solidaridad o alianza con la URSS primero y el
bloque socialista después, Hernández Arregui, muy suelto de cuerpo, postula lo
siguiente: “El Ejército, en el orden
internacional, debe rechazar una política dictada. Ni los países socialistas,
ni los alistados en el denominado Tercer Mundo son enemigos. Antes bien, son
asociados connaturales en toda empresa nacional de liberación.” 320
¿Cómo? ¿No
era que el resultado de la II Guerra nos era indiferente como colonia?
No hay duda
de que Hernández Arregui se ha tomado muy en serio lo de “no dejarse dominar
por el método”…
Pero aún en
medio del rapto de sensatez, su lucidez no parece superar el nivel de la viveza
criolla:“ Es signo de una política propia,
aprovechar las contradicciones, en lugar de enredarse en ellas, de los dos
colosos mundiales, EEUU y Rusia.” 320 Recibir
de “Rusia” sí. Dar no. “Es imperativo
estrechar relaciones con la América Latina y países como Egipto, Argelia, Cuba,
Indonesia, Siria, Vietnam…” 320 Éstas
últimas, todas naciones bajo el paraguas soviético en ese entonces…
Pero la
anomia de Hernández Arregui frente al fascismo no se restringe a las relaciones
internacionales.
Lo muestra
su exaltación acrítica de la unificación alemana bajo Bismarck:
“Y en ambos países, la voluntad nacional se galvanizó
en conductores, como Bismarck y Cavour, que representaban los intereses de toda
la nación, previa la actividad preparatoria de pensadores de genio como Fichte,
con sus DISCURSOS A LA NACION ALEMANA, o Giuseppe Mazzini, con su inflamada
literatura política sobre la JOVEN ITALIA. 76
Hernández
Arregui cita sin comentarios la siguiente cita de Fichte, como no sea por su
carácter de ideólogo “exitoso” del nacionalismo alemán:
“He establecido en los anteriores discursos, que la
formación de la nueva raza humana, debe ser realizada por alemanes, para los
alemanes y en relación con Alemania.” 79
La negación
de Mayo, la afirmación del caudillaje y su continuación en el presente
peronista (“Además, como dijera
Wellington: ¿qué significa un partido que no sigue a su jefe? ¡Que se vaya al
diablo!” 272) son datos que se complementan con esta postulación: “Junto a la lucha por los salarios, lo que
interesa es la organización política más
que gremial de todos los sindicatos, grandes y pequeños de un país, y sólo
logrado este objetivo, la clase obrera entrará en posesión de su real y
conciente poder político”…
“El sindicalismo y los partidos que se dicen
obreristas viven bajo los fetichismos “democráticos” que aún imbecilizan a sus
afiliados.” 299
¿A qué
hemos llegado en concreto?:
A convertir
a los sindicatos en partido, o en apéndice del partido, o sea, a destruir la
unidad plural de los obreros en los sindicatos y, por lo tanto, a liquidar la
democracia sindical; a convertir al partido político en un adminículo del
caudillo, esto es, a liquidar la democracia partidaria.
¿No son
tales las herramientas obviamente destinadas a impedir que las masas más
atrasadas, más postradas por la herencia hispánica, accedan al ejercicio de una
democracia real, y a través de esa práctica, a una conciencia a la altura de la
modernidad y del estado de semiexclusión a que son sometidas? ¿No es la manipulación de ese atraso el modo
de sostener un tipo de hegemonía que ahoga la expresión del conjunto del pueblo
y de los reales intereses nacionales? Pero el revisionismo histórico que
justifica todo esto es, según Hernández
Arregui, un “instrumento crítico de primer orden para elevarse racionalmente a la
conciencia histórica del papel de las masas como protagonistas de la historia”
18.
Como puede
advertirse, toda una fraseología al uso. Tan al uso como el sistema de opresión
que mal encubre.
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