Para una antología
del
odio argentino
Gustavo Gabriel Levene
(1975)
Nota
introductoria
La semblanza
de los principales caudillos federales -Artigas, López, Ramírez, Bustos,
Carrera, Ibarra y Quiroga- que el libro recorre, tiene un efecto profundamente
desmitificador, no sólo de estos caudillos, sino de la propia causa federal.
El
conjunto del relato desarma los prejuicios que colocan al Interior como polo
geográfico que encarnara, maniqueamente, el progreso, la afirmación soberana o
el avance hacia un orden más justo, en oposición a un Buenos Aires negador de
esos objetivos nacionales y sociales.
Paradójicamente,
el supuesto rumbo unitario hacia la hegemonía porteña y la expoliación
económica del interior se materializó incontrastablemente con Rosas, bajo la
bandera federal, a través del monopolio del comercio exterior en exclusivo
beneficio de la ciudad de Buenos Aires, su intermediación aduanera y el aplauso
inglés por el ostensible trato preferencial recibido por sus comerciantes.
En cambio,
el frustrado proyecto de Rivadavia, unitario, de la Constitución de 1826,
buscaba claramente licuar la hegemonía bonaerense: nacionalizaba la ciudad de
Buenos Aires y su aduana y disminuía el peso de la provincia de Buenos Aires al
dividirla en dos provincias.
¿Por qué los caudillos rechazaban a Rivadavia y su
proyecto y en cambio aceptaron a Rosas?
Es que la Constitución de Rivadavia también
eliminaba las aduanas interiores, en las cuales cimentaban su poder lugareño y
también terminaba con el caudillaje vitalicio al establecer un límite de tres
años a los mandatos de los gobernadores. Rosas garantizaba la pervivencia de estas
rémoras feudales que anclaban al país en el atraso, particularmente el del
interior, pero que aseguraban el poder de los caudillos.
Constituir la Nación era unificar su mercado
interno, eliminando las aduanas interiores, estableciendo una unidad jurídica,
institucional, a través de una Constitución; por eso, llamar “nacionales” a
estos caudillos es un contrasentido.
Al aceptar a Rosas, los caudillos demostraron que lo que les molestaba de Buenos Aires no era la explotación del Interior por el monopolio del comercio, sino el mensaje civilizador de la democracia revolucionaria, que de allí provenía.
Al ser boleado el caballo de Paz y éste hecho
prisionero, el país quedó totalmente en manos de los caudillos federales. No
había ya la división que excusara más demora a la organización nacional. Sin
embargo nunca como entonces estuvo más lejos la perspectiva de la unificación
institucional. Allí los caudillos
demostraron que eran precisamente ellos quienes la obstaculizaban.
La función antinacional de este federalismo,
anarquizando las fuerzas que se enfrentaban a España, puso seriamente en riesgo
la propia lucha por la independencia.
No es extraño, entonces, que la lucha de San Martín
y Belgrano por la Independencia Nacional estuviera teñida de conflictos con los
caudillos federales.
San Martín – Proclama al iniciar la
campaña al Perú:
“El genio del mal os ha inspirado
el delirio de la federación. Esta palabra está llena de muertes y no
significa sino ruina y devastación. Yo apelo sobre esto a vuestra propia
experiencia y os ruego que escuchéis con franqueza de ánimo la opinión de un
general que os ama y que nada espera de vosotros. Yo tengo motivos para conocer
vuestra situación, porque en los dos ejércitos en los que he mandado, me ha
sido preciso averiguar el estado político de las provincias que dependían de
mí. Pensar en establecer el gobierno federativo en un país casi desierto, lleno
de celos y de antipatías locales, escaso de saber y de experiencia en los
negocios públicos, desprovistos de rentas para hacer frente a los gastos del
gobierno federal, fuera de los que demande la lista civil de cada estado, es un
plan cuyos peligros no permiten infatuarse, ni aún con el placer efímero que
causan siempre las ilusiones de la novedad”.
¿Tenían las provincias la capacidad de auto gobernarse con algún orden
legal?
No era solamente San Martín quien respondía que no.
Lucio V. Mansilla (unitario): “Yo desafío al señor Diputado que diga si la
provincia de Santa Fé tiene algún letrado”.
Galisteo: “Ninguno”.
Lucio V. Mansilla: “Yo
digo más: la provincia de Entre Ríos tampoco ha tenido otro que un fraile de
San Francisco; la Provincia de Misiones tampoco; la de Corrientes no tiene más
letrado que el Dr. Cosio; y véase que en cuatro provincias no hay más que un
letrado…Esto no cause escándalo, pero estos pueblos no se gobiernan bajo ningún
sistema de gobierno, sino por la espada militar”.
Acosta (Corrientes): “No hay un poder judicial en la provincia de
Corrientes…Dos alcaldes ordinarios son el poder judicial. Estos hombres sentencian
sin audiencia de los reos; no hay un defensor para los reos, no hay un acusador
público…Los alcaldes cuando más consultan la opinión de un clérigo; he visto
firmadas por este clérigo sentencias de muerte de las cuales no hay más recurso
que acudir a otro alcalde que se llama alcalde mayor, al cual aconseja el mismo
clérigo que opinó al sentenciarse en primera instancia”.
El raquitismo económico que denuncia San Martín en los estados
provinciales efectivamente se conectaba con la inoperancia de un orden legal y
la desmesura de la figura del caudillo: en la provincia de Santa Fé la suma de
la recaudación por todos los impuestos era de $13.000, mientras que el sueldo
del Brigadier General Estanislao López era de $2500. Un quinto del
presupuesto provincial se lo lleva el sueldo del caudillo, ascendido a la
máxima jerarquía militar, sin estudios ni antecedentes que lo avalen. Los
caudillos no lograron en general mayores distinciones en la guerra por la
independencia, pero se otorgaban a sí mismos, invariablemente, el título de
Brigadier General.
Es así que la
guerra de la Independencia y la morosidad de nuestra organización nacional
estuvo atravesada por una larga serie de extravíos localistas. Tal es una de
las conclusiones a que nos lleva este libro: “Para una Antología…”, que con
sus interpretaciones documentadas, señala el afán egoísta de
protagonismo en la generalidad de las acciones de los caudillos, insensibles
a la causa nacional.
La primera manifestación de que la causa local se superponía a la
nacional se dio en la Banda Oriental.
Es el caso del
federalismo de Artigas, el más estructurado y el único que busca superar los
límites cerriles del caudillismo lugareño, no se podría deslindar su origen de
la rivalidad económica entre Buenos Aires y Montevideo, que data de la Colonia
y registra el esfuerzo de la oligarquía montevideana de independizarse de
Buenos Aires. Como se verá, Artigas y el artiguismo participaron por momentos
en la guerra de la Independencia pero, al hacer de Buenos Aires su enemigo
principal, resultaron flagrantemente funcionales al bando español.
En 1810, todo
el territorio de la Banda Oriental pertenecía al Virreinato del Río de la
Plata, y si bien la campaña uruguaya se sumó a la revolución, los españoles se
atrincheraron en Montevideo, donde Javier de Elio ejercía funciones de
gobernador, y desde allí, hostigaban a Buenos Aires. La campaña uruguaya
con Artigas, junto con los porteños, lucharon por expulsarlos de esa
ciudad.
Al buscar Elío la
ayuda de los brasileños, la situación se tornó peligrosa para la revolución;
peor aun cuando desde el norte, llegaban las noticias del desastre de Huaqui
sufrido por el ejército revolucionario y del avance de los españoles. Además
en Buenos Aires, la contrarrevolución acechaba con Martín de Álzaga, que
estaba en con nivencia tanto con los portugueses como con el sanguinario
virrey del Perú, José Manuel de
Goyeneche y cuando aún había que crear en la población de
las provincias un espíritu revolucionario como pretendió hacerlo Belgrano.
Frente a
estos hechos, les pareció mejor a los revolucionarios pactar con Elío,
para que éste frenara a los brasileños y, neutralizado así el frente oriental, dar
todo el apoyo a las fuerzas armadas que operaban en el norte.
Artigas, que
luchando en el Uruguay había vencido en Las Piedras a los españoles, y obtenido
con ello gran prestigio, no aprobó ese pacto. Ofendido, abandonó la campaña
uruguaya y se instaló en Entre Ríos con toda su gente.
El Éxodo Oriental inicia un cambio en la
significación política y social de Artigas. Se recuesta en sectores populares,
pero lo hace a la manera caudillista y extravía el objetivo liberador.
Después de un año,
Buenos Aires reinicia la lucha en la Banda Oriental, mandándole a Artigas
dos regimientos, uno al frente de French y otro de Terrada con piezas de
artillería, abundante munición, víveres y dinero. Sin embargo Artigas, en sus
manifestaciones, disminuye la importancia de las tropas argentinas.
Desde Buenos Aires
le ordenan suspender su ataque a los portugueses para dar prioridad a la
mediación inglesa, que por sus propios intereses, estaba empeñada en que los
portugueses no llegaran al Río de la Plata. Como consecuencia, en 1812,
retiradas las tropas portuguesas, Buenos Aires reinicia el sitio de Montevideo.
Artigas colabora
en la lucha. Empero, figura prestigiosa de la Banda Oriental, manda sus
diputados a la Asamblea General Constituyente, reunida en Buenos Aires en 1813,
con instrucciones imposibles de admitir por los porteños. Participarían de la
Asamblea a condición del traslado de la capital a otro lugar que no fuera
Buenos Aires y otros requerimientos programáticos que se imponían previamente al
debate. Los diputados, no fueron admitidos.
Entonces, sorpresivamente, Artigas, que comandaba
una de las alas del ejército patriota, abandona el sitio de Montevideo,
debilitando las fuerzas atacantes al mando de Rondeau.
No se trató de un único acto de defección: proveyó de víveres a la escuadra española
derrotada por Brown y elaboró planes para atacar a los patriotas, en
combinación con los españoles que defendían Montevideo.
![]() |
Segundo Sitio de Montevideo La victoria del Almirante Brown sobre la escuadra española en el Río de la Plata completó el cerco de la ciudad |
Abiertamente ya en contra de Buenos Aires, para aumentar sus recursos busca el apoyo del doctor Francia del Paraguay, tan indiferente a la lucha por la Emancipación que nunca disparó un solo tiro contra los españoles, ni proveyó un solo soldado a los ejércitos libertadores. Sin embargo, según Artigas, ellos dos eran víctimas del “miserable” gobierno de Buenos Aires.
Respondiendo con
odio, desde Buenos Aires pedían su cabeza, pero él siguió avanzando
imponiéndose también en Santa Fe y en parte de Corrientes. El fortalecimiento
de Artigas generó en Buenos Aires un movimiento hacia la conciliación.
Culminado el segundo sitio de Montevideo, con la derrota española, los porteños
le entregaron la ciudad a Artigas, a pesar de que éste se había negado a
participar de la batalla contra los españoles. Se sentían obligados a un
acuerdo luego del triunfo de Rivera sobre Dorrego en la batalla de Guayabos, ya en estado de guerra civil entre artiguistas y el Directorio. Se trataba de cerrar un frente de lucha, ya que siempre operaba la prioridad de atender el enfrentamiento con España.
Artigas se
transformó en el “Protector de los Pueblos Libres” y, separado de Buenos Aires,
formó “La Liga Federal”, convocando a un Congreso que en primer lugar afirmaría
la federalización del país, como si ella pudiera lograrse cuando aún se estaba
luchando por la independencia.
Artigas no
comprendió -dice Levene sobre el levantamiento del primer sitio de Montevideo- que “El panorama nacional de la contienda era lo
que había determinado a Buenos Aires a buscar una pausa en el escenario de la
Banda Oriental”; que “La Banda Oriental integraba un amplio frente
de combate revolucionario, y eran los intereses de éste, en su conjunto,
los llamados a inspirar las decisiones.”
Por estos
intereses del conjunto, y a instancias particularmente de San Martín y
Belgrano, se reunió en Tucumán un Congreso Nacional en 1816, (cuando la
de Buenos Aires era la única revolución sudamericana que no había sido
dominada), para declarar ante el mundo la Independencia del país. La Liga
presidida por Artigas, no mandó representantes a Tucumán y formó su propio
Congreso con las provincias que lo apoyaban.
Pero no paraban
allí las cosas. La situación era planteada por el artiguismo en términos
beligerantes.
En la Rioja un
movimiento artiguista depone al gobernador y anula la representación riojana en
el Congreso de Tucumán. Otro movimiento independizaba a Santiago del Estero de
Tucumán. Es el propio Belgrano el que sofoca esta última intentona, que culmina
con el fusilamiento de los insurrectos. “No soy de opinión de convidar a
semejantes inícuos con la paz, sino de tomar medidas activas y eficaces para
acabarlos, así lo he ejecutado con los de Santiago” le escribe Belgrano al
gobernador de Córdoba, donde agrega que, de lo contrario, “no sería fácil
destruir un fuego que nos hubiese acabado instantáneamente y que lo creo de acuerdo con los
enemigos, pues se encendió después del desgraciado suceso de Yaví
(derrota de Güemes ante los realistas)”.
Tres años después,
el enfrentamiento no había cedido en su dureza.
Una carta de López,
caudillo de Santa Fé, a Ramírez, caudillo de Entre Ríos, del 26 de
septiembre de 1819 dice: “… Una casualidad libró a San Martín de caer en
manos de los federales: a último momento tomó el camino de las carretas y
guardias en lugar del de las postas…”
El 13
de noviembre de 1819, López junto con Ramírez contestan una comunicación de
Rondeau, Director Supremo, quien les hace llegar una proposición de San Martín
para mediar en las disputas y evitar la guerra, a la que contestan: “…
que los servicios que el general San Martín aparenta querer prestar a la Patria
los miramos como lazos tendidos a la inocencia para inmolar víctimas que deben
asegurar el logro de sus infernales planes”.
Así es que Ramírez y López se enfrentaron con las tropas de Buenos Aires
al mando de Rondeau. En pocos minutos la caballería de Ramírez derrota y
dispersa las fuerzas de Rondeau. Es el 1° de febrero de 1820, en Cepeda. Ya no
queda nada de lo nacional en el país institucional: se desploma el Congreso, la
Constitución, el Directorio. Buenos Aires quedó reducida a una provincia más,
con la que los caudillos firmaron el Tratado del Pilar.
En cuanto a la
descalificación que estos caudillos hacían de San Martín, no se quedaba en
meras palabras. Otra carta, ésta de López a Bustos, caudillo de Córdoba, del 28
de abril de 1820, documenta una agresión material a la campaña libertadora de
Chile y Perú, a través del apoyo a José
Miguel Carrera, caudillo chileno enfrentado bélicamente a San Martín y
O’Higgins.
Dice la carta de López: “El ilustre pueblo
de San Juan, conociendo que su existencia y libertad no puede permanecer sin
compromisos, mientras Chile se halle dominado por la facción de Pueyrredón
sostenida por San Martín y O’Higgins…hace una invitación generosa al Brigadier
Carrera para que marche con su respetable División a tomar el mando de aquellas
tropas para salvar a Chile…Nuestra seguridad es de hecho amenazada si aquel
hermoso País no es libre de los traidores ligados y solemnemente decididos a
vender la América. Convencido de este axioma y resuelto a perseguir los tiranos
sobre cualquier punto en que se asilen, no he trepidado en franquear al distinguido
Carrera los chilenos que se hallaban incorporados en las tropas de mi mando”.
Pero 1820, el año de la anarquía, no es tampoco el del triunfo de
Artigas. En el Tratado del Pilar, Ramírez se asciende a gobernador de Entre
Ríos, reduciendo la autoridad de Artigas a la Banda Oriental.
Artigas comprobó, demasiado tarde para él, que esas provincias que
acaudillaba no le eran tan adictas. En
1820 sus fuerzas fueron destruidas por los brasileños en Tacuarembó y, en esas
condiciones de minusvalía material, volvió a Entre Ríos. Entonces,
Ramírez que había sido su lugarteniente y había luchado a sus órdenes, ya enseñoreado
en Entre Ríos luego de Cepeda, no le reconoció jerarquía, luchó contra él y lo
venció.
Las fuerzas
centrífugas del espíritu localista de los caudillos era el inestable fundamento
que se volvía prontamente contra el propio federalismo como movimiento. A las
luchas de López y Ramírez contra Buenos Aires, siguen la lucha de Ramírez
contra Artigas y luego la de López y Ramírez entre sí, tan impulsada por el
odio, que el vencedor termina exhibiendo la cabeza cortada del vencido.
Los intereses
lugareños de los caudillos se afirman en que la mayoría de ellos son dueños de
grandes estancias. Sus peones, indios y gente marginal engrosan sus tropas, no
tras la promesa de que se les pagaría con un pedazo de tierra, sino con lo que
puedan llevarse en el pillaje. El efímero Reglamento Provisorio de Artigas no
alcanza a disimular el vacío de una representación de la Campaña donde brilla
por su ausencia algo esencial para el desarrollo democrático del país: el reparto equitativo de la tierra.
“Poco le debe a
Artigas la independencia Argentina… Nada le debe a Artigas la solidaria
independencia de la América española”, concluye
G.G. Levene.
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