jose hernandez

"...no teniendo muy claras tachas que oponerme, mis oponentes debaten seriamente mi título recibido de loco. Toda la educación popular era nueva, y yo estaba solo como un visionario. Loco. ¿Las Islas del Tigre? Loco. ¿Las tierras de Chivilcoy? Loco. ¿El cercar las estancias? Loco. ¿El no creer en nuestros doctores y promover la reforma universitaria como lo estaba haciendo Lord Lowe en el parlamento inglés? Loco. Loco."

Domingo Faustino Sarmiento

viernes, 10 de septiembre de 2021

Shakespeare en la Unión Soviética

                                          Por Luis Urrutia


 Agregamos en nuestra página “Gran Cine Clásico” el film de Grigori Kozintsev “Hamlet”, producido en 1964. Este director ya había ganado fama en Occidente por su producción de El Quijote, considerada por muchos la mejor versión cinematográfica de la obra de Cervantes. Logró igual repercusión mundial con esta traslación de Shakespeare al cine.

 Dice el comentarista español Rubén Redondo:

 “Puro cine. Eso es el Hamlet de Kozintsev. Nunca antes un director había captado la esencia cinematográfica del clásico literario...Resulta increíble que con estos mimbres la obra de Kozintsev sea quizás el Hamlet menos visto. Y es que (Sir Lawrence) Olivier afirmó cuando vio el resultado del film que  éste era la mejor obra cinematográfica jamás realizada de un texto de William Shakespeare... Harán falta muchos años de  cine para poder igualar en belleza y calidad artística la cumbre de la cinematografía de «Sir» Grigori Kozintsev: Hamlet.” (1)

 Sin entrar en este género de comparaciones, la crítica ha encomiado desde diversos enfoques la plenitud estética de esta realización y se obligó a veces a reflexionar sobre las condiciones de libertad artística que presuponen estos resultados. La belleza, sea en su creación o en su percepción, es una expresión del sentido de libertad que anima en el espíritu humano, y por eso la frondosa producción de arte y ciencia que caracterizó a la URSS,  quedó sumergida en una neblina de misterio indescifrable: ¿cómo hace un "pais de espíritu aherrojado" para generar los científicos y los artistas que convierten vertiginosamente un país atrasado en una superpotencia?

 El contrasentido vuelve interesante indagar sobre las condiciones sociales que elevaron en la URSS la interpretación de Shakespeare hasta las cimas de esta versión de Hamlet, y la de El rey Lear, también rescatada en la colección de cine de este blog.

 Kozintsev fue un hombre de la Revolución Rusa. En 1920 fundó la FEKS, un grupo de vanguardia artística conocida como “Fábrica del actor excéntrico”, dedicado al arte experimental. Incursionaron en ella importantes artistas, entre ellos el célebre Serguei Einsestein. Sus películas no lograron la adhesión del gran público, pero influyeron en la manera de hacer cine soviético, cuya producción de imagen, su modo de filmar se adelantó al mundo entero. Aquí tenemos un ejemplo no menor de cómo el pensamiento crítico, la transgresión de convenciones arraigadas, tuvo en “el país sin libertad” su canalización e impulsó el progreso cultural en medio de una transformación radical de los fundamentos sociales.

La estética desarrollada en el cine mudo sufrió en la URSS, como en todas partes, una disrupción con la introducción del cine sonoro en 1932. Es notable como el mismísimo Chaplin resistió el cambio, y todavía en 1936 filmó Tiempos Modernos con el formato del cine mudo. No era sólo la introducción de la palabra: parece ser que las cámaras del cine sonoro eran muy pesadas, condicionando el modo de filmar. Naturalmente, esto debió opacar el movimiento ruso generado alrededor del cine mudo, que tributaba a la imagen, pero tratándose de la década del 30, no faltó quien atribuya el paréntesis frustrante a “la mordaza stalinista”.

Fue el tiempo de los célebres planes quinquenales, un extraordinario momento en que los corporizados sueños de la construcción exuberante, convivían con la suprema tensión de los preludios de la guerra. Terminaron años de especulaciones cuando, en junio de 1941 la URSS fue finalmente invadida por la Alemania de Hitler. Una decena de años atrás, en 1931, aunque en enero, Stalin había arengado a los dirigentes industriales: “O nos industrializamos o nos aplastan. Tenemos a lo sumo diez años de tiempo para realizarlo”. La precisión del vaticinio llama ciertamente más a la admiración por el estadista que al corriente diagnóstico de paranoia que instaló una repitencia mediática que abarcó generaciones enteras. Nos interesan, sin embargo, los liderazgos como resultado social, ya que no podía ser Stalin un gurú solitario que, desde un libre albedrío personal, inyectara mágicamente sus visiones en la sociedad. Su diagnóstico y consigna vibraban junto al presentimiento colectivo de una guerra que pondría en juego todo el porvenir y hasta la sobrevivencia misma. Los negros nubarrones que anunciaban el mal absoluto se espesaron: Hitler había ascendido al poder en 1933 y en Alemania se construía afiebradamente la mayor maquinaria bélica de su tiempo y la militarización impar del alma ciudadana. No era esto una abstracción para el pueblo soviético. De los padecimientos de la guerra habían nacido los soviet y la revolución. De la invasión de 14 países que quiso aniquilar la revolución pacifista sentía lo que podía aguardar de los designios ínsitos en el imperialismo.

Podemos así poner en contexto esos años en que el culto soviético de Shakespeare tomó cuerpo. “No hay teatro de campaña ni teatro de sindicato que no lo haya representado muchas veces. Y es que el espectador soviético no sólo ha aprendido a desentrañar en Shakespeare la profunda lección estética y social que nuestra crítica ha contribuido a elaborar sino que el tono mayor de las piezas de Shakespeare está al diapasón de la vida soviética.” “Héroes de Shakespeare y héroes de los planes quinquenales podían, en efecto, a través del abismo de los siglos y de las clases, tratarse de igual a igual por la fuerza de la vida, la exuberancia creadora, el impulso ardoroso que los lleva a la lucha.”. Así glosa un testimonio y lo interpreta Aníbal Ponce, (2) que había viajado a la URSS en 1935, encontrándose con una efervescencia de la cultura en sintonía con los cambios revolucionarios que representaba la concreción de los planes quinquenales, y no el aplacamiento que debería suponerse en una sociedad civil tiranizada por la persecución metódica del pensamiento crítico. 

Los planes quinquenales tenían, sin embargo, un significado doble: pacífico y guerrero. Preparaban para una nueva concordia social, pero también, y sobre todo, para una violencia potenciada: “o nos industrializamos o nos aplastan”. Era la virtud guerrera que Hegel ponía en el Amo, y que ahora era asumida por el Esclavo, era el espíritu de aventura de las guerras de conquista y del emprendedurismo de la burguesía, que se trasladaba a nuevas manos aristocráticas, de origen obrero; eran la ruptura, por fin, de la vieja unidad dialéctica de opresores y oprimidos, trasmutada en la antinomia burocracia y democracia.

La generalidad de las descripciones de la década del 30 soviética están viciadas por una falacia esencial: omiten la certera amenaza del ataque exterior, nada menos que la descontada invasión de Hitler, en alianza con la quinta columna rusa, cuyo descubrimiento generó una suerte de pánico social, desestabilizó la normalidad institucional soviética, y desembocó en la anarquía de una represion balcanizada que terminó con la conspiración, pero se cobró una importante cantidad de víctimas inocentes. 

El hecho desnudó las grietas burocráticas del poder soviético, y sus nefastas potencialidades, pero no instituyó en su línea directriz la criminalización del pensamiento distinto.  La libertad de conciencia siguió garantizada y la creatividad soviética siguió expandiéndose al punto de que su diseño armamentístico, ya en el curso de la guerra, superaba a la misma tecnología bélica alemana, y en la posguerra, a la norteamericana.

La épica del despertar del genio social y la elevación moral en sinergia con la tragedia de la muerte hasta por error, todo eso acercaba al teatro de Shakespeare.

Nación agredida y no agresora, la guerra no degradó sino que sublimó al pueblo de la URSS. Según se estima, hasta 27 millones de soviéticos habrían perecido en la contienda, mientras que Alemania tuvo 8 millones de muertos. Siendo la URSS la vencedora, no hay duda respecto a quiénes, y en qué gigantescas proporciones, fueron los que ejecutaban prisioneros y masacraban a la población civil.

 Y aquí viene un hecho sobre el que nunca se hablará mientras viajemos en el tobogán de la decadencia social.

La victoria de la URSS fue completa y la Alemania ocupada debió firmar la rendición incondicional. El ocupante era el Ejército Rojo, una multitud armada que debió experimentar la pulsión de vengar la muerte de sus familiares, amigos y vecinos. Sin embargo, respetó la vida del pueblo vencido. Cuando marchaban sobre Berlín, con la victoria ya segura, Stalin les había dicho: “no olvidéis que los Hitler vienen y van, pero el pueblo aleman queda.” Hablaba, sí, con la fuerza moral del que comparte la suerte de su pueblo, porque los nazis le habían asesinado el hijo, prisionero. Pero qué débil hubiera sonado su voz, si los oídos del pueblo en armas no hubieran sido receptivos.

¿Alguna vez la violencia y el perdón alcanzaron juntos estas alturas en la historia humana?

Pasaron unos pocos años, y obtenida el arma atómica y el poderío misilístico,  la URSS logró por fin ponerse a salvo de los horrores de la guerra. La meta de origen de la Revolución, la paz, era un territorio tangible, transitado. El peligro supremo ya no alimentaba su motor espiritual. La proximidad del infierno, que provocaba el asalto al cielo, ya no estaba. El conjunto de las condiciones de la vida nunca estuvieron socializadas como para llevar la sociedad al socialismo. Ha sido la totalización negativa de la vida, la muerte   prometida por las hecatombes capitalistas, lo que llevó a rescatar el sentimiento de comunidad heredado de las sociedades primitivas. Al ceder el impulso revolucionario en la base social, los nuevos dirigentes fueron cada vez más simpáticos al capitalismo. El año 1956 aparece como el hito que comienza la nueva etapa. Por un lado, la supremacía de la tecnología bélica de la URSS se evidenció cuando bastó la advertencia de que emplearía las "modernas armas de destrucción", para que la invasión anglo-francesa del Canal de Suez finalizara de inmediato. (3) Por el otro, el Informe Secreto de Jruschov al XX Congreso, publicado en primicia por el New York Times apenas 10 días después, inauguró la hegemonía del burocratismo que terminaría destruyendo la experiencia socialista.

¿Habremos dado con una de las claves de la decadencia de la URSS? Lo dicho no agotará la multicausalidad del fenómeno. Baste decir que la caída de la URSS es sólo un capítulo de un hecho más general, y que es el retroceso de las posiciones obreras en todo el mundo, lo que excede el marco de una fenomenología que gire alrededor de lo bélico, y debe inscribirse en los profundos cambios habidos en la manera de producir y consumir, en el curso de los últimos cien años. Sin embargo, en la especificidad soviética de esta historia, la centralidad de la guerra y sus implicancias existenciales, aparentan reflejar una de las condiciones determinantes de su ser o no ser.

Y así es que, según aquí parece, no ha sido puro azar que esta admirada versión de Hamlet  provenga, precisamente, de aquel invencible país de los soviet.  




 

Hamlet: Grigori Kozintsev - Innokenti Smoktunovsky







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"Hamlet" de Grigori Kozintsev puede verse en este blog en la Página titulada "Gran Cine Clásico" (Columna derecha, arriba: Temario)

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1.- Cine Maldito: https://www.cinemaldito.com/hamlet-grigori-kozintsev/

2.- Anibal Ponce: De Erasmo a Romain Rolland 

3.- https://actualidad.rt.com/actualidad/view/101953-humanidad-tercera-guerra-urss-eeuu

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