¿Sabemos en qué país estamos viviendo?
Por Luis Urrutia
La Central de Trabajadores Argentinos acaba
de editar “¿El capitalismo argentino en su etapa final?” – Un ensayo marxista –
de Jaime Fuchs. Como el título lo sugiere, el autor apunta al sondeo de una
perspectiva. No consiste esto en planteos abstractos y se apoya en numerosos
datos de la estructura económica argentina presente y pasada con el propósito
de develar las tendencias de su evolución. ¿Dónde estamos y hacia dónde estamos
yendo? ¿Es soberano nuestro rumbo? ¿Marchamos hacia una sociedad más equitativa
y sin marginalidad? Ayuda a descubrir así el significado concreto de las
políticas aplicadas, más allá de los enunciados discursivos. El espíritu del
libro no es contemplativo; está inspirado en la búsqueda del cambio social. Por
ello se interesa en las concepciones políticas, así como en las
instituciones u organizaciones que le son concomitantes. El libro viene
prologado por dos contundentes elogios: el de Osvaldo Bayer sobre su contenido
y el de Carlos Chile sobre el espíritu de su autoría. Aquí agregamos algunas
reflexiones que se relacionan con su lectura.
Formas y contenidos de la democracia actual
¿Cuánto de real tiene nuestra democracia?
La serie de gobiernos iniciada el 10 de diciembre
de 1983, constitucionales, surgidos del
voto universal, sin fraudes y sin proscriptos, es la más larga de la historia
argentina. Este inestimable logro civilizatorio no significó sin embargo el fin
de la inestabilidad política y la irregularidad institucional: se inició con el
gobierno de Alfonsín, que no terminó su mandato, sucedido por el ciclo de Menem,
que duró anómalamente diez años, con una reforma constitucional a medida;
siguió el gobierno de De la Rúa que apenas duró dos años; hubo luego una
seguidilla de cinco presidentes en una semana que se estabilizó en Duhalde, quien
completó el turno que De la Rúa no pudo terminar, a pesar de ser precisamente
Duhalde el derrotado en las elecciones para ese mandato. Finalmente, fuera de
fecha, un 25 de mayo, se inició un ciclo que parece finalizará luego de más de
12 años, consistente en transmutar la no reelección de la Constitución en la
alternancia presidencial de los dos miembros de una pareja matrimonial.
Con todo, este deslucido movimiento de las formas
democráticas es apenas uno de los síntomas de una contradicción profunda y
esencial, que tiene manifestaciones aun mucho más graves.
Se trata del contenido de la democracia, como
“gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, como expresión del
interés mayoritario, la promoción de la
equidad social.
¿Ha de decirse que los pobres y menos pudientes
–gran mayoría de la población- han votado por el desmedro de su situación y a
favor del mayor brillo y opulencia de las minorías ricas?
Sin embargo, ése fue el resultado, según nos indica
este número estadístico, que Fuchs extrae de la propia encuesta permanente de
hogares del INDEC:
En 1980, el 10% de la población de
mayores ingresos recibía 11,9 veces más que
el 10% más pobre. En 2004, esa relación se había elevado a 31,7 veces, pero en 2006, en pleno auge del “modelo” kirchnerista, presunto
atenuador de desigualdades, todavía subía a 35 veces.
Así como se lee. En democracia, la desigualdad social se triplicó.
¿En qué estratósfera podría afirmarse esa soberanía
popular que llamamos democracia, si la misma soberanía nacional se desvanece?
¿Es posible que el pueblo haya votado la desnacionalización de la economía?
Sin embargo, esa
desnacionalización se verifica en el nodal sector de las primeras 500 empresas,
que Fuchs reporta desde la propia Encuesta Nacional a las Grandes Empresas del
INDEC:
En 1993 había 280 empresas
nacionales; en 2010 quedaban 176. Las extranjeras, que en 1993 sumaban 220, en
2010 llegaban a 324. La mayoría empresaria nacional se convirtió en una holgada
mayoría, pero extranjera. Y estos guarismos empeoran sensiblemente el perfil
apátrida de nuestro gran capital en cuanto se tiene en cuenta el nivel de la
facturación de unos y otros.
Ideologías y realidades
Como se ve, la
independencia económica y la justicia social, han rodado a contramano de las
banderas que hegemonizaron los sueños proletarios desde 1943 hasta aquí.
Pero a los sectores
populares más afines al sueño americano, la pretensión de prosperar desde la
pequeño burguesía resultó una temeridad fatal: nos indica Fuchs que en 1980, el
32% de la población económicamente activa eran burgueses de distinto tamaño. Fueron
diezmados. En 2007 ese sector se había jibarizado hasta el 24%, con el
agravante de que su inmensa mayoría está constituida por su caricatura: cuentapropistas,
entre los cuales lo que abunda es el ingreso minúsculo y la desocupación
encubierta. Esto que parece un fracaso institucional y de las ilusiones que guían
el esfuerzo social mayoritario, juega sin embargo, al amparo de la ideología
dominante, como la noche dando majestuosidad a la luminaria de las minorías
ricas y sus negocios. Muchos fracasaron, pero algunos han triunfado. Gloria y
loor para los elegidos. La elite de las 500 primeras empresas han subido sus
ganancias hasta casi triplicar en tiempos kirchneristas los ostentosos réditos
del tiempo de oro neoliberal. Que la corrupción de los políticos no se atreva a
mancillar el inmaculado brillo del empresario exitoso, es una consigna
mayoritaria en el universo del voto sensible a estas abstracciones.
Las ideologías y el poder
Los ojos de la razón se han
cerrado y el mundo sigue andando, diría el tango.
Este descalabro de las
instituciones y las ideas no conduce al caos, al contrario: es el modo en que
se regla el orden social en que nos toca vivir.
¿Es tan extraño esto,
después de todo? ¿No funcionó el feudalismo durante siglos sobre el absurdo del
origen divino de los reyes? ¿La dogmática de la iglesia, reducida a las cenizas
del ridículo por Voltaire, no fue la cúspide espiritual que contuvo entonces a la
ascendente burguesía?
Sin embargo, hoy no se
podría inmovilizar a la sociedad alrededor de una superchería dogmática. En el
capitalismo, el oscurantismo se abre paso de un modo distinto, solapado, tras
una apariencia de pluralidad de pensamiento y exuberante ejercicio de la oposición
de ideas.
El capitalismo y su
incomparable dinámica respecto a las formaciones sociales anteriores, dio
expansión desde los albores del siglo XIX a la idea de la evolución y legitimó
la evolución de las ideas como un hecho aceptado y natural. Esto ha
desarrollado socialmente el sentido de la crítica como nunca antes en la
historia y el prestigio del rol de la crítica se ha vuelto ya una fuerza
incontrastable e irreprimible. Del mismo
modo, el capitalismo y su turbulenta existencia no pueden obtener consenso
social a partir de su idealización como orden social. Tampoco puede disciplinar la sociedad con un
ordenamiento jurídico coherente y estable. La violación de la legalidad es un
componente indispensable del funcionamiento capitalista, a despecho de la
mítica existencia de los países serios. El documental “América: de la libertad
al fascismo” de Aarón Russo, por caso muestra la ilegalidad del origen y el
funcionamiento de la Reserva Federal de los EEUU, elemento clave de la virtual
dictadura que el poder financiero ejerce a escala global.
La crítica social
La dominación burguesa, en
cuanto se ejerce por las ideas, es una dinámica y alternancia de ideologías
contrapuestas (liberalismo - nacionalismo, democratismo - fascismo, progresismo
– conservadorismo, racismo – antidiscriminación, etc.).
Excluyentes entre sí, se
responsabilizan mutuamente por las frustraciones sociales; sin embargo
coinciden en el no cuestionamiento de las relaciones de propiedad y los rasgos
básicos del modo de producción capitalista y en esta coincidencia reside el
secreto del mantenimiento del orden social bajo el aparente desorden de la
alternancia de ideologías contradictorias.
Esas antinomias no son
indiferentes al pueblo. No le es igual liberalismo o fascismo, por ejemplo.
Pero a través de esas opciones y otros cuestionamientos que no lo afectan, el
gran capital se monta sobre la necesidad social de la crítica y busca
dirigirla. El mensaje mediático, por caso, es una continua exposición de hechos
y valoraciones negativas.
Sin embargo,
implícitamente, al no mencionar los verdaderos males profundos de la estructura
social, esa aparente crítica social es, en realidad, una imagen edulcorada del
funcionamiento capitalista. Si tomamos las denuncias por corrupción, éstas
referirán a hechos menores que no involucran a intereses dominantes. Ciccone
Calcográfica es una anécdota minúscula frente a la magnitud colosal que tienen
los fraudes del endeudamiento público, que por sí mismos explicarían buena
parte de la merma del desarrollo económico y humano del país; María Julia
Alsogaray fue juzgada por gestión de asuntos corrientes, pero no por las
privatizaciones de ENTEL y SOMISA; Menem fue procesado por la venta de armas,
suceso que involucraba exclusivamente a entes estatales y no comprometía a
grandes intereses privados, etc. No se crea que esto es una originalidad
criolla: Al Capone fue preso no por lo que hizo, sino por evasión de impuestos.
Estas denuncias, además de
irrisorias frente a lo que realmente ocurre, olvidan que la corrupción tiene
dos patas, los funcionarios corruptos, sí, pero
¿los intereses privados corruptores?. Éstos son prolijamente escamoteados a la
conciencia social. Buscan que el descontento social se centralice “en los
políticos” (que son cambiables) y dejen entre bambalinas el protagonismo real
de las cúpulas empresariales y su responsabilidad en el curso de los
acontecimientos ¿No le caben a estas dobleces del poder los versos de Sor Juana
Inés de la Cruz?:
¿O
cuál es más de culpar,
aunque
cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?
Ideología – Ciencia
Entre la
percepción intuitiva de la realidad social y su constatación científica, suele
haber diferencias fundamentales que sorprenden a la propia militancia
política. Esto de una parte ocurre por
la superioridad del método científico sobre el conocimiento librado a la simple
intuición, y de otra porque el sentido común que orienta la visión espontánea de
la realidad está especialmente condicionado por la superestructura ideológica y
la información distraccionista que difunden las clases dominantes.
El libro de
Fuchs abunda en toda clase de datos estadísticos de por sí elocuentes sobre el
verdadero estado de nuestra estructura económica, y sobre la dirección en que esa estructura va evolucionando. El “modelo
nacional y popular” no ha modificado, ni siquiera paliado, las históricas
tendencias del capitalismo: concentración económica, desnacionalización,
aumento de la brecha social, de la exclusión social, de la desocupación
estructural y las crecientes proporciones en que el capital se dirige a la
especulación.
Con la
reunión de esa información, Fuchs demuestra que el argentino es un “un sistema capitalista firmemente
controlado por empresas transnacionales asociadas con los capitales locales
concentrados, en un proceso de dependencia que se denomina explotación imperialista,
al que se suma la explotación de una burguesía terrateniente de viejo cuño que
está estrechamente relacionada con aquellos.” Como toda estructura, no es una
simple “acumulación de cosas” medibles en estadísticas, sino un conjunto de
relaciones de producción que, como organización de la sociedad, implica la
existencia de una superestructura a su medida, sin la cual no puede existir.
Por superestructura entendemos un
sistema jurídico e institucional adecuado, organizaciones propias de los
sectores dominantes, pero además el predominio de las ideas que la convalidan, en
los ámbitos correspondientes, sobre política, economía, derecho, moral, estética, religión y filosofía.
Por eso, la vigencia y vitalidad de esa estructura
de opresión también se mide por el estado ideológico de la sociedad, que no
toma debida conciencia de su situación.
¿Es acaso
posible poner esa estructura al servicio del interés “nacional y popular” o de
una “gestión que se ocupe de los problemas de la gente”, como se ilusiona la mayoría?
¿La constante concentración del capital, la elevación continua de las ganancias
de la gran empresa y la endémica fuga de capitales han sido contrarrestados en
algún momento? ¿Por qué el aumento de la productividad ha ido en exclusivo
beneficio de esos sectores, aumentando la tasa de explotación del trabajo
respecto del mismísimo 2001? ¿No es al servicio de esa estructura que se llega
al colmo de modificar el código civil, privatizando la justicia y permitiendo
la jurisdicción extranjera, esto es la profusión de los jueces Griesa
entrometiéndose en los asuntos argentinos, por imposición de los monopolios
extranjeros en sus tratos privados en el país?
El trabajo realiza
además un esfuerzo por referenciar metodológicamente la ley del valor y la
teoría de la plusvalía desarrollados por Marx. Fuchs se remite a esas claves
conceptuales porque superan la apariencia
social de una utilidad que pertenece al capital, apariencia sobre la que se
construye la ideología burguesa en todas sus variantes y que empuja a justificar
la acumulación capitalista. Esta acumulación es el privilegio de clase
fundamental de la sociedad presente, y su aceptación somete espiritualmente a
las masas populares.
El imperialismo y
las desviaciones ideológicas en el campo popular
Entrevista de Aarón
Russo con Nicholas Rockefeller
Una de las
preocupaciones del libro de Fuchs refiere a las desviaciones que se operan en
la parte del campo popular que asume una actitud de contestación. La
superestructura ideológica de la sociedad capitalista abarca no solamente las
variantes de pensamiento que la convalidan: se interna en el terreno mismo del cuestionamiento
antisistema, que se contamina de quimeras reformistas, revolucionarismos
estériles o fórmulas de antagonismo social que eluden la contradicción
burguesía-proletariado como cuestión esencial.
Este tipo de planteos es
naturalmente funcional a la conservación del statu quo, por lo que no puede
extrañar que, sin dejar de ser espontáneos, reciban cierta luz verde y hasta un
fomento disimulado pero efectivo desde el Estado o directamente desde sectores
ligados al capital financiero.
Un ejemplo es el movimiento
feminista. La lucha por la liberación femenina reconoce antecedentes lejanos.
La Revolución Francesa, en su fase más radical, llegó a sancionar una ley
matrimonial que acordaba plena igualdad de derechos entre los esposos; con el
giro a la derecha -el termidor- esa ley
fue derogada. El socialismo y el anarquismo contenían en su ideario la igualdad
de género y la URSS, desde sus mismos comienzos se puso a la vanguardia del
mundo, dando un enérgico impulso a la nivelación de derechos y protagonismo
social de hombres y mujeres.
Pero en toda esa tradición,
la igualdad de género se inscribía en una idea igualitaria general y la
liberación de la mujer se consideraba parte de la gesta por la liberación
humana. Por eso, la lucha por los derechos de la mujer marchó orgánicamente
unida a la lucha por los derechos de los trabajadores.
El movimiento feminista, en
cambio, opera contra una “sociedad machista” y se abstrae habitualmente del
movimiento obrero, de la lucha por la democracia y las instancias de avance a
una sociedad más justa. El resultado ha sido que la incorporación de la mujer
al trabajo social empeoró la situación de los trabajadores en general y de las
mujeres en particular.
En los tiempos de la
familia tradicional, bastaba el salario del esposo para mantener el hogar.
Actualmente, es muy frecuente que los hogares necesiten del trabajo de los dos
miembros de la pareja para sostenerse, cosa absolutamente en línea con las
leyes del capitalismo, puesto que el valor de la fuerza de trabajo no es otro
que el costo de sostener un hogar: antes ese costo se concentraba en el salario
del jefe de hogar, ahora esa suma se desdobla en los dos salarios de la pareja.
El
destacado cineasta norteamericano Aarón Russo fue el autor del documental
“América: de la libertad al fascismo” que puede verse en internet. En una
entrevista que también se encuentra en la web, Russo refirió que la Fundación Rockefeller financió el
movimiento feminista, en particular su promoción mediática. En palabras del cineasta,
Nicholás Rockefeller mismo le informó sobre el hecho y los motivos: “Hay dos
razones principales. Una de ellas fue que no podíamos poner impuestos a la
mitad de la población antes de la liberación femenina y la segunda razón es que
ahora podemos tener a los niños a una edad temprana, podemos adoctrinarlos a cómo
pensar, lo que debería destruir su familia; los niños buscan al Estado como su
familia, como la escuela, como los oficiales, no a los padres enseñándoles”.
En la entrevista se
menciona que la líder feminista “Gloria Steinem, ahora, en uno de sus propios
libros, admite que la CIA financió la Miss Magazine”, revista emblemática del
feminismo norteamericano. Gloria Steinem estaba orgullosa, “la CIA me ayudó a
ayudar a las mujeres”.
La incorporación de
la mujer al trabajo social, conquista trascendente en la historia de la
humanidad, se convierte en una maldición puesta al servicio de la
superexplotación de la clase trabajadora, en particular de las mujeres, porque
por razones culturales carga mayormente con el peso agobiante de sumar al
trabajo social el trabajo doméstico. La
solución no puede ser otra que la disminución del horario de trabajo para
hombres y mujeres, sin baja del salario, para que puedan atender mejor el
hogar y recuperar el contacto con los hijos y
asegurar la supervivencia de la cultura en el sentido más amplio. La desidia con que los Estados tratan el
tema de la educación es otra señal de que hay, desde hace décadas, una
catástrofe cultural en marcha que goza cuanto menos del beneplácito de las
clases dominantes, con obvios propósitos de control social.
La imprescindible disminución del horario de trabajo
en salvaguardia de la cultura, interés del conjunto de los seres humanos, es al
mismo tiempo una reivindicación a cargo centralmente del movimiento obrero. En esta crucial cuestión, donde
reaparece inevitable la clásica consigna de Rosa Luxemburgo, “Socialismo o
Barbarie”, se aprecia que la historia sigue
colocando a la clase obrera en el rol protagónico, como sujeto político universal,
tal como lo recogió Marx del socialismo francés: “la clase obrera, al liberarse
a sí misma, libera a toda la humanidad”.
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