El
empréstito de Baring Brothers y
la
guerra con Brasil
El
negociado, la claudicación soberana y sus protagonistas
Por Luis Urrutia
Domingo F. Sarmiento, 1885.
El Página 12 del 30 de junio de 2014 combina en imagen a Rivadavia y
Martínez de Hoz, ministro de economía de la última dictadura. Sarmiento, en
cambio, acusa a Roca y Juárez Celman.
Nota previa
“El carácter imperial
de la política británica no se expresó en el empréstito de Baring Brothers,
sino en la guerra con el Brasil, donde el acatamiento de Inglaterra al bloqueo
brasilero hizo fracasar el intento argentino de recuperar la Banda Oriental.”
Tal es el resultado a que
se arriba en este trabajo, que no desmiente la naturaleza semicolonial de la
posición argentina en el orden mundial, ni su subordinación más o menos
estrecha a la hegemonía británica hasta entrado el siglo XX.
La aceptación de esta
tesis, sin embargo, lleva a fijar la atención en esa guerra, en quiénes allí
fueron consecuentes y quiénes no en la defensa de la patria. Sería un camino
que posiblemente ayude a reorientar algunas búsquedas de esas complicidades
internas que operaron en aquellos tiempos fundacionales, asentando el origen de
un poder local simbiótico con la ingerencia imperial en nuestros asuntos
soberanos.
I-
¿Cuál
es el origen de la deuda externa argentina?
II-
Motivos
para tomar un empréstito
III-
La
trampa del 70% fijo
IV-
Un
declive político de Rivadavia
V-
Rivadavia
y García
VI-
Etapa
de ruptura
VII-
Buenos
Aires, en manos de una unión nacional no terrateniente
VIII- Baring Brothers y su escenario, ofendidos con Rivadavia
IX-
El
privilegio social, antes que la Soberanía
X-
Resumen
y agregados conclusivos
I - ¿Cuál es el origen de la deuda externa argentina?
Suele darse por sentado que el problema
de la deuda, como elemento limitante de la soberanía y deformante de su
desarrollo económico y social, arranca con Rivadavia y el empréstito de 1824
con la Baring Brothers.
Un simple repaso de los empréstitos del
siglo XIX desvanece esa idea. Mientras que en 40 años transcurridos entre
1824 y 1864 sólo hubo un empréstito por 1 millón de libras, la sumatoria de
operaciones similares entre 1865 y 1886 ascendió a más de 41 millones de
libras. Dicho de otro modo: el empréstito de Baring representó un irrelevante
promedio de endeudamiento de 25.000 libras anuales entre 1824 y 1864. En
cambio, en los 20 años posteriores, ese promedio anual ascendió a 2 millones de
libras, ¡80 veces más!
LISTADO DE EMPRESTITOS
AÑO
PESOS
LIBRAS COTIZACION
FUERTES
1824
5.000.000
1.000.000 85%
------------------------------------------------------------------------------------------------
1865
12.600.000
2.520.000 72%
1869
5.000.000
1.000.000 88%
1879
30.800.000
6.160.000
88%
¿¿?
10.000.000
2.000.000 89%
1880
12.350.000
2.470.000 82%
1881
4.000.000
800.000 90%
1881
4.000.000
800.000
80%
1882
8.000.000
1.600.000 85%
1882
8,500.000
1.700.000 85%
1882
20.000.000
4.000.000 85%
1883
30.000.000
6.000.000 81%
1885
42.000.000
8.400.000 80%
1886
20.000.000
4.000.000 80%
TOTAL
41.450.000´
Fuente: Juan Carlos Vedoya, La verdad
sobre el empréstito Baring.
Salta a la vista que el empréstito de
1824 fue un episodio aislado y que no inició un proceso de endeudamiento, hecho
que sí se verifica a partir de 1865. No se registra en ese cuadro lo peor, que
sucede entre 1886 y 1890, paroxismo y crisis del endeudamiento.
El siguiente cuadro muestra cómo
evolucionó el saldo de la deuda en las presidencias de Roca y su cuñado
Juárez Celman.
Deuda Nacional y Provincial
|
1880
|
1881
|
1882
|
1883
|
1884
|
1885
|
1886
|
1887
|
1888
|
1889
|
1890
|
|||||
Nacional
|
33
|
55,9
|
58,1
|
8,4
|
74,9
|
71,1
|
73,5
|
97
|
88,8
|
116,1
|
128,1
|
|||||
provincial
|
18,18
|
18,18
|
37,83
|
55,91
|
55,91
|
70,86
|
83,16
|
154,91
|
154,91
|
|||||||
M$oro
|
||||||||||||||||
Fuente:
|
Cortes Conde (1989)
|
|||||||||||||||
Puede verse que el saldo de deuda
pendiente –expresado en pesos oro- se duplica entre 1886 y 1890 desde un valor
aproximado de 28 a 56 millones de libras (140 a 280 millones de pesos). Eso no
fue todo. Al generarse la cesación de pagos, renunció Juárez Celman y la Baring
Brothers fue empujada a la quiebra. El comité de acreedores de la Baring
negoció con Carlos Pellegrini, nuevo presidente, y decidieron una prórroga de
vencimientos… más un nuevo empréstito de 15 millones de libras.
En resumen: si entre 1865 y 1886 se
tomaron préstamos por “41 empréstitos de 1824”, entre 1886 y 1891 la nueva
deuda equivalió a 43 veces aquel primer y solitario empréstito.
¿No está claro que el millón del “empréstito
de Rivadavia” es una entidad microscópica frente a esta orgía financiera de más
de 80 millones de libras que aferraba a la Argentina como una preciada “perla
de la Corona Británica”?
![]() |
Gral Julio Argentino Roca |
El empréstito de 1824 fue un accidente
histórico, fruto de la coincidencia de dos acontecimientos independientes. Por
un lado, las necesidades financieras de la América española, urgidas por los
gastos de las guerras de la independencia, crearon la demanda de financiación.
Por el otro, los característicos sobrantes de capital y euforia previos a las
crisis económicas, se dieron en Inglaterra en los prolegómenos de la recesión
de 1825 y proporcionaron los fondos para financiar las necesidades
sudamericanas. Lo efímero de esas circunstancias explican que los empréstitos
no se repitieran. La fecha real del inicio del proceso de endeudamiento -1865-
coincide cronométricamente con el momento en que toma vuelo un rasgo
esencial del imperialismo capitalista: la exportación de capitales. Los
sobrantes de capital, a cierta altura del desarrollo capitalista se vuelven
permanentes y, por eso, países como Inglaterra y Francia comienzan a colocar
inversiones en el exterior, al tiempo que la deuda argentina adquiere
característica estructural.
En el caso de Inglaterra, el capital invertido
en el extranjero pasó de 3,6 millones de francos en 1862 a 15 millones de
francos en 1872, mientras que en Francia pasó de cero a 10 millones de francos
en 1869. En el caso inglés, esas inversiones se fueron incrementando luego en
una progresión de 50% cada 10 años hasta 1914. Digamos de paso, que la
exportación de capitales de Francia (no de Inglaterra) se orientaba
preferentemente a la promoción de empréstitos, a una suerte de imperialismo
usurario. . (Fuente: Lenin, El
Imperialismo, etapa superior del capitalismo)
El inicio de la exportación de
capitales a esa altura del siglo XIX revela que es inconcebible que, en 1824,
Inglaterra pudiera tener diseñada una política de dominación basada en el
endeudamiento de países extranjeros y que el célebre
“empréstito de Rivadavia” respondiera a un propósito semejante.
El préstamo imperialista, esto es, del
capitalismo de la época de los monopolios y de la alianza del capital
concentrado bancario e industrial, relacionó el crédito a ventajas adicionales
no financieras, como preferencias comerciales o la fijación de un destino
específico a los fondos prestados.
Así, la deuda de Juárez Celman ya venía
acompañada de privatizaciones y reducción del gasto público y la renegociación
de Carlos Pellegrini incluyó el retiro de una parte del dinero inconvertible en
circulación, prefigurando en el siglo XIX los planes de ajuste que el FMI
dictaría en la segunda mitad del siglo XX a los llamados países emergentes,
periféricos o dependientes, según la escuela económica.
En cambio, el empréstito de 1824 no
solo no aparece condicionado, sino que se emplea, para disgusto de la diplomacia
inglesa, en la financiación de la guerra con Brasil, al que los
ingleses, aunque disimuladamente, apoyaban.
![]() |
Juárez Celman |
En el afán de presentar al empréstito
de 1824 como un instrumento neocolonial, se lo describe como el pesado lastre
que encorvó al país hasta 1904 en que terminó por cancelarse. No se dice que se suspendió su pago durante 30 años, sin que ello
afectara las relaciones con Inglaterra; fue refinanciado en 1857 y su
refinanciación apenas costó un adicional de 1 millón y cien mil libras, esto
es: luego de no pagarse, ingresó en el círculo de la deuda de los años 60 con
un monto de 2 millones de libras que poco significaban frente a los más de 80
millones de deuda que el país tomó en los 20 años siguientes. Ni el
gobierno británico ni ningún comité de acreedores pretendió dictar a los
gobiernos argentinos medidas económicas específicas a título de la deuda de ese
primer empréstito.
¿Es que encarnaban los ingleses de 1824
un capitalismo filantrópico? Nada de eso. Ocurría que el eje de su política,
ciertamente expansionista, se centraba en los intereses del desarrollo de su
industria, no en el de sus finanzas. La diplomacia inglesa estaba puesta al
servicio de la ampliación ininterrumpida de su comercio, como medio de
multiplicar el mercado de sus productos industriales. La exportación de
capitales no figuraba en su agenda; sí, y a todo trance, la exportación de
mercancías.
Una circular del Foreign Office a todas las legaciones del mundo en enero de 1848 con la firma de lord
Palmerston pone en blanco sobre negro ese orden de
prioridades y explica por qué la representación diplomática británica dilató en
todo momento el planteamiento del impago del empréstito como una cuestión de
primer orden.
“…Las sucesivas administraciones de la
Gran Bretaña han creído hasta el presente no deseable el que súbditos
británicos inviertan sus capitales en empréstitos o en gobiernos extranjeros,
en lugar de emplearlos en empresas ventajosas en su propio país; y con la mira
de desanimarlos de hacer empréstitos arriesgados a gobiernos extranjeros que
puedan ser, o incapaces o inclinados a no pagar los intereses estipulados en
ellos, el gobierno ha creído que la mejor política era abstenerse de adoptar
como cuestiones internacionales las quejas hechas por súbditos británicos
contra los gobiernos extranjeros que han faltado al cumplimiento de sus
compromisos con respecto a tales transacciones pecuniarias…” (Fuente: Fitte, Historia de un empréstito, 286)
Palmerston mismo
reconvino en 1833 a Mr. Felipe Gore, encargado de negocios, por protestar ante
Buenos Aires por el empréstito; tampoco la intervención anglo francesa tuvo al
empréstito como reivindicación. (Fitte, 284) A la caída de Rosas y ante el
gobierno de Urquiza, un requerimiento de Baring motivó nuevamente una
definición de la diplomacia británica y fue el embajador Sir Charles Hotman
quien consideró “que no era aconsejable instruir al Capitán Gore para que urgiera
las reclamaciones de los tenedores de bonos, hasta tanto duren las
negociaciones de los enviados especiales de Inglaterra y Francia para la
apertura de los grandes ríos…” Al fin y al cabo, la Independencia del
Paraguay reconocida por Urquiza en julio de 1852, implicaba su salida al mar,
para beneficio de la expansión comercial británica. (Fitte, 227) Y toda esta
tolerancia británica se mantenía…después de 24 años de atraso en el pago del
empréstito.
¿Cómo sería posible tanta bonhomía en esa diplomacia integrada por
caballeros de linaje constituido en las guerras de conquista? Es que la
multitud de pequeños ahorristas e inversionistas que había aportado el millón
de libras del empréstito presuntamente “imperialista” no pertenecía ni a la
gran burguesía ni a la nobleza. Tal ocurrió con la quita efectuada a la deuda
argentina en el siglo XXI: se trataba también de bonos en manos de pequeños
ahorristas (los jubilados italianos). Macri resarció ampliamente a los fondos
buitres, pero ni Macri ni el capital financiero internacional consideraron
necesario reparar a aquellos pequeños bonistas, acaso los únicos acreedores de
buena fe, cuya satisfacción no tuvo la suerte de ser considerada “condición
para que Argentina volviera al mundo”.
![]() |
Estatua de Lord Palmerston en Londres |
II – Motivos para tomar un empréstito
Una vez que
descartamos, por los motivos anteriormente señalados, las truculencias del
“móvil imperialista”, no es difícil advertir que las razones aducidas por
Rivadavia para contraer esa deuda tenían suficiente base real como para creer
en la franqueza de su iniciativa.
La idea del
empréstito no era en sí misma mala. Señala Leonardo Paso que EEUU utilizó
los empréstitos mucho más allá que Rivadavia y con ello no hipotecó la
independencia y en cambio aceleró su evolución.(Paso, Los Caudillos, 243)
La propia Baring
acredita su presencia temprana en EEUU en una carta de presentación al gobierno
de Buenos Aires.
La apelación
atrevida a la deuda no significaba tampoco una novedad. Desde 1810, los
gobiernos patrios, abrumados por los gastos bélicos, convivieron con el
endeudamiento. Las confiscaciones y contribuciones forzosas eran un recurso
relativamente menor que no alcanzaba a resolver el problema financiero. Decía
el Encargado de Negocios norteamericano: “No
hay aquí tanto odio antiespañol. Rivadavia reconoce como deuda las
contribuciones pecuniarias que compulsivamente se les aplicó (a los
españoles)…En Colombia hay odio profundo, resultado de las atrocidades de la
guerra… y mayor aproximación a EEUU” (Forbes, Once años en Buenos Aires, 220)
Rivadavia concibió
el proyecto de un empréstito con tres propósitos: la construcción de un puerto,
la instalación de aguas corrientes en la ciudad y la erección de poblaciones en
el sur de la provincia, para la ampliación de la frontera agropecuaria. Eran
tres emprendimientos de sensibles consecuencias para el desarrollo económico de
la provincia de Buenos Aires.
Corría el año 1822
y sobre el estado del puerto, punto neurálgico de la economía de Buenos Aires,
escribe Parish: “Nada puede haber más desagradable que el actual desembarcadero
y modo de bajar a tierra. Difícilmente pueden los botes encontrar agua bastante
para aproximarse a la orilla, viéndose al llegar a una distancia de 40 o 50
varas asaltados por todas partes por carretillas que siempre entran al río a la
expectativa de pasajeros…La salvaje y grotesca apariencia de los tostados
carretilleros, medio desnudos, jurando y gritando, empujándose unos a otros y
azotando sus miserables y exhaustos caballos por entre el agua, como para
mostrar el ningún valor que dan a las criaturas irracionales en estos países,
es bastante para pasmar a un extranjero a su primera llegada y hacerle dudar de
si verdaderamente desembarca en un país cristiano…creo que no habría una obra
que el gobierno emprendiese que pudiera mejor que la del muelle cubrir sus
gastos y costos, porque la comodidad para los pasajeros es de poca
consideración si se compara con el valor e importancia que sería para el
comercio de Buenos Aires la adquisición de un muelle de descarga. Las
pérdidas y perjuicios que cada año se sufren a causa del actual modo de
conducir las mercancías a tierra, porque éstas de igual suerte que los
pasajeros se desembarcan en las toscas carretas que he descrito, son
incalculables y en alto grado ruinosos para el puerto, bajo un punto de vista
comercial.”
El agua corriente hubiera sido una revolución en una ciudad de condiciones medievales de salubridad. No era una utopía puesto que ya existía en Londres, mientras que en Buenos Aires el agua era provista por carros aguateros que la recogían del río adyacente, donde había perdido su cualidad de “buena y favorable para la digestión”, según se decía, debido a la acción de las lavanderas. El agua de la primera napa era barrosa y salobre. Los pozos profundos no existían. Rivadavia había encarado el problema en 1822, con el ingeniero Bevans, que fracasó en el intento de acceder a una segunda napa. A través de Larrea había convocado al ingeniero Carlos Pellegrini, que fue el que proyectó un sistema de acueductos de aguas clarificadas, pero cuando éste llegó al país fue rápidamente cesanteado por Viamonte, que cerró el Departamento de Ingenieros Hidráulicos, creado por Rivadavia. El proyecto llegó a estar avanzado, lo que prueba que no era un mero pretexto para endeudarse con Inglaterra, como algunos sospechan. El 20 de setiembre de 1824 posterior a la firma del empréstito, Rivadavia escribe desde Londres a Manuel García: “hacer productivo el empréstito”…“hay un deber mayor:….dirigir las órdenes para todo lo relativo a la construcción del Puerto, y establecimiento de aguas corrientes en esa capital; y especialmente el envío de ochocientos hombres de las profesiones que pidió en su presupuesto el Ingeniero Hidráulico, estos hombres serían una colonia a quien es debida la preferencia sobre toda otra…Pero sobre todo nuestros intereses y nuestro honor exigen que el producto del Empréstito no esté parado, y que parte alguna de él no se consuma sin producir”.
El agua corriente hubiera sido una revolución en una ciudad de condiciones medievales de salubridad. No era una utopía puesto que ya existía en Londres, mientras que en Buenos Aires el agua era provista por carros aguateros que la recogían del río adyacente, donde había perdido su cualidad de “buena y favorable para la digestión”, según se decía, debido a la acción de las lavanderas. El agua de la primera napa era barrosa y salobre. Los pozos profundos no existían. Rivadavia había encarado el problema en 1822, con el ingeniero Bevans, que fracasó en el intento de acceder a una segunda napa. A través de Larrea había convocado al ingeniero Carlos Pellegrini, que fue el que proyectó un sistema de acueductos de aguas clarificadas, pero cuando éste llegó al país fue rápidamente cesanteado por Viamonte, que cerró el Departamento de Ingenieros Hidráulicos, creado por Rivadavia. El proyecto llegó a estar avanzado, lo que prueba que no era un mero pretexto para endeudarse con Inglaterra, como algunos sospechan. El 20 de setiembre de 1824 posterior a la firma del empréstito, Rivadavia escribe desde Londres a Manuel García: “hacer productivo el empréstito”…“hay un deber mayor:….dirigir las órdenes para todo lo relativo a la construcción del Puerto, y establecimiento de aguas corrientes en esa capital; y especialmente el envío de ochocientos hombres de las profesiones que pidió en su presupuesto el Ingeniero Hidráulico, estos hombres serían una colonia a quien es debida la preferencia sobre toda otra…Pero sobre todo nuestros intereses y nuestro honor exigen que el producto del Empréstito no esté parado, y que parte alguna de él no se consuma sin producir”.
La fundación de
pueblos fronterizos tenía que ver con la extensión del área de la economía
agropecuaria, cuya necesidad se acicateaba con el proceso de separación de la
Banda Oriental, que salía del círculo de Buenos Aires.
El crecimiento
económico resultante y sus rentas derivadas fortalecerían la capacidad de pagar
el empréstito.
El 19 de agosto de 1822, la legislatura dio forma de ley a la
iniciativa, la que tomó su aspecto final el 27 de noviembre de 1822, con la ley
430 Se establecieron las siguientes pautas del empréstito:
-
$5.000.000 capital (equivalentes a 1.000.000 libras)
-
6% renta
(equivalentes a 60.000 libras)
-
-
Asignación presupuestaria anual de $300.000 para el pago de los
réditos (intereses)
-
Asignación presupuestaria anual de $25.000 para el pago del
capital (ducentésimo) (Esto quiere decir que el préstamo se terminaría de pagar
a los 50 años)
-
La suma obtenida será empleada exclusivamente en los objetos
legislados: Construcción del puerto, aguas corrientes y fundación de tres
ciudades sobre la costa entre la capital y el pueblo de Patagones.
III – La trampa del 70% fijo
A estas cláusulas, y luego de un ir y
venir entre el Ejecutivo y la legislatura, en el que no aparece
Rivadavia, sino el Ministro de Hacienda García, la ley incorporó dos elementos
claves. El primero fue:
![]() |
Manuel José García Ministro de Haciendo en los gobiernos de Martín Rodríguez, Dorrego, Viamonte y Rosas |
“Art. 2º: Los fondos que establece el
artículo anterior, no podrán circular sino en los mercados extranjeros."
Significaba esto que el gobierno emitiría títulos de
deuda, los que serían vendidos en el extranjero.
Esta disposición muestra que hasta último
momento no se había determinado si el empréstito se haría en el exterior. La
idea de que los propósitos del empréstito fueron una excusa para endeudarse con
Inglaterra sufre aquí otro golpe.
El segundo elemento merece una explicación
desarrollada, porque es el que define el negociado perpetrado con el empréstito
de Baring Brothers.
La venta de bonos a un público inversor se haría a
través de alguna entidad financiera de prestigio. Vender un bono de $100
equivalía a endeudarse por $100. Como ocurre actualmente, los bonos no se
vendían por su valor impreso, sino por su valor de cotización, normalmente inferior.
Si los bonos cotizaban al 80%, el gobierno recibía $80, pero se endeudaba y
pagaba intereses por $100.
La legislatura buscó entonces poner
límites a un malbaratamiento de la emisión de bonos y dispuso:
“Art. 4º: El mínimum a que podrá
negociarlos el Ministro de Hacienda será el setenta por ciento.”
Naturalmente, la idea de “mínimum” implicaba
que la obligación del Ejecutivo era vender los bonos al mejor precio posible.
Facultado para llevarla adelante, durante
meses Rivadavia nada hizo para poner la ley en ejecución, y el 5/5/1823 explicó a la Sala de
Representantes su falta de apuro:
“El Gobierno se ha abstenido de hacer uso
hasta ahora de la facultad de negociar un empréstito, que le fue concedida por
la ley de 19 de agosto de 1822, sin embargo de la gran utilidad de los objetos
a que es destinado. Ha creído mejor no exponer el crédito de nuestra provincia
a ser envuelto en la desgracia que han sufrido los empréstitos de América en
las grandes plazas de Europa. Vale sin duda más detenerse hasta que sean bien
conocidos el estado de los negocios y los principios de nuestra administración;
entonces se obtendrán ventajas que compensen el sacrificio que se hace ahora a
las circunstancias”.
¿A qué se refería Rivadavia? Seguramente a
que en 1822 Colombia se había endeudado por 2.000.000 de libras recibiendo
luego de las quitas sólo 600.000, y no había podido pagar siquiera la primera
cuota del empréstito; que la accidentada tramitación de un empréstito para el
Perú por 1.200.000 libras, a cargo de dos enviados de San Martín, García del Río y Paroissien, había
terminado en un embargo de la Cancillería británica; y pesaría todavía en el
ambiente inversor el desopilante embuste de Gregor
Mac Gregor, de noble estirpe británica, nombrado por Jorge IV Sir Gregor, pero
General de División de Bolívar, quien en 1820 obtuvo un empréstito de 200.000
libras para el “Reino de Poyais”, un país inexistente, supuestamente situado en
un lugar de Honduras. El
desprestigio afectaba al crédito sudamericano y volvería más caro el
empréstito, puesto que los bonos a venderse en Londres cotizarían más bajo y el
interés real a pagar por la deuda se elevaría. Convenía esperar, según
razonaba, a que se disipara esa sensación e hiciera su obra la elevada opinión
que en el extranjero provocaba la calidad de la institucionalización que la
Provincia iba adquiriendo.
La dilación acabó justificándose: cuando
finalmente los bonos se emitieron, cotizaron en Londres a un 85%.
Esta reticencia de Rivadavia a la
concreción de un empréstito que él mismo había promovido sumió en la
perplejidad a quienes historiaron el controversial episodio buscando
complicarlo en sus sordideces; en cambio, abona la tesis de Sergio Bagú
relativa a que los rivadavianos resultaron ser, de los que transitaban entonces
por el poder, los menos entusiastas por los empréstitos.
Lo que interesa ahora es dejar establecido
que Rivadavia, con su evasiva a negociar bonos en un clima bajista, y al
explicar esto a la Junta de Representantes, evidenció tener claro para sí y
para la legislatura que, en concordancia con el texto de la ley, la provincia
procuraba obtener de los bonos el mayor valor posible, a partir de un mínimo
del 70% de su valor nominal, lo que supone que la provincia vendiera
directamente los bonos al público, no aceptando más intermediación y gasto que
la de los agentes de venta y sus comisiones.
Sin embargo este mínimum del 70% no se
respetó posteriormente y adquiriría el empréstito la configuración de un
negociado. Terminó ocurriendo que la provincia comisionó a un grupo de
empresarios para gestionar el empréstito por un porcentaje congelado en el 70%.
Al venderse los bonos en Londres, estos cotizaron al 85%, apropiándose los
agentes de venta no sólo del 1% que les correspondía como comisión, sino
también del 15% de diferencia, que en una contratación de esas características,
hubiera correspondido percibir a la provincia.
Lo que los comisionistas se apropiaron no
era una suma menor. Ese 15% representaba 150.000 libras, equivalentes a
$750.000. El Rector de la Universidad de Buenos Aires, Valentín Gómez y el
distinguido físico italiano Pedro Carta, que tenían un honorario anual de
$2.000 cada uno (Piccirilli,
ob.cit Tomo I pag 345) hubieran
tenido que trabajar 375 años en sus puestos para percibir igual suma. El grupo
comisionista no había puesto capital ni garantías para viabilizar la operación.
El módico adelanto de $250.000 que, por convenio, hicieron a la provincia a
cancelar en 9 meses y por el cual ya estaban remunerados, puesto que cobraban
intereses, no guarda proporción con la apropiación de semejante masa de dinero.
![]() |
Pedro Carta Molina Creador del primer observatorio astronómico y el laboratorio de físico-química |
Claro que, advertida de todo esto, la casa
Baring Brothers le puso precio a su complicidad en el desfalco y exigió su
parte. El 15% quedó repartido en 12% para los gestores de Buenos Aires y 3%
para la contraparte inglesa.
IV – Un declive político de Rivadavia
¿Cómo pudo tergiversarse esa voluntad de
Rivadavia, si él era el ministro clave del gobierno? Ernesto Fitte, reconocido
universalmente como el historiador que reconstruyó el episodio y a quien se
debe el conocimiento del negociado, establece que, excepto una primera
intervención de Rivadavia, es García el único funcionario que aparece
instrumentando el empréstito de manera concreta, el que avala con su firma la
conversión de aquel 70% mínimo, que estaba establecido por ley, en 70% fijo.
En esa primera gestión del empréstito, que
estuvo a cargo de Rivadavia, se adecuó la propuesta del consorcio a los
términos de la ley, bajando el interés ofertado del 7% al 6% (Fitte, Historia de un Empréstito, pag 44). Rivadavia estimó conveniente la propuesta
al evaluar que “…la diferencia
desde el 43% a que corren hoy los fondos hasta el 70, proporcionaba una
considerable escala de utilidades y rentas sobradas para satisfacer los
intereses de la deuda extranjera, sin la necesidad de nuevas cargas” (Fitte, Historia de un empréstito, pag 38). Algún autor cree descubrir que allí
Rivadavia acepta el 70% fijo. Error, porque el cálculo de ahorro de intereses
que hace Rivadavia para considerar la aprobación debe naturalmente ser
conservador y por lo tanto suponer la cotización a obtenerse como igual a la mínima
del bono.
Este documento dejado por Rivadavia
ilustra sobre el extraordinario nivel de intereses que pagaban los gobiernos
patrios a los capitalistas locales, ingleses y criollos. Si la cotización de
los bonos en Inglaterra al 70% significaba que el interés real a pagarse subía,
a
lo sumo, del 6% al 8,57%, colocados esos bonos en la plaza local al
43%, ese interés se elevaba al ¡13,95%!
Del
1.000.000 de libras de endeudamiento, entonces, el gobierno debía recibir
700.000 y así lo aceptó la Baring Brothers. Sin
embargo, por disposición de García, no de la banca inglesa, 130.000 libras
quedaron depositadas a un interés del 3% en Londres. (“Interés de 2 años que según las instrucciones de V. retenemos
del empréstito 120.000; Fondo de amortización de 2 años 10000”, escribe Baring
Brothers a García con fecha 24/7/1824) afectadas al propósito de cubrir las dos
primeras cuotas del pago del capital e intereses, y sólo llegaron a Buenos
Aires 570.000.(Fitte, ob cit, pag 92) Pero esto, más allá de lo
administrativamente cuestionable de la decisión de García, no modifica el
cálculo del interés real que debía pagarse, y que corresponde hacer sobre
700.000 libras, el 70% de 1.000.000.
Es de suponer que la habitualidad de la
muy mayor usura de los empréstitos locales, anestesió la conciencia social
sobre la demasía del empréstito de Baring, porque sus términos y el gran
negocio del Consorcio fueron publicados y no generaron reacción negativa, sino
más bien beneplácito.
Finalizó su intervención Rivadavia el
7/11/1823 y actuó García con pasmosa celeridad. Consiguió ese mismo día, y
en horas, la anuencia de la Comisión de Hacienda de la Junta de Representantes,
en sesión donde Rivadavia no estuvo presente. Allí, García transformó en fijo
el 70% mínimo de la ley, con estas palabras: “…y siendo si no imposible, muy
difícil, y de cierto más costoso seguir negociando por pequeñas cuotas el
empréstito, por cuanto no presentaba un objeto de utilidad a ninguna Casa de
gran crédito en los mercados extranjeros una especulación sobre cortas remesas, había pensado que todo se conciliaba negociando la totalidad del
empréstito, o cuando menos la suma de doscientas mil libras esterlinas, al
precio ventajoso del 70%, y empleándolo desde luego en los fondos circulares
del país” (Fitte. Ob
cit, pag 47, tomado del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires,
Juntas de Representantes, Comisiones, 1823)
“Había pensado” (no, “habíamos pensado”, no
“el gobierno ha pensado”), dijo García, en primera persona del singular cuando
fundamentó, falazmente, el 70% fijo. De sus propios dichos surge que toda la
responsabilidad del negociado recae sobre él. En efecto, los bonos se
vendieron todos al 85%, y no en cortas remesas, ni el Consorcio hizo una
actividad mayorista, sino que entregó todo el paquete de la venta a Baring
Brothers al 85% y se desentendió del asunto.
Esta mengua de protagonismo de Rivadavia
en tan importante asunto debe ser relacionado con su pérdida de poder político
desde mediados del año 1823.
Antes, el 23 de enero de 1823, los “amigos
del gobierno” habían triunfado en las elecciones en una proporción de 10 a 1, a
pesar de que la oposición había unificado a Alvearistas y Pueyrredonistas.(Forbes, 215) Es en este tiempo de fortalecimiento que
Rivadavia dispone paralizar la iniciativa del empréstito.
Sin embargo, a
mediados de agosto, Martín Rodríguez, el gobernador sostén de Rivadavia,
regresa sin haber tenido éxito frente a los indios, lo que lo disminuye
electoralmente. Se acumula sobre esto una importante sequía y el ganado es
diezmado por una peste generando el aumento del costo de vida.(Forbes, 253)
Una convención
preliminar con España no es bien vista en las provincias del norte, a la luz de
los triunfos de las armas patrióticas, que vuelven inoportuno cualquier cese de
hostilidades. La actitud frente al problema de la Banda Oriental tampoco
cautiva al público.(Forbes,
264). La popularidad de
Rivadavia, que nunca fue un personaje carismático, disminuye y esto es fatal
para un gobernante que no actúa dentro de un statu quo, sino para un proyecto
de transformación que afecta o amenaza afectar intereses predominantes.
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El Argos, periódico de Buenos Aires |
El 5 de noviembre
de 1823, Forbes formula al Departamento de Estado de los EEUU un notable
vaticinio que realza la calidad de su diagnóstico, respecto al presente y
futuro político de Rivadavia:
Luego de delinear
las nuevas condiciones de adversidad, pone
un matiz
a su desenlace. “Sin embargo, las reformas financieras, las
mejoras edilicias, su gran amor por el orden y su deseo sincero de sustituir el
despotismo militar le han conquistado muchos partidarios entre las clases
acomodadas y honorables de la ciudad. Soy así de opinión que si ocurre algún
cambio, se
producirá en forma insidiosa e indirecta, mediante el reemplazo de gobernador,
pero en la inteligencia de que los actuales ministros continúen en el poder. Los dos caudillos más inquietos y
ambiciosos son el Coronel Dorrego…Es actualmente miembro popular de la Junta y
hombre de carácter atrevido. El ídolo de la gente de campo es el coronel Manuel
Rosas, también bravo y atrevido, gran terrateniente y con vasta influencia…En
las tardías operaciones contra los indios solo intervino en última instancia,
pero sus partidarios lo señalan como único factor responsable de los últimos
éxitos…rescatándose 80000 cabezas de ganado…Se decía que levantaba firmas para
su candidatura a gobernador a condición de mantener a los ministros, promesa
que pronto olvidaría y pondría al Dr. Agüero”. (Forbes, 264)
Hacia enero de
1824, el fin del trienio liberal en España, inaugurado por la revolución de
Riego, tuvo que ver con la desazón que se vivía en las filas revolucionarias, a
la vez que la restauración parecía levantar cabeza. El Argos publica un tratado
secreto firmado en Verona el 22/11/1822 por Rusia, Austria, Prusia y Francia,
para acabar con los gobiernos representativos, provocando la inquietud pública.
Forbes, reflejando el clima de época, habla de
desmoralización. Fernando VII, el 1/10/1823 había retornado al poder y derogado
toda la reforma liberal. Ingenieros consigna la constante de la influencia de
los hechos europeos en la evolución del proceso independentista y
revolucionario.(Ingenieros, La evolución de las ideas
argentinas, Tomo I pag 291) La invasión de España por los 100.000
hijos de San Luis franceses de la Santa Alianza había sido en abril de 1823 y
ya estimulaba el giro a la derecha. Así como la Revolución de Riego había
impulsado la revolución y permitió el acceso de Rivadavia al gobierno, su
derrota producía el efecto inverso.
En ese mes de
enero coinciden sugestivamente dos hechos:
-
El 16/1/1824, se pone en marcha el negociado con Baring Brothers: cuando
Rivadavia aún es miembro del gobierno, García otorga poder a Félix Castro,
Guillermo Parish Robertson, Juan Robertson, Braulio Costa, Manuel Riglos y Juan
Pablo Sáenz Valiente para gestionar el empréstito, cuya
emisión había sido aprobada. (Bagú, el Plan económico del Grupo Rivadaviano,
pag 61)
-
El
24/1/1824 se inicia el desplazamiento de Rivadavia del gobierno. Forbes informa al Departamento de Estado la conformación de una lista electoral “integrada
por enemigos conocidos de la revolución salvo tres: Paso, Soler, Dorrego,
incluidos para despistar al electorado.” (Forbes,
Once años en Buenos Aires, pag 282)
Por un lado, la carta poder en sí misma
es una prueba de la ajenidad de Rivadavia a esa tramitación.
Como sagazmente observa Fitte la pobre redacción y las
imprecisiones que encierra esta extraordinaria carta poder… corroboran por
supuesto la ausencia de Rivadavia, a cuya minuciosidad y detallismo no
hubiera(n) escapado la(s) omisión(es)” en que incurre. (Fitte, Historia de un empréstito, pag 50).
Por otro lado, la
aparición de esa lista electoral, que ganaría las elecciones y significaría en
abril la elección de Las Heras gobernador y en mayo, la salida de Rivadavia del
gobierno y la afirmación de García en el poder, demuestra
que García y Rivadavia ya en esa fecha estaban definidamente en campos
opuestos, enfrentados y prestos a luchar por el poder. Si ese enfrentamiento ya
tenía la forma electoral, es porque venía madurándose por lo menos durante
meses.
Corrobora Rodney en su informe al Departamento de Estado, “que las
elecciones han sido favorables, en general, a aquellos que están en oposición a
Rivadavia”.
Se produce
así exactamente lo predicho por Forbes: El 9 de mayo de 1824 asume Las Heras,
que dispone mantener a los dos ministros de Martín Rodríguez, Rivadavia y
García. Rivadavia, obviamente que interpretando el fondo de la situación,
rechaza el cargo, a pesar de la notable insistencia de Las Heras. García suma a
las suyas las funciones de Rivadavia. “Fácil es conjeturar
que el señor Rivadavia y el señor García quedaban en diversos caminos, y en
relaciones notoriamente frías…éste tenía desfavorable idea de los propósitos
políticos de aquél, que consideraba como más enfáticos e ilusorios que como
benéficos para la suerte del país. Su temor era que ocasionasen un profundo
trastorno en el próspero estado de las cosas…” (Vicente Fidel
López, Historia Argentina, Tomo 9 pag 239)
Es
mucho más que un simbolismo que, al momento en que Félix Castro parte para
Londres para efectivizar el empréstito
desde el funesto rol del consorcio comisionista, Rivadavia ya no esté ni en el gobierno ni en el país, del que se había ausentado “solo y sin ser sentido, a las seis de
la mañana”, según lo expresa el Argos del 26 de junio de 1824. (Piccirilli, Tomo II, 371)
¿Y García? Allí la básica dicotomía de
Rivadavia y García, el uno el “utópico”, el otro, “hombre de realidades”, que
sólo se atenuó en los años pacíficos de la gobernación de Martín Rodríguez,
surgirá nítida para convertirse en antagonismo.
Rivadavia debió irse, pero García, en cambio,
aceptó seguir y Las Heras lo sostuvo hasta el final de su gobierno, al que puso
fin el retorno posterior de Rivadavia como presidente. Fue entonces García el
que debió irse al llano. Cuando luego cayó la presidencia de Rivadavia y éste
marchó a un ostracismo irreversible, volvió García al poder, para sostenerse
allí gobierno tras gobierno. Mientras en 1842, el terrible año de la represión
rosista, Rivadavia moría en Cádiz en soledad, protegido de la indigencia sólo
por la acción de su herencia paterna, en ese mismo año sangriento, García,
nimbado por el glamour de la predilección británica, recibía de Rosas la
canonjía acorde: nada menos que la concesión para construir y explotar el
puerto de Buenos Aires.
V- Rivadavia y García
Si sus destinos
políticos fueron tan disímiles, ello guardó proporción con sus diferencias
ideológicas, políticas y morales.
No puede negarse
a García una sintonía con la idea general de progreso. La demostró cuando,
coherente con la Asamblea del Año XIII en la que participó, sostuvo a Fernández
de Agüero en su cargo de profesor de ideología, desautorizando su juzgamiento
por herejía en la Universidad. Es posible también que sus actitudes
generalmente contrarias a las soluciones bélicas lo hayan hecho un buen compañero
de Rivadavia en lo que Forbes denominó su “deseo sincero de sustituir el
despotismo militar” por la construcción institucional. Pero si la ensoñación
desgarrada tiñó al “quise ser la razón y no quise ser la fuerza” con que
Rivadavia inició su ostracismo, esa misma vocación fue pragmatismo en García, liberal
en la forma, rosista en los hechos, figura
infaltable de todos los gobiernos, como no fuera la presidencia rupturista
de Rivadavia.
Rivadavia, como
arquitecto de una nueva sociedad, permanecía distante de los intereses
dominantes. Le estaba vedado romper con los ganaderos bonaerenses, porque la
burguesía comercial, única base social activa de un proyecto de unidad nacional
entonces, desarrollaba su economía en dependencia de las exportaciones de cueros
y carnes saladas. Su lucha contra la hegemonía del latifundio asumió formas pacíficas;
ante todo fue una batalla cultural, ligada a reformas políticas y económicas.
García fue
“progresista” en la escasa medida en que lo permitían los poderes dominantes,
con los cuales mantenía una promiscua relación.
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Sir Woobdine Parish Encargado de Negocios Inglés |
Desde el
comienzo, diplomático de Pueyrredón en Río de Janeiro, su trayectoria se jalonó
en la deserción de la causa de la nación ¿Oponerse al Portugal que amenazaba a
Buenos Aires desde la propia Banda Oriental? “No señor; entonces el poder de
Artigas aparecerá con mayor ímpetu y será irresistible” (Leonardo Paso,
Rivadavia, 174).Más allá de que su argumento aparecía justificado por lo controversial de
la política de Artigas, cuyo enfrentamiento con Buenos Aires lo llevaba a una relación
conflictiva con la causa general de la Independencia, García mantenía una
opinión hostil hacia todo lo que fuera integración de la Banda Oriental en el
concierto de las Provincias Unidas, facilitando el objetivo inglés de un
Uruguay independiente que impidiera el control argentino del Río de la Plata.
Atado a los
intereses dominantes de la campaña bonaerense, García pudo colaborar con
Rivadavia en la institucionalización y modernización de la Provincia, ya que esto
podía ser tolerado y hasta cierto punto deseado por la naciente oligarquía. Este
consenso permitió una evolución institucional, política, cultural y económica
tan brillante, que una cabeza de la Ilustración francesa como Desttut de Tracy
homenajeó a Rivadavia: “al frente del
gobierno de vuestra patria, a cuya felicidad contribuís poderosamente y como
consecuencia a la del mundo entero. No exagero nada, pues vuestra causa es la
de la humanidad”. (Carta de Tracy a
Rivadavia del 14/4/1822, Piccirilli, Rivadavia y su tiempo) Escribía de Tracy desde la Europa oscurecida por la
Santa Alianza, donde la remota y colonial Buenos Aires pareció por un instante
un faro para sus cabezas más avanzadas.
Aquella
revolución pacífica era un espejismo, sin embargo. Y pronto lo que hubo fue
contrarrevolución y guerra.
Cuando,
encabezada por Rivadavia, la fracción unitaria del partido directorial pretendió
avanzar con el proyecto de institucionalizar y modernizar, ya no a la provincia
sino al país, lo que significaba el espaldarazo a un desarrollo burgués no
terrateniente, encontró a los señores de la campaña bonaerense frontalmente en
contra y esto representó lisa y llanamente la guerra civil.
VI Etapa de ruptura
La convocatoria
al Congreso Constituyente que se reunió en 1825 y la guerra con Brasil para
liberar la Banda Oriental fueron los primeros escenarios del enfrentamiento.
El 5 de enero de
1824, en los mismos días en que la gestión del empréstito salía de su control y
adquiría perfiles de negocio irregular, planteó Rivadavia a García la necesidad
de reiniciar los esfuerzos para unir nacionalmente a las provincias. Esto motivó
una violenta discusión.(Galván Moreno, Rivadavia, 376)
García aparentó
acceder y una comisión designada en marzo de ese año recorrió las provincias
para invitarlas al evento constituyente.
Sin embargo, las cosas no quedaron así, y el 13/11/1824, ya con
Rivadavia fuera del país, la legislatura provincial, en concordancia con la
filosofía de García, se reservó el derecho de aceptar o no la
Constitución que se dictara “precaviéndose así de
que por un golpe de mano parlamentario no se le usurpase su propio gobierno o
se le hiciese víctima de imposiciones ajenas y contrarias a sus preciosos
intereses”(Vicente Fidel López,
Historia de la República Argentina, Tomo 9 Pag.252).
Con estas palabras, Vicente Fidel López, admirador de García y crítico
de Rivadavia, nos da un testimonio indirecto pero contundente de que la
gravedad del enfrentamiento posterior se incubaba ya en aquellos días de
aparente calma institucional.“El golpe de mano parlamentario” fue efectivamente
dado luego, por acuerdo de Rivadavia presidente y el Congreso Constituyente,
con mayoría de diputados del interior y porteños unitarios, cuando hicieron
cesar al gobernador y a la legislatura provincial y la Provincia de Buenos
Aires pasó a ser gobernada en nombre de la Nación.
VII - Buenos
Aires, en manos de una
Unión
nacional no terrateniente
¡Extraordinario hecho histórico! La Buenos Aires que sólo pudo
federalizarse en 1880, luego de muchos miles de muertos en guerras civiles que
se extendieron por 60 años, aparecía en 1826 nacionalizada y gobernada ante el
impotente despecho de los dueños de la Pampa, destituidos de su autonomía.
¿Por qué tanta muerte y 60 acelerados años de modernización perdidos?
Porque con Buenos Aires ciudad de la provincia y no de la nación, tenían
los terratenientes bonaerenses el control de su estratégica Aduana, que cobraba
impuestos a todo el interior del país, a través del tráfico de mercaderías de
importación. De este modo, los ganaderos dueños de la pampa bonaerense sostenían su
estado provincial sin pagar virtualmente impuestos. El propio Rosas lo
manifestó, en mensaje a la legislatura del 1º de enero de 1837: “Si por las
declaraciones se calculase la riqueza efectiva de esta provincia, quedaría
reducida a la centésima parte”. Pero cómo combatir esta evasión del 99% del
impuesto a la tierra si, como agregó luego el propio Rosas, “no había nada más
cruel e inhumano que obligar a una persona a que diera cuenta de sus riquezas
privadas”(Miron Burgin, ob cit
249). En la negociación con Woodbine Parish, García
consiguió para ellos la complicidad británica. Dice Alberdi: “…todo lo que
había obtenido Inglaterra por su tratado de 1825, fue la libertad de comercio
con la República Argentina, a condición de hacerlo sino por uno solo de sus 50
puertos…Tal era el sentido práctico de su artículo 2°.” (Alberdi, El Brasil ante la democracia en América,
pag 383)
Exactamente en sentido contrario iba la Constitución de 1826, que negaba a las provincias la posibilidad de aplicar
impuestos indirectos (impuestos a las mercaderías), (Miron Burgin, ob cit, pag 120) con lo cual las obligaba a
financiarse recaudando impuestos a la tierra y a la propiedad en general, y no
al comercio y al consumo de la población.
Se explica entonces la anticipada resistencia de la
legislatura de la provincia de Buenos Aires a aceptar la Constitución que
dictara el Congreso Constituyente de 1825 y el por qué Rivadavia y el Congreso
habían decidido suprimir la autonomía provincial que defendían los señores de
la tierra.
Sin embargo, ante la presidencia de Rivadavia la proto oligarquía
claudicó airadamente, pero sin lucha. En la legislatura de la provincia se
registró esta escena:
“Gritó Cavia (editorialista junto a Dorrego): vengo
del Fuerte y puedo asegurar que el General Cruz tiene comisión de Rivadavia
para venir con una compañía de soldados a echarnos de aquí y cerrar todas las
puertas.
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Escudo de armas de la familia Anchorena |
“Medrano: ¡Mejor! ¿Qué nos hallen sentados en el
recinto sagrado de la ley!
“Nicolás Anchorena (desde arriba de una mesa) : ¿Para
qué, para salir después uno a uno con el rabo entre las piernas? ¡Dejémonos de
zonceras, señores! Lo mejor es irnos ya, y dejarles a ellos esta merienda de
negros. Yo me voy y quédese el que quiera.
“Y se fueron todos. Era
el 8 de marzo de 1826 y la provincia quedaba bajo el gobierno de la presidencia
y el Congreso. (Vicente Fidel López ob cit, tomo IX pag 741)
Respaldaba el proyecto nacional una suma de fuerzas incontrastable: el
fervor patriótico popular, exaltado por la bandera épica de la liberación de la
Banda Oriental y el propio ejército nacional, formado por la oficialidad
veterana en las guerras de la Independencia, republicana, y en sus mejores
cuadros, amiga de la Ilustración.
No estaba sin embargo sola la legislatura provincial: La mayoría de las provincias le
retiró al Congreso sus poderes y lo desconoció inmediatamente,
(ob cit 741) lo que pone en cuestión la idea del carácter nacional y popular de
la generalidad de los caudillos y del esquema que sitúa en el centro de la
problemática nacional, la contradicción Interior – Ciudad Puerto. Según López,
el presagio de guerra civil interrumpió el aporte de tropas del interior
al ejército nacional, incluso de las provincias amigas, que debían defenderse
de las otras.
Se arrepintió de todo
ello Facundo Quiroga, que se hizo solidario con Rivadavia cuando en 1834, a
horas de volver del exilio, fue arrancado de su casa y puesto en un barco, por
orden de García, para ser luego desterrado.
“Lo que se hace con
Rivadavia no tiene nombre…No es más que una gran cobardía…Cuántas veces me ha pesado no haber aceptado la Constitución del año
veintiséis”. (Galván Moreno, ob cit pag 519) Al
año siguiente, Facundo fue asesinado.
“La aventura presidencial del señor Rivadavia”, como la llama López, no
era tal, a pesar de que el intento apenas superó en unos meses el año de existencia.
No era, ni podía ser, la inspiración descarriada de un hombre. La
extraordinaria concentración de talento militar (Alvear, Paz, Soler, Mansilla,
Lavalle, Olavarría, Oribe, Garzón, Olazábal…) y el heroísmo exhibidos por el ejército
republicano ante la ventaja numérica y material del Imperio del Brasil (Saldías, Historia de la Confederación Argentina,
Tomo 1 pag 160), demuestran
que el intento tuvo profundo arraigo en las bases sociales que impulsaban el
progreso histórico.
La batalla de Ituzaingó reveló en la guerra la superioridad argentina y
si el contexto político no hubiera frustrado el reintegro de la Banda Oriental
a la nación, es previsible que el prestigio consiguiente hubiera vuelto
internamente hegemónico el proyecto rivadaviano. Pero la intervención inglesa
desniveló la balanza.
Brasil impuso un bloqueo naval sobre el puerto de Buenos Aires que
paralizó el comercio exterior. La recaudación impositiva del gobierno, que
dependía casi enteramente de la aduana, se redujo a niveles mínimos. Esto
comprometía la financiación de las operaciones del ejército y, por lo tanto, la
suerte de la guerra. Desfinanciado, el gobierno de Rivadavia, que
no se apoyó en nuevos empréstitos, sino que apeló a la emisión de
moneda sin respaldo metálico, bien pronto se vio apremiado por la penuria
económica. El comercio británico, que dependía enteramente de la apertura del
puerto, sufrió una parálisis total.
La escuadra brasileña, cuya capacidad combativa fue humillada más de una
vez por un Almirante Brown con los más precarios medios de combate, no podía
ser un obstáculo de consideración para Inglaterra, la reina de los mares. Sin
embargo, los ingleses acataron el bloqueo mucho más allá de lo que legalmente
les hubiera correspondido, a pesar del perjuicio económico que esto le
representaba.
En efecto, Forbes consigna: “El Almirante francés Rosamel ha
protestado en nota oficial al almirante brasilero…ha declarado su intención de mantener
el derecho de los barcos franceses de navegar hasta este puerto, y en ausencia
de una fuerza bloqueadora, entrar a nuestros fondeaderos y desembarcar su
carga. Los ingleses siguen guardando
silencio en este asunto…” (Forbes, ob cit pag 431)
El bloqueo naval, como acto de
guerra, legitimaba el obstáculo objetivo que representaba para los buques
mercantes de terceras naciones arriesgar su integridad surcando aguas de
conflicto bélico. Pero no autorizaba a que los bloqueantes persiguieran o agredieran
expresamente a esos navíos.
Era sin embargo, precisamente ese
medio ilegal el empleado por los brasileros para efectivizar su agresión
económica, ante una completa pasividad británica. “Almirante
Lobo aplica el bloqueo brasilero. Infligió castigo corporal a un capitán
inglés y amenazó a dos norteamericanos por infractores.” (Forbes,
ob cit pag 414). Protestó el Encargado de Negocios norteamericano,
Parish, el diplomático inglés, nada dijo.
¿Podría haber sido posible todo
esto si los británicos hubieran sido neutrales e indiferentes al resultado del
conflicto, si hubieran actuado en legítima defensa de los intereses de su
comercio interrumpido?
¿La solución inglesa, la
independencia uruguaya, se habría impuesto sin ésta adhesión voluntaria e
intencionada al bloqueo decretado por Brasil?
VIII – El privilegio social, antes que la Soberanía
El sabotaje inglés a los recursos del bando
argentino no obraba solo. Desde antes del comienzo de la guerra, “Rosas torpedeaba los preparativos, recibía
desertores e indios en su estancia, los cuales asolaban la zona”, (Fitte, Dorrego y Rosas, 138) lo cual evidentemente obligaba al gobierno a
distraer fuerzas para contenerlos. Y el poder monopólico de Rosas sobre la
carne, que ya había dictado su ley a los gobiernos de Pueyrredón, Rondeau y
Sarratea, impulsó nuevamente el agio como arma de desestabilización. (Horacio Giberti, Historia Económica de la
Ganadería Argentina 100, 101).
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Juan Manuel de Rosas |
Lo notable es que el conflicto con Brasil había sido desencadenado por
el propio Rosas, al propiciar
la incursión de Lavalleja y los 33 orientales en la Banda Oriental y que, como
lo consigna en carta a Josefa Gómez de 4/4/1865, su opinión entonces no fue por
la paz según se hizo, erigiendo a la Provincia Oriental en Estado Soberano
Independiente…” (Fitte,
Dorrego y Rosas, 138).
Su traición a las armas patrias tuvo el mismo sentido que la defección
de Viamonte en Huaqui, (Ignacio
Núñez, Noticias Históricas pag. 334) que prefirió ver derrotado al Ejército Auxiliador a manos españolas, a
que prosperara el proyecto revolucionario que, en cabeza de Castelli,
insurreccionaba a las masas indias llevando la bandera de la división de la
tierra.(Julio C. Novayo, Mariano Moreno Secretario de
Guerra, pag 40)
En esta guerra, le tocó a Rosas ser el que no toleró que fuera el
Ejército liberal el que triunfara sobre Brasil. Esto se evidenció todavía más en
la gobernación de Dorrego, donde procuraron mediante artificios conspirativos
una victoria sobre Brasil que no tuviera al ejército como protagonista. Así
mientras Lavalleja, de ineptitud confesa, pero caudillo (German Jarks, Boletín 1964 Volumen XXXVI Academia
Nacional de la Historia, pag 481), era nombrado en reemplazo nada menos que de Alvear en la Comandancia
del ejército patrio, Dorrego pretendió formar un segundo ejército a órdenes de
Estanislao López y Fructuoso Rivera para invadir las Misiones Orientales, otra vez la suplencia de la
ciencia militar del adversario interno por el caudillismo adicto, pero inoperante
para enfrentar al enemigo externo. Todavía más fantasioso fue el proyecto de
secuestrar al Emperador Don Pedro a manos de los aventureros Antonio Martín
Thym y Federico Bauer. Los contrató Dorrego y el pago lo hizo Rosas en cuotas. (Fitte, Dorrego y Rosas, pag 74)
La necesidad que tenía la clase de los terratenientes de acabar con la
presencia armada de los oficiales guerreros de la Independencia la concretó Viamonte,
el mismísimo entregador de Huaqui, cuando como gobernador, secundado por sus
ministros García y Guido
desmanteló el Ejército. Inversamente, por decreto, dio carta blanca a Rosas para
entregar suertes de estancias hasta la línea nueva de frontera. (Ravignani, Rosas, Interpretación real y moderna,
pag 25) De ese modo, Rosas desarrolló aún más su poder
político y militar. García
y Guido permanecieron en sus funciones con Rosas, que asumió el gobierno
a continuación.
No era la de Viamonte una falla moral personal. Su política estaba al
servicio del latifundio, como lo demostró al defender junto a Anchorena un
proyecto de Dorrego que exigía poblar con ganado la tierra dada en enfiteusis
(“para enriquecerse hay que ser primero rico” refutó este régimen Sarmiento en
1857) así como prohibir su entrega a
extranjeros. (Miron Burgin, 145) Tuvo
también, en atenuante, la intención de contener la violencia política que ya
empezaba a desarrollar Rosas. Terminó en el destierro y con la pérdida de su
único hijo. (Alfredo L.Palacios,
Echeverría, pag 304)
IX - Baring Brothers y su escenario,
ofendidos con Rivadavia
La coincidencia de Rivadavia y García en el gobierno de Martín
Rodríguez fue eso, una coincidencia transitoria de proyectos esencial e irremediablemente enfrentados. El abismo ideológico y moral que había entre ambos puede medirse por las dimensiones y la calidad de la colisión política que entonces maduraba y que poco después explotaría para marcar la historia nacional hasta nuestros días. Fue justamente en esos momentos de calma que preceden a la tempestad, que la idea del empréstito, concebida en su aspecto abstracto por Rivadavia y que en sí misma no merece reproche, se transformaba en gestión concreta con la casa Baring y se configuraba como negociado, violando la ley que Rivadavia había promovido. Como se verá, el hecho de que el empréstito fuera organizado precisamente por Baring Brothers formó parte de los intereses de la política británica que incidió en la caída del gobierno de Rivadavia.
Rodríguez fue eso, una coincidencia transitoria de proyectos esencial e irremediablemente enfrentados. El abismo ideológico y moral que había entre ambos puede medirse por las dimensiones y la calidad de la colisión política que entonces maduraba y que poco después explotaría para marcar la historia nacional hasta nuestros días. Fue justamente en esos momentos de calma que preceden a la tempestad, que la idea del empréstito, concebida en su aspecto abstracto por Rivadavia y que en sí misma no merece reproche, se transformaba en gestión concreta con la casa Baring y se configuraba como negociado, violando la ley que Rivadavia había promovido. Como se verá, el hecho de que el empréstito fuera organizado precisamente por Baring Brothers formó parte de los intereses de la política británica que incidió en la caída del gobierno de Rivadavia.
Ya se vio que, mientras Rivadavia tuvo la dirección del asunto en sus
manos, todo lo que hizo fue demorarlo, no hacer nada para efectivizarlo, y esto
no porque no le hubieran llegado ofrecimientos (ob cit, pag 35). Esta
conducta Rivadaviana se reiteraría. El 29/8/1826, Del Carril, Ministro de Hacienda del
presidente Rivadavia contesta a Riglos que pide informe por
la demora en concretar un nuevo empréstito: “El gobierno no quiere
contratar el empréstito con un gravamen muy grande para la República. Mientras
tanto, ha logrado conservar el crédito de la República en un nivel superior”. Y
ante otro requerimiento, esta vez de la Comisión de Hacienda del 6/9/1826, Del Carril reitera: “…no se ha
hecho nada, y en esto se ha hecho mucho, porque
se ha tenido la habilidad de no precipitarse cuando las circunstancias
parece exigían que el resultado hubiese sido el de haber hecho el empréstito
con un gravamen muy grande para la República…”
Nótese que Riglos, que pretende apurar infructuosamente el negocio, era
uno de los gestores que se apropió del 15% del empréstito de Baring.
Esta contestación de Del Carril es un elemento que muestra la desvinculación de
Rivadavia con el grupo y la trama que lo llevó adelante.
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George Canning |
Pero Riglos no actuaba solo. Lord Ponsonby, cabeza de la diplomacia
británica en la región, criticaba la preferencia de Rivadavia por Hullet: “Ponsonby creía que la
debilidad financiera (argentina) (se debía) en parte al hecho de que Rivadavia hubiera preferido a
Hullet & Company en lugar de Baring Brothers” (Ferns, ob cit, pag 188).
¿Opinaba
Ponsonby así por las suyas? Cuando Rivadavia nombró a un socio de Hullet como
representante en Inglaterra, Canning en carta a Parish
dijo que no podía admitir ese nombramiento para que “no se suscite la
sospecha de que una casa mercantil tiene ventajas sobre las demás, a causa del
carácter político de sus socios”. Se consideraba a Hullet rival de Baring
Brothers. (Ferns, ob cit, pag 126)
Las cosas venían de antes. Como vimos, Rivadavia al abandonar el
gobierno había viajado a Inglaterra “solo y sin ser sentido” y, agreguemos, sin
misión oficial (Bagú, ob cit, 62). Su propósito era promover allí una
explotación minera. La motivación era naturalmente política y ligada a los
intereses de un desarrollo burgués no terrateniente que él encarnaba. El caudal
de oro que circulaba en la economía dependía casi exclusivamente de las exportaciones
de cueros y carne salada. Desarrollar la minería y la fabricación de moneda
metálica en el país era romper esa dependencia, que otorgaba a la ganadería
bonaerense, en alianza con el comercio inglés, una hegemonía política y
económica inapelable en el país. El carácter político de este accionar, ahora
formalmente particular de Rivadavia, había quedado asentado en un decreto del
24/11/1823 que explicitaba la necesidad del desarrollo minero y lo encargaba
como Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de llevarlo adelante.
Antes, Rivadavia había
tratado la cuestión minera con capitalistas locales, capitaneados por Braulio
Costa, otro que como Riglos formó el consorcio que intermedió y lucró
desorbitadamente con el empréstito de Baring, pero optó por gestionar
esto en Inglaterra con la Hullet & Company (Vicente
Fidel López, ob cit, Tomo IX pag 512). Así se
formó la Río de la Plata Mining Company para explotar el Famatina.
Lo que obviamente estaba ignorando Rivadavia en Inglaterra es que,
paralelamente, en el país y con el mismo objeto y lugar, se formaba otra
compañía de minas. La existencia de ambas compañías era incompatible. Braulio
Costa y sus asociados habían logrado la concesión del gobierno de La Rioja para un Banco de Rescate y Casa de Moneda, que
vendieron a una compañía británica organizada por los hermanos Robertson,
Famatina Mining Company. El gobierno bonaerense (Las Heras –
García)
le
cedió máquinas (Bagú, ob
cit, pag 97 y 98) Dos hermanos Brotherson fueron parte también del
grupo de seis que tramitó y puso sus términos leoninos al empréstito Baring. Y con Rivadavia ignorando todo esto ¿García no tiene el comedimiento de
avisarle? Cuando al regresar Rivadavia se hace el correspondiente reclamo “para
hacer valer el contrato celebrado en Londres, García contestó que lo único que
el decreto del 24/11/1823 había autorizado, era la presentación de un plan
previo…” (Vicente Fidel López, ob
cit pag 513) esto es, la enemistad era manifiesta.
De nuevo, Rivadavia aparece ajeno e incluso enfrentado a los grupos de
interés que efectivizaron el negociado del empréstito.
Con
quien sí Braulio Costa evidentemente anudó sólidas
relaciones fue con García. Diez años después, en 1834, una denuncia los
incriminó: García había vendido a Braulio Costa bonos del estado a $40, que
cotizaron de inmediato a $58. Como se ve, la modalidad delictual del caso Baring, la entrega barata de bonos,
se reiteraba.
Facundo Quiroga, que había
dado un poder a Costa, quiso deslindar responsabilidades y exigió se
investigaran las “andanzas criminales” de su apoderado. Costa terminó preso
pero, millonario e influyente, poco le costó escapar y huir a Montevideo. La
impunidad de García todavía fue mayor porque nada se registra que le haya
pasado. ¿Podría haber sido de otro modo?
En 1831, el general Paz ya
había derrotado a Bustos y a Quiroga, y constituido su provinciana liga
unitaria. El fantasma de su genio militar se cernía amenazante sobre la Buenos
Aires, ya en manos de Rosas. Todos contra Paz fue la consigna. Se organizó el financiamiento
del gasto militar a cargo de lo “más selecto” local y extranjero. Lista de
contribuyentes. Rearmaron a Quiroga y equiparon a López. ¿Quién fue el “cerebro
financiero”? García. (Saldías, ob cit, pag 266)
Según Forbes, García era entonces intocable “porque era hombre de Parish”, el
Encargado de Negocios inglés, “que extorsiona con el empréstito” (Forbes,
ob cit, pag 580)
El fracaso de la Río de la Plata Mining
Company, según Bagú un
hecho
muy común entonces en los emprendimientos ingleses en Sudamérica, (Bagú,
ob cit, ) perjudicó
el prestigio de Rivadavia en Inglaterra, ya que dio
motivo a que Canning escandalizara el asunto en el Parlamento “y de que
rehusase el pase de la patente consular del señor R.W. Hullet (5/6/1825) (que
había solicitado Rivadavia). Contribuyó mucho también a este desagradable
incidente la amistad del Sr. Canning con los señores Baring Hermanos que estaban
muy ofendidos con el Sr Rivadavia; y los informes que dio el Sr Parish
sobre el genio y las fantasías de su carácter, tomados probablemente en el
partido de oposición, o del señor García, que en el fondo le era muy desafecto,
porque había incompatibilidad real de caracteres entre ambos y una manera
profundamente diversa de encarar la marcha que debía seguir el país y su
gobierno”... “La ofensa de los
señores Baring Hermanos, de quienes el Sr Parish era grandemente
afecto y protegido, provenía de una negociación de empréstito que el
señor Rivadavia les había retirado para preferir a los señores Hullet Hermanos
que fracasó por la poca respetabilidad y escasos medios de esta casa.” (Vicente
Fidel López, ob cit Tomo IX pag 514)
Como puede apreciarse, la diplomacia
británica en bloque, desde su jefe en Londres, Canning, hasta sus
representantes en Buenos Aires, Lord Ponsonby y Sir Parish estaban íntimamente
vinculados a Baring Brothers y a García, así como en ríspida relación con
Rivadavia. La enemistad inglesa con Rivadavia y el bando unitario es un tema
que merece desarrollarse aparte. La “poca respetabilidad y escasos medios” de
la casa Hullet and Company, muestran la vocación de Rivadavia de eludir ligarse
al capital predominante en Inglaterra. Con todo lo dicho, resulta coherente
que, mientras el Consorcio capitalista que gestionó el empréstito, se repartía
con la Baring Brothers las pantagruélicas 150.000 libras del empréstito
arrebatados al erario argentino, no muy lejos de allí, en la propia Londres, el
20/9/1824, Rivadavia escribía una carta a García sobre sus apremios económicos,
“pues sin degradarme no puedo vivir menos y todavía con estricta economía”. (Piccirilli, ob cit Tomo II pag
388)
IX - Resumen y agregados conclusivos
El
carácter imperial de la política británica no se expresó en el empréstito de
Baring Brothers, sino en la guerra con el Brasil, donde el acatamiento de
Inglaterra al bloqueo brasilero hizo fracasar el intento argentino de recuperar
la Banda Oriental. Al promover la independencia uruguaya, Inglaterra logró que
Argentina no tuviera el control de los dos márgenes del Río de la Plata, clave
geográfica, a su vez, para el dominio de la Cuenca del Plata. ¿Por qué, a su
vez, esto era estratégico para los ingleses? Porque el transporte acuático era
varias veces más barato que el terrestre y las vías fluviales resultaban un
factor de comunicación insustituible para un desarrollo comercial en escala.
La
derrota de las Invasiones inglesas, como antes la Independencia de los Estados
Unidos, demostró al Imperio la imposibilidad, al menos en América, de someter
naciones por el expediente de la conquista militar. Superó Inglaterra esa
falencia en nuestro caso, a través de la alianza con la burguesía terrateniente
de la Provincia de Buenos Aires.
El
interés colonial inglés de convertir al país en un mero proveedor de productos
primarios, a la vez que en mercado para su producción industrial, coincidió
plenamente con los intereses del latifundio ganadero bonaerense, que
receló primero de la agricultura y luego de la industria, cuyos desarrollos representaron
a su turno un cuestionamiento a su hegemonía social y política.
La
denuncia del empréstito de Baring Brothers, en cambio, es falsa en cuanto se lo
caracteriza como imperialista. Como todo mal diagnóstico, tapa el diagnóstico
verdadero y, sobre todo, exime de culpas a la oligarquía terrateniente, que ha
sido la responsable del fracaso del intento argentino de constituir un país de
plena soberanía.
Esta
falsa denuncia se enmarca en una corriente de pensamiento que insiste en
señalar, sin respetar épocas, al proteccionismo de la industria y al
desendeudamiento como los pilares de la independencia económica, dejando de
lado el tipo y distribución de la propiedad como definidores de la estructura
social. Esta última omisión es la que permite su popularidad. Los señores de la
tierra, verdaderos dueños del poder vernáculo, como lo demuestra la
persistencia argentina en una economía esencialmente extractivista, han
prestado su luz verde a la propagación de este error que confunde la conciencia
nacional, y que, con sus complementos culturales y políticos, se alza como uno
de los obstáculos mayúsculos que impiden una verdadera unión nacional y
popular. Se ha dicho, antes que ahora, que las ideas dominantes de una época,
son las ideas de la clase dominante. Sin restar históricos méritos patrióticos
y sociales a esta corriente del pensamiento popular, y a la vitalidad de su
capacidad de evolucionar e integrarse a la herencia cultural de la Ilustración,
hay que decir que en estos fallos paga todavía tributo a la filogénesis de su
origen: el nacionalismo oligárquico. Tal vez por eso, en la alforja de sus
olvidos históricos y políticos, figura primera la división de la tierra,
consigna esencial del pensamiento fundante de la Nación, presente en Moreno,
Belgrano y Castelli, traducida en acción concreta en las campañas militares de
la guerra de la Independencia, y sistematizada en el pensamiento de Rivadavia,
Echeverría y Sarmiento. El procerato que encumbró el nacimiento de lo
argentino, fue robado a la tradición popular, patriótica y democrática, por una
historia oficial mitrista que vació su contenido antioligárquico. Acaso
surja imprescindible la tarea aún inconclusa de su rescate. Lo pediría la hora
histórica en que la defensa de la integridad nacional y social amenazada, tiende
las dificultosas líneas de la fusión cultural del pueblo, y de la formación de
una contundente mayoría popular, con su representación política cabalmente
unificada.
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