El olvido en
su bicentenario
por Luis Urrutia
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La muerte lo encontró en una situación de ostracismo y, desde la primera generación de historiadores argentinos, prevaleció, junto con una exaltación de su condición moral, una tacha de utopismo e ingenuidad, en la que asomó, a veces, la imagen de un talento apenas bien intencionado. Los últimos años han empeorado radicalmente estas palideces tradicionales. No ha mucho, en una encuesta obviamente impulsada desde Cambiemos, Belgrano figuraba quinto en un ranking de honestidad encabezado por Elisa Carrió (1). Y este año Bicentenario ha transcurrido en la más completa ausencia de homenajes, como no sea un acto menos que protocolar, donde el presidente, el 20 de junio, restó su presencia física al monumento a la Bandera.
No es difícil advertir en estos atentados el camino a la
consagración simbólica del status neo colonial en que ha caído el país. Así, la
reivindicación cabal de Belgrano es también la de la soberanía nacional.
La Revolución de Mayo había inaugurado en los hechos la
independencia argentina, pero no la había proclamado formalmente. A similitud
de las Juntas que se desparramaban por España, los gobiernos patrios ejercían
la soberanía a nombre del Rey Fernando VII, prisionero en Francia. Así lo había
exigido Inglaterra, a través de Lord Strangford, como condición para dar su
ayuda a la independencia americana, so pretexto la necesidad de conservar su
alianza con España en contra de Napoleón. Es que la diplomacia y la fuerza
militar del imperio británico estaba en manos aristocráticas, que no podían ver
con simpatía el progreso en los hechos de una idea republicana.
La situación militar de la revolución era dramática, luego de
la derrota en Huaqui por el norte, y la directa amenaza naval española sobre
Buenos Aires, potenciada por la posesión de Montevideo y la posible combinación
de una alianza con la corona portuguesa
instalada en Brasil.
En circunstancias tan desfavorables,
Belgrano crea y enarbola la Bandera Nacional. Fue un desafío al sentido común.
Es que, como dice con acierto Mitre, “…esperaba más del entusiasmo de los pueblos una vez declarada la
independencia, que de la invocación hipócrita en nombres en los que nadie
creía…”. Sí, y esperaba más del entusiasmo de los pueblos
que de los arreglos diplomáticos, hay que agregar. Se lo parece reprochar el
gobierno, que le manda arriar la bandera: “… las demostraciones (de)…la bandera blanca y celeste, como indicante
de que debe ser nuestra divisa sucesiva, las
cree este gobierno de una influencia capaz de destruir los fundamentos
con que se justifican nuestras operaciones y las protestas que hemos anunciado
con tanta repetición, y que en nuestras comunicaciones exteriores constituyen
las principales máximas políticas que hemos adoptado…(por lo que) ha dispuesto
este Gobierno…haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera
blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente; procurando en
adelante no prevenir las deliberaciones del Gobierno en materia de tanta
importancia…” (2)
Mantener la
subordinación a las decisiones gubernamentales, como forma de preservar la
unidad de las fuerzas revolucionarias, era una cuestión de principios para
Belgrano. Guardó la bandera para mejor oportunidad, que no tardó en llegar. La
victoria en Tucumán, que llegó a Buenos Aires inesperada y providencial, hizo
que los ánimos cambiaran. Y al hacer jurar a las tropas acatamiento a la
Asamblea del Año XIII, volvió a enarbolar el pabellón patrio, esta vez para
siempre. Era el símbolo de la Independencia, no sólo frente a España y su rey:
la diplomacia inglesa, en manos de su aristocracia, recibía un duro golpe.
Con el ejército
victorioso en el norte y la bandera soberana en sus manos, Belgrano había señalado
el rumbo a la Revolución. Así fue como en la Asamblea del Año XIII “Eliminaron
la fidelidad a Fernando VII de los juramentos, (hicieron) remoción de empleo
civil, religioso y militar de todo europeo no ciudadanizado. (decretaron)
Aumento de la pensión a la viuda de Moreno, que estaba olvidado. La Asamblea
suplantó al rey en la imagen de las monedas; el escudo nacional al escudo de
armas del rey; en misa, las preces por la majestad real por la de la Asamblea;
España fue eliminada como instancia de apelación judicial, separación de hecho
de la iglesia nacional de la Santa Sede; libertad de vientres, prohibición de
introducir nuevos esclavos; educación de los libertos; abolición de la
Inquisición, el tormento; ratificación de la libertad de imprenta, exención de
tributos a los indios; enarboló la bandera nacional, adoptada de hecho, sin
declaración expresa, adopción del himno nacional.” (3)
Así, la creación de
la bandera fue un hito épico y no un acto bucólico de tiempos apacibles. Los
colores blanco y celeste no surgieron de la imitación poética de los colores
del cielo: “mandéla hacer blanca y celeste,
conforme a los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la
aprobación de VE”, le escribe al Triunvirato. (4)
¿Y esos colores de
la escarapela, que tampoco era oficial, de dónde habían surgido?
Historia
Ramos Mejía: “Amaneció por fin el 25 de mayo de 1810, día opaco y lluvioso que obligaba
a las gentes a cobijarse en las posadas y pulperías inmediatas...Cuando French
advierte que por inspiración anónima todo el mundo usa un distintivo celeste y
blanco, él y sus compañeros, que no lo tenían, entran en una tienda de la
Recova y lo adoptan con entusiasmo... “ (5)
Sí. Los colores de la bandera de Belgrano eran
ya los colores del pueblo de la Revolución y tenían autor anónimo. Poco
importaba si Carlos III había en el pasado adornado con ellos algunos eventos
de la casa de los borbones. Su significado, desde las invasiones inglesas se
había transfigurado. Fernando VII estaba preso y el pueblo aprendía
naturalmente a vivir sin Rey.
El aporte militar de
Belgrano
Suele sedimentarse en la memoria del prócer, una figura sin
méritos concretos claramente identificables. Así, Enrique de Gandía transcribe de Mitre, sobre
Belgrano: “una mediocridad como general, como
escritor, como pensador, como jurisconsulto, como político, como economista,
que fue todo esto en la medida de sus facultades…es a la vez un grande hombre y un gran ciudadano como Washington en el sentido verdadero
de la palabra….” (6)
La
oración precedente no resume la actitud de Mitre ante Belgrano, como se verá.
Vicente Fidel López sí persiste en descripciones como la que sigue: “Belgrano
era uno de esos espíritus noblemente inspirados que aceptan con una santa
credulidad las sugestiones abstractas de lo bueno y de lo bello, sin comprender
las condiciones materiales y prácticas de su oportunidad.”(7)
Creemos que se expresaron así los de la minoría ilustrada que
se complicaron con el fracaso de la Revolución, con la frustración del
alumbramiento de un país moderno y verdaderamente soberano. Al disminuir intelectualmente
a Belgrano, descalifican su grandeza de miras, justifican la realidad en que
viven. La historia oficial efectiva, la que se enseñó en las escuelas, sobre
todo la primaria, transmitió esa empobrecida noción de la personalidad de
Belgrano.
¿Se trató al fin de un general inepto, apenas justificable
por ser un militar improvisado, como suele decirse?
José María
Paz, general invicto y estratega genial fue, como combatiente, testigo directo de toda la campaña de
Belgrano. Dijo, a propósito de los errores cometidos en la batalla de Ayohuma,
acaso el momento más desafortunado de la actuación militar del prócer: “Es preciso considerar que estábamos en el aprendizaje de la guerra, y
que así como era, el general Belgrano era el mejor general que tenía la
república. Estaba también falto de jefes, pues los mejores por varios motivos
estaban ausentes: no tenía un solo hombre a quien pudiera deber un consejo, ni
una advertencia; estaba solo, y solo llevaba todo el peso del ejército.” (8)
Confirma a Paz el mismo San Martín, cuando escribe
a Godoy Cruz sobre Belgrano: “…es el más metódico de los que conozco
en nuestra América, lleno de integridad y talento
natural; no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a
milicia, pero créame Vd. que es lo mejor que tenemos en la América del Sur». (9)
En la Colonia, los españoles tenían el monopolio de la
fuerza. Por ello, entre los criollos, la cultura militar de escuela no existía.
Debieron ser la minoría ilustrada y los sectores afines a la
ilustración quienes debieron abocarse a absorber con urgencia el conocimiento
militar culto. Para enfrentarse militarmente al Imperio Español, era necesario
hacerlo científicamente. Por eso, los ejércitos de la Independencia eran
verdaderos portadores de las ideas enciclopedistas.
En ese acelerado proceso, Belgrano fue el hombre de
vanguardia. Lo certifica Mitre con este notable pasaje:
“La reorganización del ejército fue el primer
trabajo que acometió. Aunque desprovisto de pericia militar, había estudiado
los maestros de la guerra, tenía sobre ella ideas fijas y netas que la
vulgaridad de los antiguos militares de táctica y de rutina, que le miraban con
cierta prevención irónica. Así es que todas sus medidas fueron acertadas, y
después de haber impuesto a todos por el carácter, dominó por su incontestable
superioridad en el arte difícil de organizar un ejército en todos sus detalles
y de imprimir a las masas dirección metódica. Sin ser un genio guerrero, reveló
desde luego que él era el hombre de las circunstancias, y que los estímulos
poderosos del patriotismo y del deber suplían suficientemente las cualidades
militares que le faltaban...Empezó por organizar una compañía de guías,
compuesta de hombres prácticos del país, con lo que se proveyó de una verdadera
carta topográfica del teatro de la guerra...creó un cuerpo de cazadores de
infantería “todos de emboscada”. Ante la falta de armamento, penetrado de la
idea demostrada por Federico sobre la inutilidad de los fuegos de caballería,
la armó con lanzas, dándole incontestable superioridad sobre la del enemigo.
Para imponer la idea con el ejemplo, constituyó su escolta personal con estos
lanceros....Descendiendo a la administración, se reorganizaron el parque y la maestranza,
mejoró el hospital, creó las oficinas de provisión, reglamentó su contabilidad,
organizó un tribunal militar y la planta de un cuerpo de ingenieros, ramos mal
atendidos o totalmente descuidados hasta entonces. Estableció las revistas
diarias, hizo efectiva la responsabilidad, remontó los resortes relajados de la
disciplina, fundó una academia práctica para los oficiales inferiores, metodizó
los ejercicios doctrinales, y a caballo de día y de noche inspeccionando por si
la comida del soldado, la cama del enfermo, el cartucho que se elaboraba, el
fusil que se limpiaba y los libros y oficinas de los empleados de hacienda, no
dispensando la menor falta y estimulando a los que mejor cumplían con su deber,
llegó a merecer de los soldados... que, según el testimonio de uno de sus
oficiales en aquella época, preferían ser destinados a un destino peligroso
antes que incurrir en una reprensión del General...Creó así un nuevo espíritu
militar sin atropellar la dignidad humana...fue no solo un general de circunstancias,
sino el fundador de una escuela militar, que ha dado a la patria guerreros
ilustres, dotados de grandes virtudes cívicas, y que se han hecho distinguir
por la capacidad para organizar.” (10)
En nuestra opinión, lo esencial para valorar
militarmente a Belgrano es que en él lo militar es inseparable de lo político,
y que en la fusión de esas dos dimensiones se encuentra la medida de su
grandeza única en nuestra historia nacional. Caracterizando
su estilo y su época, dice Vicente Fidel López: “Patriota y amigo de comunicar a sus soldados
el ardor candoroso que bullía en su alma, y que era de moda antes
que San Martín hiciera del soldado un soldado y nada más, Belgrano
acostumbraba amenizar sus tareas dando proclamas y órdenes del día que en su
concepto debían producir una grande fuerza moral en sus tropas.” 11) “…. El desorden
estratégico y el protagonismo de los jefes en la batalla de Tucumán generó un
clima de rivalidades internas que lindaba con la anarquía, pero al mismo tiempo
la moral combativa era altísima. Belgrano favorecía paternalmente ese clima
anárquico con tal de que demostrara la creatividad de sus jefes. Pero era muy
severo si esa anarquía molestaba al vecindario civil.” (12) “…El gran fomentador de la indisciplina era
Dorrego. La proximidad de una nueva batalla serenó los ánimos y la disciplina
se restableció, trabajada personalmente por Belgrano con sus métodos
paternales”. El liderazgo de Belgrano no
se circunscribía al ejército y se extendía al pueblo, que se convertía en
fuerza y recurso de combate: “Tristán…no esperaba que el ejército de Belgrano pudiera atacarlo.
Las partidas en busca de noticias habían sido sistemáticamente destruidas por
los gauchos. La imposibilidad de Tristán de obtener información hizo que
Belgrano se acercase a Salta sin ser sentido”. (13)
El
General Paz resumió magistralmente esta síntesis político-militar que encarnó
el modo de actuar de Belgrano:
“Hasta
que él tomó el mando del ejército, se puede asegurar que la revolución,
propiamente hablando, no estaba hecha en esas mismas provincias, que eran el
teatro de la guerra. Cuando en principios de este mismo año (1812), emprendió
el general Pueyrredón su retirada con el ejército, nadie (con muy raras
excepciones) se movió de su casa, y esos salteños y jujeños tan obstinados y
patriotas, como valientes después, se quedaban muy pacíficamente para esperar
al enemigo y someterse a su autoridad, sin excluir muchos empleados y
militares, que no estaban en servicio activo. Cuando en Agosto emprendió el
general Belgrano la suya, la hizo preceder de un bando fulminante, mandando el
completo abandono de los pueblos y lugares que debía ocupar el enemigo. Estancieros, decía el bando, retirad vuestras haciendas; comerciantes,
retirad vuestros géneros, labradores, retirad vuestros frutos; que nada quede
al enemigo, en la inteligencia, que lo que quedare, será entregado a las
llamas. Efectivamente, algo sucedió de esto; pues, tuve noticia de uno o
dos cargamentos de efectos que se distribuyeron a la multitud o se quemaron, y
yo mismo, y todo el ejército presenció el incendio de dos gruesos cargamentos
de tabaco en covos, por la misma razón.
Aunque
estas providencias no tuvieron todo su efecto, por la precipitación de nuestro
movimiento y la dificultad de llevarlas a efecto en toda su extensión, y aunque
parezcan algo crueles, no trepido ni un instante en asegurar, que fueron de una
gran utilidad política: ellas despertaron los ánimos ya medio resignados a
sufrir el yugo español; ellas nos revelaron, haciéndolo mayor, la gravedad del
compromiso que habíamos contraído cuando tomamos las armas contra el gobierno
establecido por la metrópoli; ellas en fin, nos hicieron conocer que era una
cuestión de vida o de muerte para nuestra patria, la que se agitaba, y que era
preciso resolverse a perecer o triunfar, fuera de que estas medidas enérgicas, que
recaían indistintamente sobre las personas más elevadas de la sociedad,
hirieron la imaginación de las masas de la población, y las predispusieron a
desplegar esa fuerza gigantesca, que ellas mismas ignoraban y que después han
hecho de las Provincias Bajas, un baluarte incontrastable.” (14) (El remarcado es nuestro)
La
capitulación de Tristán merece una reflexión aparte, para apreciar la síntesis
político-militar de Belgrano, su énfasis en el aspecto moral de la guerra. La
historia escolar, que se difunde al pueblo, cuenta que Belgrano otorga la
libertad a Tristán y su ejército vencido en Salta, con el compromiso de no
tomar las armas contra la causa de la Independencia. Tristán, en cambio, burla
la buena fe de Belgrano, incumple su juramento y los prisioneros de Salta
vuelven a ser combatientes a vencer.
Comencemos por acotar que la
“ingenuidad” de Belgrano es la misma de Mao, en su guerra popular de
liberación, cuando liberaba pertinazmente a los prisioneros de origen
campesino, algunos de los cuales volvían a combatirlo; y que lo propio
aconteció con la guerra de guerrillas de Fidel Castro. Belgrano tenía en cuenta que los soldados que
liberaba eran americanos. Agriamente criticado, escribe “¡Quién creyera! ¡Me escribe otro por la capitulación, y porque no hice
degollar a todos, cuando estoy viendo
palpablemente los efectos benéficos de ella!”. (15)
Efectivamente. Los capitulados desparramaban por el Perú la noticia de la
catástrofe, predisponiendo a la población a la insurrección “dedicándose algunos a pervertir el espíritu público, proclamando el
brillo y el entusiasmo de las tropas de Buenos Aires, y pintando con los
colores más halagüeños la causa que defendían”. Así lo
dice desde la mira española Torrente, un historiador español. Goyeneche, el
superior de Tristán, internó a los capitulados en el pueblo de Sepulturas. Los
absolvió del juramento de no tomar las armas, pero solo 7 oficiales y 300
soldados se prestaron a ello. (16)
“¡Muy poco fruto para tan gran victoria!” brama Mitre contra la
capitulación. Por lo visto, creía apriorísticamente mucho más en el terror que
en la construcción moral. Se escapa a esta historia erudita y a la historia escolar, que no es que Belgrano dilapidó el fruto de la victoria
creyéndole a Tristan, sino que apostó una vez más al pueblo bajo, a los
soldados de origen americano, que en su gran mayoría respetaron su juramento y
llevaron el mensaje moral al pueblo del Perú.
Las
batallas de Tucumán y Salta salvaron la Revolución en su momento más
angustioso. La primera, la de Tucumán, la libró Belgrano escuchando al pueblo
norteño y desobedeciendo al gobierno, que le había ordenado retirarse a
Córdoba. Desde un punto de vista meramente militar, existía una considerable
desventaja respecto a las fuerzas españolas, pero el carácter popular que le
imprimió Belgrano a la guerra de la Independencia cambió radicalmente esa
correlación de fuerzas.
La
acción político militar de Belgrano tuvo un resultado todavía más trascendente
que el de superar la amenaza letal de una coyuntura: al convertirse el noroeste
argentino, por virtud de su transformación política, en un escollo insuperable
para los españoles, dispuso la Revolución de casi cinco años para que San
Martín preparara, sin duda que brillantemente, su campaña militar, en forma
metódica y con los recursos y pertrechos de los que jamás dispuso Belgrano. Es
el tiempo que transcurrió entre la batalla de Tucumán, en setiembre de 1812, y
la de Chacabuco, en febrero de 1817.
Tales
los logros capitales que la historia nacional debe al aporte militar de
Belgrano. Otras acciones memorables suyas no fructificaron, pero no por
insuficiencia personal, sino del perfil que adquirió el proceso histórico
argentino.
Vicente Fidel López
Marchó
al Paraguay con 1000 hombres para enfrentar a 8000. Hubo enfrentamientos en que
la desproporción llegó a ser mucho mayor, pero en las escaramuzas libradas se
imponía la moral combativa y el arrojo temerario de las tropas de Belgrano. Se
desbordó la admiración paraguaya por el ejemplo argentino y se trastocó la
quietud colonial. La guerra fue sucedida por el diálogo, la negociación y el
acuerdo firmado. Fue sin embargo una decepción porque, dice López, se creía
haber conseguido “un pacto federal por el cual Paraguay
contribuiría a la causa de la independencia, pero los paraguayos sólo aspiraban
a aislarse, ser espectadores y beneficiarse de los esfuerzos y sacrificios
ajenos.” Bien sabemos que el
aislamiento paraguayo tuvo su contracara en la asfixia que representaba para el
interior el hegemonismo ejercido por la oligarquía ganadera a través de la
aduana de Buenos Aires. Esa es la razón última de que el esfuerzo de Belgrano
no lograra integrar al Paraguay en el territorio del antiguo virreinato. Se
frustró también, y abruptamente, la brillante acción política de Belgrano en la
Banda Oriental, donde estuvo al frente de la insurrección de la campaña
uruguaya. El contraste sucedió por acción directa del saavedrismo, que lo convocó a Buenos Aires
para enjuiciarlo, como parte de la persecución política desatada a partir de la
asonada del 5 y 6 de abril de 1811.
En
cuanto a las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, no es a esos azares ni a
puntuales errores tácticos allí cometidos que se pueda atribuir la pérdida de
la soberanía sobre el Alto Perú. No es responsabilidad de Belgrano. Ésta
impotencia argentina se manifestó también en Huaqui, en la sublevación de
Fontezuela, que derribó a Alvear cuando se disponía a marchar hacia las alturas
del Cuzco, o en la decisión de San Martín de cruzar Los Andes y abordar a Lima
desde el mar. Esta intrincada cuestión excede los marcos de este artículo.
Belgrano, la religión y las masas
Edición original del libro de Campomanes
Año 1775
Belgrano introdujo en el Río de la Plata, anticipando a Sarmiento, la idea del laicismo y la inclusión de la mujer en el proyecto educativo. Supo sin embargo de estos vanguardismos, conciliar su acción política con el estado de la conciencia popular y desplegar su peculiar sentido religioso.
En una carta dirigida a San Martín, dice:
“…Son muy respetables las
preocupaciones de los Pueblos y mucho más aquellas que se apoyan, por poco que
sea, en cosa que huela a Religión…la guerra allí no solo la ha de hacer Vd con
las armas, sino con la opinión, afianzándose siempre ésta en las virtudes
morales, cristianas y religiosas, pues los enemigos nos la han hecho
llamándonos herejes, y solo por este medio han atraído las gentes bárbaras a
las armas, manifestándoles que atacábamos la Religión.
“Acaso se reirá alguno de este mi
pensamiento, pero Vd no deje llevarse de opiniones exóticas, ni de hombres que
no conocen el país que pisan; además por este medio conseguirá V tener al
ejército bien subordinado, pues él al fin se compone de hombres educados en la
religión católica que profesamos, y sus máximas no pueden ser más a propósito
para el orden.
“Estoy cierto de que los Pueblos del
Perú no tienen una sola virtud, y que la Religión la reducen a exterioridades
todas las clases, hablo lo general pues son tan de éstas que no cabe más, y
aseguro a V que se vería en muchos trabajos si notasen lo más mínimo en el
ejército de su mando que se opusiese a ella, y a las excomuniones de los Papas.
“…conserve la bandera que le dejé,
que la enarbole cuando todo el Ejército se forme, que no deje de implorar a
Nuestra Señora de Mercedes nombrándola siempre nuestra generala, y no olvide
los escapularios a la tropa; deje V que se rían, los efectos le resarcirán a V
de la risa, de los mentecatos que ven las cosas por cima.
“Acuérdese V que es un general
Cristiano, Apostólico Romano; cele V de que en nada, ni aún en las
conversaciones más triviales, se falte el respeto a cuanto diga a nuestra Santa
Religión, tenga presente no sólo a los generales del Pueblo de Israel, sino a
los de los Gentiles, y al gran Julio César que jamás dejó de invocar a los
dioses inmortales, y por sus victorias en Roma se decretaban rogativas; se lo
dice a V su verdadero y fiel amigo…” (17)
Esta carta no fue un gesto aislado de
Belgrano. Paz cuenta:
“Muchos han criticado al general Belgrano como
un hipócrita, que sin creencia fija, hacía ostentación de las prácticas
religiosas para engañar a la muchedumbre. Creo primeramente, que el general
Belgrano era cristiano sincero, pero aún examinando su conducta en este sentido
por solo el lado político, produjo inmensos resultados. El concepto de
incredulidad que se atribuía a los jefes y oficiales de nuestro ejército, y que
tanto dañaba a la causa en estas Provincias Bajas, se fue desvaneciendo, y al
fin se disipó enteramente; las personas timoratas se identificaron con los
campeones de la libertad, y esta se robusteció notablemente; nuestras tropas se
moralizaron, y el ejército era ya un cuerpo homogéneo con las poblaciones, e
inofensivo a las costumbres y a las creencias populares. Y ¿qué diremos del
efecto que este sabio manejo causó en las provincias del Perú, y en el mismo
ejército Real?” (18)
Y no era en vano
que Belgrano le insistiera a San Martín con que no tema a la impresión de
ridiculez que entre la oficialidad racionalista podría suscitar el tributo a la
ritualidad religiosa. De otro hombre de la época, Ignacio Núñez, recogemos este
testimonio sobre la manera en que eran recibidas estas ideas de Belgrano por la
dirigencia revolucionaria.
Relata Núñez que en una carta al Triunvirato, Belgrano, que solicitaba que se le enviaran tropas afectadas a la
defensa de Buenos Aires, argumenta (son dichos de Belgrano en palabras de Núñez) que “era de su parecer que los españoles en ningún
caso se animarían a hostilizar á Buenos Aires formalmente, mucho menos si el
gobierno imbuía á la tropa de máximas religiosas obligándola á rezar el
rosario, y á cargar cada soldado un escapulario de la Virgen de Mercedes. El
gobierno padeció un grande asombro, con especialidad Peña que le había conocido
mucho”. (19)
Y
esto no le enajenó el favor popular. La religión no sirvió aquí para “opio del
pueblo”.
Es evidente que, en punto al tratamiento
político de la religiosidad popular, Belgrano llevaba clara ventaja sobre la
generalidad de la militancia revolucionaria y sus dirigentes. Y que esto se
debía a su concepción, magistralmente llevada a la práctica, de que la Revolución
debía apoyarse, ante todo, en las masas populares.
Hemos
visto que se apresuró Paz a aclarar que la religiosidad de Belgrano era
sincera. Sí, pero ¿cuál religiosidad? Belgrano no se encerraba en el
catolicismo. Lo hemos visto ante San Martín devaluar lo ritual como mera
exterioridad religiosa en los pueblos del Perú, así como rescatar el politeísmo
romano en las prácticas guerreras de Julio César.
La
de Belgrano era una “religión natural”, así llamada por Alfredo Palacios, lo
que lo ayudaba a conectarse con la religiosidad india, que es la cosmovisión que
prosperó en la humanidad antes de que se produjera la apropiación privada de la
tierra. (posdata de este artículo)
Es que Belgrano tenía observaciones muy duras contra la propiedad
privada de la tierra.
En La Gaceta de Buenos
Aires del 1º de septiembre de 1813, escribía:
“la indigencia en medio de las sociedades políticas
deriva de las leyes de propiedad (…) De esas leyes resulta que (…) se han
elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los
frutos de la tierra y la otra es llamada, solamente, a ayudar por su trabajo la
reproducción anual de sus frutos y riquezas, o a desplegar su industria para
ofrecer a sus propietarios comodidades, y objetos de lujo, en cambio de lo que
les sobra. (…) Los socorros que la clase de Propietarios saca del trabajo de
los hombres sin propiedad, les parecen tan necesarios
como el suelo mismo que poseen. (…) El imperio, pues, de la propiedad, es el
que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario”.
Esa
afinidad que desarrolló Belgrano con los pueblos precolombinos fue muy intensa.
Ante el desolador cuadro que significaba el enfrentamiento del gobierno con las
montoneras y sus caudillos, escribió en una carta: “Yo deseo irme a vivir con mi hermano Cumbay o
Carupan o Corripilan”,
caciques amigos suyos.(21) Los indios le correspondían. Sobre la popularidad de Belgrano en
el norte, dice Mitre: “entre los indios fue inmensa, conquistándolos de tal manera a la
causa de la revolución, que a pesar del carácter pérfido que es proverbial en
ellos, y del odio secreto que profesan a la raza española, siempre fueron
fieles a su recuerdo.” (22)
¿Cómo
se explica que Belgrano, amigo de los indios, los de la propiedad común de la
tierra, fuera también un hombre de la Ilustración, partidario del desarrollo
capitalista, cumbre del desarrollo de la propiedad privada?
Es
que, en la Revolución de Mayo, como ocurre siempre con las revoluciones
burguesas, confluyó una alianza de burguesía y pueblo, cuyo triunfo creó la
ilusión de haber reunificado a la familia humana dividida por las clases. Lo
atestigua Marx en la revolución de 1848 en Francia, tan diferente a nuestro país colonial. “…creyeron que la república era la
abolición del poder de la burguesía. La fraternité fue la bandera de la
revolución de febrero”… arriada violentamente apenas cuatro meses después.(23)
Entre nosotros la aspiración igualitaria soñó con incluir a los
mismos indios. Lo dice, peyorativamente, Vicente Fidel López, el hijo del autor
del Himno Nacional, gran transcriptor de la tradición oral de la Revolución. “…se había
formado en el espíritu de la generación de 1810 un lirismo de pura convención
entre la causa actual de la Independencia y la causa antigua de la Conquista.
Se conmueven
del Inca las tumbas,
Y en sus
huesos revive el ardor
Cuando ve
renovado en sus hijos
De la Patria
el antiguo esplendor.
“Pero lo muy digno de notarse es que estos
criollos incanizantes no hacían compañerismo político ni fraternal con los
indígenas procedentes de la otra raza. Lo que cantaban no tenía nada que ver
con lo que hacían, ni con el modo con que vivían. No estaban fundidos en el
mismo compuesto social; y no había familia alguna decente en las provincias
argentinas (de Jujuy hacia abajo) que fuera capaz de consentir el enlace de sus
hijas con un quichua o con un aymará: ni joven alguno de cierto viso o posición
social, de cara blanca en una palabra, que osara tomar y presentar como
legítima esposa una chola mestiza o indígena”.(24)
Tuvo cierto
éxito Belgrano, sin embargo de estas duplicidades, en proponer una monarquía
constitucional con capital en Cuzco, y a cargo de una dinastía Inca. No sonó
tan extravagante el proyecto, como que tuvo apoyo mayoritario en el Congreso de
Tucumán. No prosperó por la oposición de la Provincia de Buenos Aires. Tomás
Manuel de Anchorena argumentó contra la monarquía por las disimilitudes de los
habitantes de los llanos y altos, diversidad que sólo podría conciliarse con un
sistema federal.
Tanto
Anchorena como Oro, sin embargo, aceptaron luego, en el mismo Congreso, las
gestiones monárquicas con Portugal, lo que parece revelar que no les molestaba
la monarquía, sino la monarquía Inca. (25)
El
libre comercio inaugurado por la Revolución había enriquecido meteóricamente a
los ganaderos devenidos saladeristas, en el mismo tiempo en que el pueblo
militante de la libertad se consumía en la guerra de la independencia. Despuntaba
a esa altura la Argentina hegemonizada por su oligarquía ganadera. No había
lugar ya para Manuel Belgrano, ni para los indios.
--------o--------
Posdata sobre la religiosidad de
Belgrano
Tal
vez ciertas reflexiones de Alfredo Palacios nos ayuden a dilucidar algo del
problema religioso.
Palacios
distingue entre religión natural y religión positiva.
“Los tres elementos de la religión positiva:
1)
Ensayo de
explicación mítica y no científica de los fenómenos naturales (acción divina,
milagros) y hechos históricos (encarnación de Jesús)
2)
Sistema de dogmas
impuestos a la fe, sin demostración científica ni justificación filosófica
3)
Culto y sistema de
ritos –prácticas inmutables- como si tuvieran una eficacia maravillosa sobre la
marcha de las cosas, una virtud propiciatoria” (26)
Opina Palacios
que se marcha hacia la disgregación de los dogmas, que podrán desaparecer las
religiones positivas, pero que la religión no desaparecerá, “porque el
sentimiento religioso es independiente del dogma que con su autoridad sostienen
las iglesias”. La mayor diversificación dentro de cada comunidad religiosa,
dice Korn, la ocasiona el grado de cultura de sus adherentes.
Depurar la
religión sería liberar una espiritualidad cautiva en ella: “de una parte, la admiración del Cosmos y de las potencias infinitas que
se despliegan en él; de la otra, la investigación de un ideal, no sólo
individual sino social y hasta cósmico, que sobrepase la realidad actual.”
Toma Palacios esto de Guyau, que llama a esto irreligión y Palacios identifica
como religión natural.
Lo
efectivo es que se puede ser ateo y encarnar esta “religión natural”, mientras
que la religión positiva tiende a impedirla.
Nacidas
junto con el Estado, esencialmente disciplinadoras y por tanto dogmáticas, las
religiones positivas se niegan entre sí, porque cada una se considera a sí
misma la única religión verdadera. Belgrano, al elogiar la religiosidad de Julio
César, se sale del cristianismo, no adscribe a una religión positiva.
Encontramos
al Belgrano religioso cuando escribe:
“¿Por qué se renuevan las estaciones?; ¿por
qué se sucede el frío al calor para que repose la tierra y se concentren las
sales que la alimentan? Las lluvias, los vientos, los rocíos, en una palabra,
este orden maravilloso e inmutable que Dios ha prescripto a la naturaleza, no
tiene otro objeto que la renovación sucesiva de las producciones necesarias a
nuestra existencia.” (27)
Como
es sabido, esta descripción del mundo como un orden inmutable encaminado a la
realización de fines preestablecidos, argumenta clásicamente la existencia del
dios cristiano. Lo que no es tan conocido es que es una derivación de la visión religiosa
surgida en el neolítico con el nacimiento de la agricultura. Sergio Bagú explica
que la praxis agrícola implica un sometimiento consciente a ciclos del proceso
de la vida, regularidades que incluyen la dimensión cósmica. Surge allí la
elaboración de un sentimiento humano de pertenencia a la globalidad de un orden
natural, comprendido el movimiento de los astros, esto es, la totalidad de la existencia.
En su forma más primaria, “se trata de descubrir algunos de los mecanismos fundamentales de
la reproducción de la vida y de comprender varias etapas de su ciclo
repetitivo…La tierra se convierte en vegetal, el vegetal en ser humano, el ser
humano en tierra…el ser humano llega a concebirse como la apariencia efímera
del vegetal…”, pero en el
neolítico superior ya “estamos frente a un verdadero universo cultural que descansa
sobre una estructura de construcciones abstractas a partir de observaciones
empíricas del más alto grado de originalidad porque es entonces cuando se
inician las matemáticas, las observaciones astronómicas y el cálculo
calendárico, la reflexión filosófica, la lógica dialéctica, la protociencia, la
poesía filosófica, la arquitectura monumental y el diseño urbano…” (28)
Señala
Bagú: la inmediatez de ese vínculo del hombre con la naturaleza sucedió en
conexión con el vínculo también inmediato del hombre y la sociedad a la que
perteneció, merced a la existencia de la propiedad común de la tierra. No es
difícil advertir que la propiedad privada introduce no sólo un divorcio entre
los hombres, sino entre los hombres y la naturaleza. Está roto el vínculo del
individuo con la naturaleza que es propiedad de otros, y se desvirtúa el
vínculo originario si es a través de una propiedad que puede enajenarse.
La totalidad
de la América precolombina está comprendida en esta cultura del neolítico. No
parece casual el resurgimiento de estas tradiciones, en momentos en que el
desarrollo capitalista adopta la forma de una directa colisión con el medio
natural. Se permitió ironizar Noam Chomsky con que la Bolivia de Evo Morales y
su Pacha Mama eran la vanguardia mundial en la lucha por la preservación de la
especie y su planeta. El reverdecer de la dignidad indígena tiene que ver con
esta paradoja de nuestra evolución.
(1) RANKING
DE HONESTIDAD
(3)
BARTOLOME MITRE, OB.CIT. TOMO II PAG 118
(4) BARTOLOME MITRE, OB.CIT.TOMO II PAG 29
(5) JOSE M RAMOS MEJIA, LAS MULTITUDES ARGENTINAS 162
(6) ENRIQUE DE GANDIA, LA POLEMICA LOPEZ MITRE EN 1881-1882 ACADEMIA NACIONAL DE LA
HISTORIA INVESTIGACIONES Y ENSAYOS TOMO 24 60
(7) VICENTE FIDEL LÓPEZL HISTORIA
DE LA REPUBLICA ARGENTINATOMO 2 PAG 441
(8) JOSE MARÍA PAZ, MEMORIAS
POSTUMAS, TOMO I, 2ª EDICIÓN, PAG 163
(9) SAN MARTÍN, CARTA A GODOY CRUZ
DEL 12 DE MARZO DE 1816.
(10) BARTOLOME
MITRE, OB.CIT TOMO II
(11) VICENTE FIDEL LOPEZ, HISTORIA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA TOMO 4 PAG 118
(12) OB. CIT. TOMO 4 PAG 294
(13) OB. CIT. TOMO 4 PAG. 296
(14) JOSE MARIA PAZ, OB. CIT. TOMO I PAG. 50
(15) BARTOLOME MITRE, OB.CIT. TOMO II 134
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HISPANOAMERICANA TOMO I PAG 349.
(17) CARTA DE BELGRANO A SAN MARTIN DEL 6/4/1814
(18) JOSE MARIA PAZ, OB-CIT. TOMO I PAG. 50
(19)
IGNACIO NUÑEZ, NOTICIAS HISTORICAS DE LA REPUBLICA ARGENTINA PAG. 535
(20) BARTOLOME MITRE, OB.CIT TOMO II 46
(21) HISTORIA DE BELGRANO Y DE
LA INDEPENDENCIA ARGENTINA T II 249
(22) BARTOLOME MITRE, OB. CIT. TOMO II 150
(23) MARX, LA LUCHA DE CLASES EN FRANCIA: 190
(24) VICENTE FIDEL LOPEZ OB.CIT. TOMO 5 PAG 544
(25) ADOLFO E PACHECO, EL CONGRESO DE TUCUMAN, IDEAS Y GESTIONES
MONARQUICAS 5
(26)
ALFREDO PALACIOS, ECHEVERRIA PAG 481
(27)
BARTOLOME
MITRE, OB.CIT. 88
(28) SERGIO BAGU, LA IDEA DE DIOS EN LA SOCIEDAD DE LOS HOMBRES
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