De los Indios Ranqueles al Congreso de la
Nación
“Yo
creo que un hombre que piensa seis meses de la misma
manera
no puede pretender que no está equivocado””
Lucio V. Mansilla
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Imagen multiplicada de Lucio V. Mansilla en un espejo de su propiedad |
Por Hebe Bussolari
Su
estampa, atuendo y educación abrían al sobrino de Rosas los salones más
selectos, pero en 1870 tuvo la oportunidad de ir a
conocer a los ranqueles, que se presentaban bravos en la frontera de la
provincia de Córdoba, donde tenía su cargo militar.
Le
interesaron sus costumbres, su religión, su lengua. Estuvo un año y medio
recorriendo el terreno para hacer el mapa de la zona y, sin esperar más
órdenes, fue nomás con su tropa.
Esa
experiencia es el tema de una obra literaria de gran valor, “Una
Excursión a los Indios Ranqueles”, donde con una fluidez en la que el
autor parece hablar con el lector, muestra como nunca aquel paisaje.
Como
militar, su misión fue retirar a los indios de las cercanías del Río Cuarto,
por lo que estudió con minuciosidad el terreno por el que transitaría hasta
encontrarse con los indios.
Describió
a sus soldados, los más producto de levas y sin ninguna instrucción, acercándose
espiritualmente a ellos al punto de individualizarlos a todos.
“El fogón
es la delicia del pobre soldado después de la fatiga. Alrededor de sus
resplandores desaparecen las jerarquías militares. Jefes y oficiales
subalternos conversan fraternalmente y ríen a sus anchas. Y hasta los
asistentes que cuidan el asado o el puchero o ceban mate, meten de cuando en
cuando su cuchara en la charla general…”
Algunos
soldados contaban cuentos, pero los de Mansilla ocupan capítulos, como el
relato sobre el cabo Gómez, donde hasta mezcla aparecidos en la trama.
Las observaciones son para un amigo que pretendía que la política de expansión propia de Buenos Aires se
hiciera mediante el directo exterminio de los indios. En cambio, la intención
de Mansilla era hacerle firmar al cacique Mariano Rosas, el más
importante del lugar, y que tenía la habilidad de tener a sus rivales en luchas
entre sí, un tratado de convivencia. Le comentaba al amigo que su intención
mejor no podía ser.
Aquello de
encontrarse con Mariano Rosas fue toda una odisea. Los indios eran sumamente
desconfiados. Mansilla mandaba mensajeros anunciando su visita y su propósito, pero
ellos ponían toda clase de obstáculos para demorar la entrevista, mientras
esperaban a los que habían ido a averiguar: ¿quién era ese que venía? ¿era
realmente el que decía que era?.
El primero
que le hace pasar por esos trámites fue el cacique Ramón, que estaba pegado a
la frontera y cuya tierra tenía que atravesar, pero Mansilla no
quiso visitarlo primero a él, por miedo a que el Mariano de mayor jerarquía se
ofendiera.
Mariano
Rosas, retenido y cristianizado por Juan Manuel, en cuanto tuvo conciencia huyó
hacia sus raíces y nunca más volvió. Según Mansilla era un gran orador que
utilizaba todos los tonos de la oratoria y con la astucia política del indio.
Al proponerle Mansilla el Tratado, le contestó que antes tenía que
consultar con todos los otros
caciques, demostrándole que entre ellos no prevalecía el derecho del más
fuerte.
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Mariano Rosas, Cacique ranquel |
Así era:
al lonco lo sucede su hijo. Si no hay sucesor sanguíneo, se dirimía en
Parlamento quién sería el sucesor.
De modo que Mansilla
conoció primero al cacique Ramón, para él un hombre extraordinario, un platero
que trabajaba todo el día utilizando un fuelle que había inventado con una
panza de vaca. “¿Tu serías capaz de hacerlo?” pregunta Mansilla en una de sus
cartas al amigo.
Y le
cuenta que, al despedirse, el indio le pidió algo que él no le pudo entender
por más que se lo hizo repetir varias veces. Lo atribuyó a la torpeza de Ramón
para expresarse, pero su sorpresa fue cuando, ya en Buenos Aires, se enteró que
esa palabra que él no entendía correspondía a un color que tampoco conocía. “¡Cuánta
ignorancia les atribuimos que, en realidad, es nuestra!” se lamenta.
Y siguen
las reflexiones de sus cartas: tanto que estudiamos, dice, ¿para qué? Para
despreciar a un pobre indio llamándolo vago y salvaje. Pedimos su exterminio
porque ellos no se asimilan a nuestra civilización a la
que, nosotros, consideramos recta y justiciera. Actúan como salvajes
¿y qué les enseñamos para asimilarlos? La civilización… la que muestra “al
salir del centro de Buenos Aires… por un
lado la opulencia con sus parques y sus teatros, por el otro el proletario, sin
escuelas, sin templos, en la ignorancia y la idiotez.”
En el camino a los ranqueles, después de días de marcha bajo
la lluvia, ordena bajar, hacer un asado, hervir una pava de agua.
Tirado a
descansar en el suelo entre las pilchas mojadas, piensa: La civilización no
conoce el placer de dormir bajo las estrellas. ¿Qué tiene la civilización? Más
soldados… más guerras; más abogados… más pleitos; más periódicos… más mentiras.
Cuando estas tierras estén civilizadas, quedará solo eso, civilización… nada
más…
Así eran las cartas,
mientras iba ocurriendo su aventura militar de 1870.
Pero en
qué ambivalencia vivió el sobrino de Rosas? En pleno debate del Congreso
en 1885, se opuso a que se les concedieran tierras a los indios, porque,
argumentó, después iban a venderlas por una damajuana de aguardiente y era una
quimera considerarlos ciudadanos “porque un indio es siempre un indio”…
“Si
hubieran visto sus gestos de estudiado hastío, cuando el doctor Ortiz preguntó
a la asamblea: “¿entonces que se hace con esos hombres? Creo que ningún
diputado pedirá que se los mate”.
“Y lo
hubieran oído responder con su frialdad acostumbrada: Yo no diría eso, sino que
se los elimine con los mismos procedimientos usados hasta aquí.”
El
procedimiento seguido hasta ese 1885 no fue otro que el hacinamiento, las
enfermedades, el desarraigo, la ruptura de la cohesión familiar y social o la
integración compulsiva en campos de trabajo o colonias militarizadas,
En suma,
lo que la hipocresía llamó “la dulce extinción”. La postura de Mansilla en el
Congreso fue registrada en el diario de sesiones de la Cámara de Diputados.
Sesión 19/8/1885, página 462.
Para
entonces la burguesía porteña se reunía en el lujoso y frívolo Club del
Progreso, donde Mansilla destacaba su elegancia afrancesada. Era, se sabía, la
admiración de los concurrentes.
Para
entonces, el país vivía más que nunca su ambivalencia.
Buenos
Aires se sentía Paris, repicando con ingenuo entusiasmo la copla de Mayo:
Calle Esparta su virtud,
Su grandeza calle Roma.
¡Silencio! Que al mundo asoma
La gran Capital del Sud.
…Mientras
tanto, las provincias, con sus precarias viviendas de palos y paja, no habían
salido de la mentalidad colonial.
Dice Anibal
Ponce refiriéndose a esa época: Era habitual la frecuentación de Europa. “Pero
había en el fondo de tanta actividad aparente una molicie no disimulada, una
verdadera holganza voluptuosa. Más preocupaba la gracia sonriente que la
disciplina adusta”.
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Juan Bautista ¨Tupac Amaru El Congreso de Tucumán llegó a pensarlo Rey de las Provincias Unidas del Río de la Plata |
Es la misma
gente que va rodando de un lugar a otro y cambia a menudo de orientación
política: ”si fuéramos a enumerar los nombres de los hombres que cambian de
partido en la Argentina, tendríamos que enumerarlos a casi todos.”
El biógrafo de Mansilla José
Luis Lanuza: “En 1886 había subido a la presidencia de la República Miguel
Juárez Celman, concuñado del ex presidente Roca. A Mansilla no le costó un gran
esfuerzo evolucionar hacia el juarismo. Él, que nunca hizo misterio de sus
inconsecuencias políticas, llegó a proclamarlas, impávidamente, en el Congreso
(1886): “Yo creo que un hombre que piensa seis meses de la misma manera no
puede pretender que no está equivocado””
Y… en este
momento, ya en el siglo XXI: ¿nos es incomprensible la actitud de Mansilla
y su grupo social o nos resulta familiar?
¿No
olvidamos muchos de nosotros, como Mansilla, la lucha común por la
Independencia, a Tupac Amaru, a los indios que, casi sin fusiles, lucharon con
Manuel Ascencio Padilla y Juana Azurduy, conteniendo la invasión española en el
Alto Perú, a las Republiquetas que se alzaron hasta el holocausto frente a los
realistas en alas de las banderas de igualdad política y civil que les llevó
Castelli? ¿No eran hijos de indias los gauchos de Güemes, los pueblos de nuestro
norte que hicieron de las provincias bajas el baluarte que salvó nuestra
Revolución?
Se conmueven del Inca las
tumbas
Y en sus huesos revive el ardor,
Lo que ve renovando a sus hijos
De la Patria el antiguo esplendor.
Y en sus huesos revive el ardor,
Lo que ve renovando a sus hijos
De la Patria el antiguo esplendor.
¿No es que,
como a Mansilla, a la mayor parte de nosotros, lo que nos falta es arraigo
en nuestra historia, en el destino peculiar de nuestra tierra, el ser punto de
confluencia de la población autóctona con la europea, constituyendo en toda
América del Sud, ese conglomerado mestizo único que, por haber acogido a
todas las razas del mundo, está destinada a formar, al decir de Vasconcellos, la
raza de bronce, la raza Cósmica?
En 1989,
el Consenso de Washington nos colocó bajo el sistema económico más cruel
de toda la historia: el neoliberalismo. Y sólo tenemos una defensa efectiva ante
ese gigante que oprime cada vez más: romper las barreras, impuestas por el
capital, que separan a los pueblos sudamericanos.
Bibliografía
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios
ranqueles
Norma
Sosa, “Mujeres Indígenas de la Pampa y de la Patagonia” (Norma Sosa es de la
Asociación del Grupo del Sud. Especialista en etnohistoria de la
frontera sud. Actuó también fuera del país. Publicó esta obra en el
2001).
Mauricio
Lebedinsky, La década del 80
Juan Álvarez, Las guerras civiles argentinas
José María Paz, Memorias Póstumas
Vicente Fidel López, Historia Argentina