Ramos Mejía y la estancia
Miraflores
Por Hebe Bussolari
Arbitrariamente, se ha separado
la historia de los blancos de la de los indios.
Los indios hasta 1820 ocupaban
la provincia de Bs.As. hasta el río Salado, pero fue entonces cuando los
estancieros empezaron a avanzar.
Entre ellos estaba Ramos
Mejía, quien pretendiendo una colonización pacífica y civilizadora, firmó con
los indios el Tratado de Miraflores. Fue roto por Martín Rodríguez en 1823,
pese al éxito de los métodos de Ramos Mejía, quien había logrado que los indios
se hicieran sedentarios y aprendieran a sembrar y forestar.
Ramos Mejía practicaba una
creencia derivada de la católica, de la que parecería que también participó
Belgrano, a quien conocemos como profundamente mariano, ya que no se
cansaba de afirmar que el triunfo de Tucumán se debía a la virgen de la Merced,
no al ejército que él comandaba. Pero cuando Belgrano estuvo en Londres, hizo
editar los cuatro tomos de la obra poco ortodoxa del jesuita chileno Manuel Lacunza
(1731.1801) y escribió su prólogo.
De ideas políticas y religiosas muy particulares,
Ramos Mejía predicaba una interpretación milenarista,
original y muy personal de los Evangelios, influenciada en buena medida por Lacunza.
Éste se hizo conocer por su
trabajo La venida del Mesías en gloria y majestad, acerca de la segunda
venida de Cristo,
escrito bajo el seudónimo de Josafat Ben Ezra, durante su exilio en Italia, tras la disolución de la orden.
Su libro circuló en fragmentos durante los últimos años de la década de 1780 por toda Europa y América, y fue
publicado en forma de libro después de su muerte.
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Francisco Hermógenes Ramos Mejía |
Del trabajo de Lacunza:
Párrafo I
1. Todo lo que tengo que deciros,
venerado amigo Cristófilo, se reduce al examen serio y formal de un solo punto:
que en la segunda venida del Mesías, artículo esencial y fundamental de nuestra
religión, las ideas son verdaderas y
justas, sacadas fielmente de la Divina Revelación, o no.
Ramos Mejía estaba tan interesado
en esa obra, que copió a mano el manuscrito que poseía el dominico Isidoro Celestino Guerra. Poco después
adquirió la edición en cuatro tomos publicada en Londres en 1816 por el general Manuel Belgrano, en la que
efectuó numerosas anotaciones en los márgenes, muchas veces críticas de las
ideas de Lacunza. Esas críticas a Lacunza, quién pese a sus posiciones poco
clásicas se encontraba bajo la influencia de su formación teológica católica,
indican que Ramos Mejía compartía muchas de las perspectivas de los
reformadores protestantes.
El 10 de agosto de 1814 presentó al Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio de Posadas, un plan para poblar pacíficamente la
pampa llevando adelante una acción civilizadora y por completo prescindente del
empleo de la fuerza militar.
Hacia 1820, la situación de la frontera sudoeste de la Provincia de Buenos Aires, esto es, la que situaba a Ramos Mejía, era pacífica. No obstante, inmerso en una crisis civil sin precedentes, el
gobierno buscó un acuerdo con los indígenas de las Sierras de Tandil que le
permitiese asegurar esa frontera. Cuando las propuestas llegaron a los
indígenas, los caciques Tacumán, Tricnín, Carrunaquel, Aunquepán, Saun,
Trintri, Albumé, Lincón, Huletru, Chañas,
Calfuyllán, Tretruc, Pichiloncó, Cachul, y Limay, se reunieron en las
tolderías de Ancafilú en las riberas del arroyo
Chapaleufú y autorizaron a
Ancafilú, Tacumán y Tricnín a tratar con el gobierno en su nombre.
Los representantes arribaron al
sitio de las negociaciones, la estancia de Miraflores de Ramos Mejía y
autorizaron a su vez al hacendado para que actuara como su vocero.
Del Tratado resultante:
Artículo 4°. Se declara por
línea divisoria de ambas jurisdicciones el terreno que en esta frontera los
hacendados (han alcanzado), sin que en adelante pueda ningún habitante de la
Provincia de Buenos Aires internarse más al territorio de los indios.
Artículo 5°. Los caciques se
obligan a la devolución de las haciendas que se llevaron y existen de esta
parte de las sierras. El cacique Tacumán se encargará de arrear dichos animales
hasta la estancia de Miraflores.
Ramos Mejía enseñaba a los indígenas algunos
principios de moral cristiana, pero no propiamente los de la clásica
doctrina católica,
y los sábados dirigía un servicio religioso. Esto, sumado a la falta de imágenes sagradas, su interpretación
personal de la Biblia y
al rumor de que bendecía las uniones ilegítimas de los indios, fue generando
creciente alarma entre otros hacendados y entre las autoridades religiosas de
Buenos Aires.
Tras el tratado que debía
ratificar la paz existente, la situación se deterioró rápidamente en todos los
aspectos. El sargento mayor Juan Cornell diría años después: “Pero
desgraciadamente las turbulencias del año 20 y el mal manejo que se tuvo para
tratarlos hizo disgustarlos en tiempo del gobierno del General Rodríguez, y se
retiraron de Kaquel donde residían las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio
grande y Landao, que vivían pacíficamente agasajados por Don Francisco Ramos
Mejía, que permanecía sin ningún temor en su estancia con toda su familia y sin
exageración diré, rodeado de estas indiadas.”
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Juan Manuel de Rosas |
Juan Manuel de Rosas se opuso a la
venta de terrenos: sospechaba la connivencia de Ramos Mejía con los malones, dado que estos no afectaban sus propiedades. En
ese momento Rosas se había incluso opuesto a que la frontera se expandiera
hasta Tandil, para impedir que Ramos
Mejía siguiera comprando tierras a los indios. Por añadidura, Ramos Mejía no
integraba tampoco el poderoso sector de los ganaderos saladeristas, e inclusive la firma de Ramos aparece junto
a la firma de los enemigos de Rosas en la guerra de panfletos que se produjo
como consecuencia del cierre de los saladeros en 1818, dispuesto por Pueyrredón con el objeto de
garantizar el abastecimiento a la ciudad, virtualmente privada de la carne por
la acción monopólica de don Juan Manuel.
Ramos Mejía defendía una política unívoca: el blanco y el indio debían
integrarse pacíficamente en comunidades bajo igualdad de derechos. La estancia
Miraflores se convirtió en buena medida en esa verdadera colectividad utópica
por la que abogaba y la experiencia era exitosa: aunque los indios tenían
libertad de irse en cualquier momento la población afincada en paz aumentaba
sin cesar, el robo fue erradicado y la estancia daba ganancias. Juan Manuel
de Rosas, hábil conocedor de las poblaciones indígenas, defendía en cambio una política dual: de
negociación y relación paternalista con caciques e “indios amigos” y de
enfrentamiento, guerra y sometimiento con los adversarios.
En un informe de 1864 del sargento mayor Juan Cornell al
ministro de guerra, recordaba que hacia 1820, la frontera por el Sud había
adelantado hasta Kaquel y que las estancias llegaban a las inmediaciones de la
costa del mar desde el Río Salado hasta Mar Chiquita. Por el norte partiendo
desde Chascomús, Ranchos,
Montes y demás puntos hasta Mercedes y Melincué se
mantenían en sus antiguos puestos. Los establecimientos de estancias en toda
esa extensión al frente no habían alcanzado sino hasta el Río Salado. (...) Los
indios pampas hacía años que se mantenían en paz situados por la Lobería,Tandil, Chapaleufú, Huesos, Tapalqué y
Kaquel, viniendo a comerciar hasta esta Capital, alojándose en los corralones
destinados a este negocio.
Si bien Ancafilú era considerado
indio amigo, participó en un parlamento de tribus de Buenos Aires y Santa Fe
que acordó enviar una diputación de cuatro caciques para negociar su ayuda al
caudillo chileno José Miguel Carrera. Éste
los recibió amistosamente y,
temiendo un pacto de su aliado el gobernador de la provincia de Santa Fe Estanislao López con
Buenos Aires, escuchó su propuesta y los conservó en el campamento: “Yo los
contemplo i trato de asegurarlos en mi amistad para lo que pueda convenir. Si
no es por San Juan iremos a Chile por los indios a ver que hace San Martín i el
huacho (O´Higgins )”.
López, ya enemistado con Carrera,
acordó detenerlo con sus soldados y dio órdenes de marchar a sus Dragones desde
Santa Fe. Carrera tuvo noticias de esa orden y a medianoche del 26 de noviembre
se puso en marcha hacia el interior con 140 chilenos que le acompañaban,
sirviéndole de guías los caciques.
Llegado al campamento tuvo
noticias de los planes: “Ayer a las 12 de la mañana llegué al campo de
los indios compuesto como de 2000 enteramente resueltos a avanzar a las
guardias de Buenos Aires para saquearlas, quemarlas, tomar las familias i
arrear las haciendas. Doloroso paso. En mi situación no puedo prescindir de
acompañarlos al Salto que será atacado mañana al amanecer. De allí volveremos
para seguir a los toldos en donde estableceré mi cuartel para dirigir mis
operaciones como más convenga.”. El 3 de diciembre de 1820 José Miguel
Carrera con sus hombres y los indios ranqueles de Yanquetruz y Pablo
y los pampas de Ancafilú y Anepán, atacaron la localidad de Salto y tras
tomar la Guardia de Salto destruyeron la población.
Esa fue la actuación de José
Miguel Carrera en el territorio rioplatense. Para congraciarse con
esos indios tan seducidos por él, que le llamaban “pequeño Dios” y lo
acompañaran a Chile a destruir al “huacho de O‘Higgins”, los ayudó a masacrar a
los hombres de Salto y a violar a sus mujeres.
Cuando los indios pidieron parlamentar,
se acordó una reunión con los enviados de Rodríguez cerca de una laguna,
conocida desde entonces como laguna de la Perfidia, porque allí los
indios fueron asesinados.
Martín Rodríguez tenía el ejército semisublevado y a
un Rosas que renunciaba a su comisión y se proponía regresar a su estancia de
los Cerrillos. Con la certeza de la inutilidad de proseguir las operaciones, resolvió
replegarse a Kaquel Huincul.
Ante lo que consideraba una violación flagrante del
Pacto de Miraflores por el Gobierno, Ramos Mejía protestó enérgicamente:
“Si los indios aspiran de hecho y de derecho a la
paz, los cristianos fomentan de hecho y de derecho la guerra (…) ¿No nos
desengañaremos jamás de que ni el sable ni el cañón en nuestras circunstancias
ni las buenas palabras con tan malditas obras es posible que constituyan ahora
la paz entre los hermanos? ¿Será posible darle la salud a la Patria por medio
de los prisioneros de la muerte?”
En el fuerte de Kaquel Huincul Rodríguez ordenó que
fueran detenidos todos los indios que trabajaban en la Estancia de Miraflores,
acusándolos de ser espías de las tribus que realizaban los malones, y que
Francisco Ramos Mejía se presentara a la ciudad de Buenos Aires para responder
a la acusación de preferir la amistad de los indígenas a la de sus
conciudadanos y de trabajar en contra de la religión oficial. En el comunicado
que pasó al gobierno, Rodríguez señalaba que de Miraflores reciben los demás
indios noticias que les favorecen para sus excursiones y que en esa estancia es
donde se proyectan los planes de hostilidades contra la provincia.
Al ejecutarse la orden hubo un intento de
resistencia, pero Ramos Mejía convenció a los indígenas que marcharan
pacíficamente, comprometiéndose a dirigirse al fuerte para hablar con el
gobernador y resolver la situación.
Al presentarse al día siguiente en el fuerte,
Rodríguez le comunicó que no sólo los indios no serían liberados sino que
él debía abandonar de inmediato su estancia e ir detenido a la capital. Su
esposa María Antonia y sus hijos fueron encerrados en una carreta rumbo a
Buenos Aires, mientras que Ramos Mejía fue trasladado esposado a caballo.
Iniciado el traslado, en las cercanías del fuerte,
Ramos Mejía vio en el camino los cadáveres degollados de ochenta indios de sus
tierras. Al presentar su protesta, se le contestó que durante la marcha se
produjo un intento de resistencia que debió ser sofocado.
Informe de Juan Cornell:
“No se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera. De hecho, en su informe del 4 de febrero de 1821, el capitán Ramón Lara le informó al gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia había encontrado sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con evidente falta de uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente no ya para las actividades de que eran acusados sino para cualquier estancia en lo que era zona de frontera”.
“No se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera. De hecho, en su informe del 4 de febrero de 1821, el capitán Ramón Lara le informó al gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia había encontrado sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con evidente falta de uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente no ya para las actividades de que eran acusados sino para cualquier estancia en lo que era zona de frontera”.
- José Ingenieros, Historia de las Ideas
Argentinas
- Wikipedia, Francisco Hermógenes Ramos Mejía: Clemente
Ricci, Francisco Ramos Mexía: Un heterodoxo argentino como hombre de
genio y como precursor, Buenos Aires, Imprenta Juan H. Kidd y Cía, 1923.Priora,
Juan Carlos, Francisco Ramos Mexía, Revista Diálogo
Universitario, 2002.Manuel Torres Cano, Historias ferroviarias al
sur del Salado, EUDEM, ISBN 987-1371-29-2, 97898713712. Adriana
Pisani, Historias del Salado y la Bahía: crónicas y documentos del
pasado, Editorial Dunken, ISBN 987-02-1989-6, 978987021989. Gabriel
Muscillo, Francisco Hermógenes Ramos Mexía. El Hereje de las
Pampas, Segundas Jornadas de Historia del Conurbano Sur Bonaerense
“Arq. Dr. Alberto De Paula”, Instituto Histórico Municipal de Lomas de
Zamora, 2010. Sánchez, Gabriela Fernanda, Historia del Partido Del
Vecino, Tomo I. La Compañía de Jesús, Francisco Ramos Mexía y Juan Manuel
de Rosas en la historia local (1750-1853). Prólogo: William Rey Ashfield.
Mar del Plata, Gráfica Tucumán, 2015.